Luis E. Sabini Fernández
Primero, algunas precisiones y algunos datos. El estado de excepción borra la diferencia entre la sociedad civil y la militar. Es decir, instaura el terror. Diferencia sustancial en todo tejido democrático. Cualquier conosureño que haya pasado por una (o varias) dictaduras lo sabe con su piel, su memoria, su psiquis. Y hasta con el humor, éste montevideano:
En el bus, repleto, alguien en tiempos de dictadura, pregunta a quien tiene a su lado, con mucha amabilidad: ─¿Es usted militar? ─No. ─¿Y policía? ─Tampoco… ─¿Pero tiene usted un hermano militar? ─Nnnooo… ─¿Y un hijo cadete, algún familiar? ─¡No!, ¡Mire señor, ni tengo en la familia ni conozco algún militar o policía! Entonces, el “preguntón” cambia el tono: ─Bueno, ¡sacáme el zapato de encima, que me estás pisando!
¿Qué elementos vemos en la sociedad contemporánea? ¿Algunos que nos lleven a pensar que el concepto de excepción planteado por Schmitt o por Agamben tiene andadura?
En Uruguay, también en Argentina, ha prosperado un debate sobre si, a la vista de la creciente “inseguridad” no hay que “poner a los milicos en la calle”. Periodistas y referentes que en otras cuestiones expresan cierta conciencia crítica, en este punto, acuciados por la expansión del delito, auspician esa inserción, ignorando que la policial, al menos teórica-mente, es una profesión civil, entre civiles, y que al militarizar el cuidado de la calle, nos militarizan a todos, que pasamos de ser ciudadanos (con derechos) a ser objetos (de control).
La policía, con sus fueros, con sus privilegios, con sus armas, excepcionalizan a menudo las funciones a su cargo y nos excepcionalizan a menudo de las nuestras, aunque teóricamente no deberían, pero la acción militar arranca de un plumazo todo vestigio de civilidad y de solución civil a cuestiones de la sociedad, borra toda noción de prójimo y nos introduce en su opuesto, la de enemigo. En nuestra propia tierra, en nuestro propio hábitat.
Es lo que han vivido tanto tiempo los pueblos aborígenes en sus propios territorios, despojados. Es lo que viven hoy los palestinos, los libios, los sirios y tantos otros.
Recurrir a los militares para solucionar “la seguridad”, por ejemplo aquí, en el Río de la Plata, se ha visto como intentos de corrientes de derecha o de críticos que tan poca experiencia han cosechado de nuestra historia reciente. Pero antes ha sido el a b c de regímenes como el fascismo y el nazismo; recordemos a Mussolini proclamando al soldado por encima del maestro.
Pero no tenemos que remontarnos a la década del ‘30 porque la idea de que todos estamos en libertad condicional, que todos vivimos bajo estado de excepción, que todos somos homo sacer, se está consolidando en nuestro presente mundial. En algunas sociedades esa idea y su funcionamiento se presenta de una manera más radical y abarcativa, como puede ser en EE.UU. donde podríamos tener como mojón la promulgación de la Patriot Act. Por el peso geopolítico mundial de EE.UU. es objeto primordial de análisis. Otro ejemplo, también a su modo excepcional, es el Estado de Israel. El carácter paradigmático de este último ejemplo pasa por la constitución expresamente racista (aunque no asumida) de ese estado.
Ver más en el siguiente enlace: Nuestro insensible camino hacia un totalitarismo