Luis Gerardo Galvis V
En octubre de 2015, a eso de las 07:00PM, Luis se acercó a la oficina de Identidad y Misión de la UCAT. Tocó la puerta. Sabía que estábamos en las entrevistas para escoger los miembros de la 9ª Implementación del Programa de Liderazgo Ignaciano Universitario Latinoamericano AUSJAL. Siempre respetuoso, preguntó si le podíamos hacer las preguntas de rigor.
Minutos después, los que nos encontrábamos ahí, frente a él supimos desde sus primeras palabras que sería una gran entrevista, que sería un extraordinario participante del programa, que sería una de las mejores personas que conoceríamos en nuestras vidas.
Y así fue, Luis.
Te convertiste en una de nuestras mejores personas. Te vimos en Ciudad Sucre. En la frontera. En tu amada frontera. Ahí, te convertiste en un niño más. Eran las dos de la mañana, en la tarima-camión no paraban de tocar los grupos de música campesina, tus hermanos de la 9ª ya no podíamos más con el cansancio y tú no dejabas de correr por toda la plaza con uno, dos y hasta tres niños en tu espalda quienes te decían “caballito, caballito”, mientras, a carcajada limpia, contemplabas e ibas adquiriendo conciencia de eso que, posteriormente, llamarías el sentido de la vida.
¡Cabeza, Corazón y Manos!
En esa misma entrevista, cuando abordamos el tema de la religiosidad, dijiste que veías las religiones, en este caso, la nuestra: la católica, con desconocimiento, respeto y apertura que no era lo mismo que incredulidad. Después de Semana Santa, al regresar de misión, escribiste que te impactó profundamente el modo en que la gente vivía su fe. Mientras, Luis, a nosotros, a quienes te mirábamos con alegría, nos impactaba el modo en que tú vivías la fe. La viviste al modo de Jesús, amando, sirviendo y actuando. En cada caminata, en cada bendición de hogar, en cada celebración de la palabra, en cada planificación de actividades, en cada compromiso que asumiste fuiste tremendamente humano, cercano, solidario, fraterno.
Eso, Luis, a pesar del desconocimiento que alegaste en la entrevista, te hizo conocer a fondo el sentido profundo de nuestra espiritualidad encarnada en Jesús quien, al igual que tú, le puso “Cabeza, Corazón y Manos” a la misión por la humanidad… ¡Toda!
¡Venezuela!
El día que te fuiste al encuentro con Jesús, te entrevistaron en radio Fe y Alegría de Guasdualito. Ahí, en medio de un extraordinario diálogo, sobre frontera, esperanza, proyectos, entre otras cosas, Isaura te pidió un mensaje, como joven y como voluntario, para todos aquellos que se quieren ir del país. De eso que dijiste, coherente cada día de tu vida, resaltaremos tres cosas. Lo primero fue “No todo es malo”. Claro Luis, tu mensaje de despedida lo iniciaste desde la plenitud de vivir con los ojos abiertos. De vivir con la capacidad de abrirse a la novedad, al paso de Dios por nosotros, por Venezuela; no en balde, creías en aquello que le escuchaste al padre Pedro Trigo sj, de que el mal se vence a fuerza de bien. Ante tanta crisis, tus ojos bien abiertos, te permitían ver lo bueno. Y desde ahí, desde lo bueno, viviste y regalaste vida. Luego, en ese mismo mensaje, y siguiendo tu lógica, resaltamos que al ver lo bueno en el país, debíamos “Prepararnos”. Una preparación, Luis, que sabemos, practicaste y fomentaste en cada oportunidad. En tus lecturas, en tus reflexiones, en tu afán por aprender, por investigar, por leer e indagar. Seguías a José Antonio Marina como tu autor de cabecera. Y, en sus reflexiones sobre Inteligencia, Ciudanía, Libertad, etc., te encontrabas para transmitirlas y ver de qué modo las implementabas en tu vocación profesional. Finalmente, y después de reconocer que no todo es malo, que nos debemos preparar, expresaste tu reflexión final a modo de invitación: “Si todos nos vamos, quién va a reconstruir el país”. Los que te conocimos, los que sonreímos contigo trabajaremos por reconstruir tu amada Venezuela.
Esa que contemplabas en alguna carretera del Alto Apure, rodeado de árboles y respirando el aire más puro que conociste, mientras oías “Venezuela” interpretada por tu amado Tío Simón y catalogabas el instante de perfecto y uno de los más emocionantes de tu vida.
El sentido de la vida
A propósito de lo que tanto valoramos de nuestro programa, Luis, te citaremos y dejaremos que sean tus palabras las que nos expliquen cuál era tu sentido de la vida: “Los niños sonríen de una forma tan sincera… cada vez que nos veían venir a lo lejos, sabiendo que ‹‹los profes›› venían a jugar con ellos, después de cada gol celebrado en conjunto, incluso después de caerse porque otro niño les hacía una falta, ellos simplemente se levantaban, se limpiaban los codos y las rodillas y seguían con una sonrisa en el rostro, siguiendo el balón como si no hubiese mañana. Ver eso simplemente me llenaba de alegría y de ganas para seguir jugando con ellos a pesar del sol, ‹‹la calor›› y el gran cansancio físico. Y también, ver eso, me hizo entender lo estúpidos que podemos llegar a ser. Y digo esto, porque siempre andamos buscando el sentido de la vida en cosas superficiales, y no entendemos que todo el sentido de esto, está en algo tan simple como la sonrisa de un niño.”
Luis, ese sentido que encontraste en la sonrisa de un niño lo convertiste en un motor para vivir. E hizo de ti alguien que vivió a plenitud y con la felicidad de hacer lo que te gustaba.
Y con eso nos quedamos, con el Luis que nos regaló sonrisas, con el que vivió plena y libremente, con el que nos alegró la vida o nos hizo pensar, con el Luis que sonrió al ver sonreír a su amada Venezuela.
Gracias Luis, por tu vida. Desde el cielo, al lado de tu amado Tío Simón, sonríe e intercede por nosotros para, como niños, sonreír y ver que no todo es malo.