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¿Nueva ola de populismo?

Mauricio Marcri, Sebastián Piñera y Jair Bolsonaro (Prosur, 2019) El Economista

La desigualdad histórica y fragilidad institucional que ha caracterizado a nuestra región latinoamericana, han facilitado que movimientos políticos, que se definen como progresistas, pero vienen cargados de un alto contenido populista, aprovechen las bondades de la democracia para llegar al poder; empero, los hechos evidencian que los resultados de la gestión de gobierno, en términos de bienestar social, no han sido tan satisfactorios y, paradójicamente, con los efectos perversos de la pandemia, esos grupos encuentran nuevas oportunidades para retomar el poder, utilizando sus narrativas carentes de sostenibilidad

Félix Gerardo Arellano*

No es nuestro objetivo realizar una caracterización general de la situación socio política de la región; empero, podemos apreciar algunas tendencias comunes, entre las que podríamos destacar una larga historia de pobreza, exclusión, marginalidad, autoritaritarismo y, en algunos casos, militarismo. Los sistemas democráticos, con frágil institucionalidad y débil arraigo popular, representan experiencias relativamente novedosas de las últimas décadas.

Por otra parte, con el desarrollo de la globalización económica se presentan nuevas expresiones de exclusión en la región. La inserción en un mundo económico integrado, como las cadenas globales de valor, exige de altos niveles de competitividad y profundas transformaciones de política económica, eso conlleva beneficios, entre otros, la atracción de inversiones y generación de nuevos empleos; empero, también genera consecuencias limitantes, que por lo general afectan directamente a los sectores más vulnerables.

A los problemas históricos acumulados, se suman los nuevos desafíos que genera el mundo de la globalización agudizando el drama social, conformando lo que podríamos definir como un caldo de cultivo para el surgimiento de propuestas radicales y populistas, narrativas de manipulación que exacerban pasiones, estimulan el nacionalismo, pero que en la práctica, no resuelven los problemas existentes y generan otros nuevos.

En este contexto, encontramos en la región que varios grupos con tendencia populista logran con un importante respaldo popular llegar al poder, pero el ejercicio del poder evidencia que no lograron las transformaciones prometidas, por el contrario, agravaron la problemática estructural. Al respecto podríamos mencionar a: Hugo Chávez en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua, los esposos Kirchner en Argentina, Fernando Lugo en Paraguay, Rafael Correa en Ecuador, Manuel Zelaya en Honduras, Evo Morales en Bolivia; incluso Lula Da Silva en Brasil y pareciera ser el caso de Manuel López Obrador en México.

En varios de esos casos se aprecia que el radicalismo aprovechó la abundancia temporal de recursos, por el incremento de los precios de las materias primas en el mercado internacional, pero la administración resultó dispendiosa, con una corrupción generalizada, prácticas clientelares e impunidad para los miembros del bloque en el poder.

Adicionalmente, se avanzó en el control de las instituciones a los fines de eliminar los controles y, progresivamente, se generó un cerco contra las libertades, entre otras, de organización política, sindical, de expresión, los medios de comunicación, incluso contra la propiedad privada. En este contexto, destacan los casos de Venezuela y Nicaragua donde se ha promovido la destrucción institucional para lograr el control, transformando las débiles democracias en unos autoritarismos hegemónicos.

En países que han mantenido un mínimo de condiciones electorales competitivas, el descontento popular activó el péndulo de la política y retomaron el poder partidos tradicionales y conservadores, principalmente concentrados en la defensa de las libertades, en particular del mercado y del comercio. La llamada fase posliberal en la región, rica en narrativa, deficiente en resultados, fue desplazada electoralmente con la llegada de Mauricio Macri en Argentina, Sebastián Piñera en Chile, Jair Bolsonaro en Brasil y el cambio estratégico de Lenin Moreno en Ecuador.

Pero varios de los movimientos conservadores se han caracterizado por un déficit de sensibilidad social, un relativo divorcio con los sectores vulnerables y poco interés, incluso menosprecio, por los nuevos temas en la dinámica social. En este contexto destacan casos como la temática de género, la problemática ecológica o la complejidad de la diversidad en sus múltiples expresiones; entre ellas, en particular, la heterogeneidad de los pueblos indígenas.

Esos nuevos movimientos, tradicionalmente marginados, lograron en el marco de la democracia, mayor organización y protagonismo político, por el ejemplo, el indigenismo se ha transformado en un factor determinante en los procesos electorales de Bolivia o Ecuador.

Alberto Fernández asume la presidencia de Argentina en diciembre 2019 AP

La capacidad de respuesta ante lo inesperado

En el marco de nuestra compleja realidad se presenta la pandemia del COVID-19 que, si bien no podríamos definirla como una enfermedad contra los pobres, en la práctica resulta innegable que ha incrementado los niveles de pobreza. Todos los indicadores económicos se han alterado y las perspectivas se tienden a desplomar. La nueva realidad social se caracteriza por el incremento del desempleo, la miseria, marginalidad y el hambre; un conjunto explosivo que genera efectos electorales.

Por otro lado, tampoco ha sido muy eficiente el manejo de la pandemia por parte de los gobiernos. No estaban preparados para la magnitud del problema y, por lo general, no contaban con sistemas de salud organizados, ni bien dotados. Además, los protocolos de seguridad que obliga la pandemia se enfrentan con la cotidianeidad de los sectores sociales más débiles que dependen de la economía informal, tienen que trabajar diariamente para poder sobrevivir y muchos no cuentan con servicios públicos como agua potable.

La pandemia representa un factor disruptivo en términos políticos, y exacerba problemas estructurales, entre otros, el debilitamiento de las instituciones democráticas, la difusa separación de los poderes públicos, la corrupción, la impunidad; el distanciamiento de los políticos, en particular de los grupos tradicionales y conservadores, de los graves problemas que enfrentan los sectores populares e incluso de los nuevos temas en la agenda política.

El caldo de cultivo del germen populista 

En condiciones tan deplorables es muy probable que en la dinámica actual el péndulo de la política se imponga y el voto castigo abra nuevas oportunidades para los movimientos radicales y una nueva ola populista en sus diversas manifestaciones, que despliegan su habilidad retórica para promover sus propuestas manipuladoras, conscientes que grandes mayorías urgen por soluciones y sus discursos las prometen, sin entrar en las profundidades de la factibilidad.  

Podríamos identificar esta nueva ola con algunos de los cambios políticos que han ocurrido: Alberto Fernández y Cristina Kirchner en Argentina, Luis Arce delfín de Evo Morales en Bolivia y, posiblemente Andrés Arauz delfín de Rafael Correa en Ecuador. Ante el fracaso de Jair Bolsonaro en Brasil, Lula alberga esperanzas de retornar. Por otra parte, crece el descontento en países relativamente estables como Chile, Colombia y Perú, lo que abre la puerta a las propuestas populistas.

En los casos de los países con autoritaritarismos hegemónicos, que controlan las instituciones, en consecuencia, sin condiciones electorales competitivas, los gobiernos impiden que el rechazo social pueda expresarse.


*Internacionalista. Doctor en Ciencias Políticas. Miembro del Consejo Editorial de la revista SIC.

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