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Nuestro Dios sabe darnos cosas buenas

sin crédito(13)(1)

Por Luis Ovando Hernández, s.j.

Jesús ora

Los Evangelios nos dan noticia de que Jesús fue un hombre de oración. En diversas oportunidades, contemplamos a Jesucristo nutriendo la relación con Dios Padre mediante la escucha de su Palabra, la búsqueda de su voluntad y poniendo ante Él cuanto vivía, especialmente en compañía de sus amigos, mientras proclamaban el Reino.

De los elementos más notorios de la oración de Jesús, está el hecho de que Él se aparte a un lugar solitario, íntimo, que no se preste a distracciones. La distancia favorece la profundidad de la experiencia, que no es otra que la comunicación cordial entre ambos, esa que favorece el crecimiento y ensancha el corazón, el horizonte y la esperanza.

La soledad, sin embargo, no aleja a Jesús de los demás; todo lo contrario, lo acerca más a ellos, estando siempre a su servicio.

Es igualmente una constante que el Señor sea interrumpido mientras se halla en oración, porque la misión exige de su presencia. El próximo domingo, en cambio, los discípulos esperan a que cierre su momento de encuentro íntimo con Dios, para pedirle que les enseñe a orar.

Es deber del Maestro Jesús enseñar a orar a sus discípulos

La petición de aprender de Jesús cómo se ora es precedida de una frase que nos sitúa en el contexto adecuado: “como Juan enseñó a sus discípulos”.

Para la época, era deber del maestro introducir a sus seguidores en la realidad total, incluida la oración; Jesús no será la excepción. El Señor no se reserva nada de lo suyo, ni siquiera el modo en que se relaciona con Dios. Es decir, con el “Padre”.

A la peculiar solicitud de los discípulos, Jesús responde con lo que hoy conocemos como el Padrenuestro: el modo más hondo que tenemos para dirigirnos a Dios es precisamente llamándolo “Padre”.

Dado que esta oración llegó incluso hasta nosotros, podemos inferir que causó una profunda impresión en los discípulos, que seguramente la rezaron, pero también se encargaron de transmitirla a las generaciones futuras.

El Maestro Jesús enseñó a orar a sus discípulos el Padrenuestro. Ésta es la oración más evangélica que podamos hacer, y la más emblemática, la que sintetiza en definitiva lo que Jesús quería.

Orar sin desanimarse

El Evangelio de Lucas se cierra con dos “consejos” de Jesús, para nosotros que queremos aprender a orar.

El primer consejo es no decaer en la oración, no abandonarla; es menester insistir en ella, para alcanzar la gracia que pedimos, de igual modo que el hombre del relato insiste en tocar la puerta del amigo, a pesar de ser muy tarde, para que lo asista en la necesidad que se le presentó.

El segundo consejo es saber pedir en la oración. Si nosotros, siendo malos —dice el Evangelio— sabemos dar cosas buenas a nuestros hijos, cuánto más nuestro Padre celestial sabrá darnos aquello que le pidamos. E inmediatamente, Jesús aclara que debemos “pedir” el Espíritu Santo. Nada más.

Pedir y recibir el Espíritu es suficiente para afrontar todo cuanto se nos presente en las esquinas de la vida, porque Él es luz para nuestros pasos y fuerza para enfrentar y sobrellevar incluso las penurias que nos acompañan. El Espíritu inspira nuestro trabajo imprimiéndole el sello divino, de manera que todo cuanto hagamos no sea otra cosa que, a fin de cuentas, la voluntad de Dios Padre.

Movámonos, pues, con la confianza de que Dios Padre sabe darnos cosas buenas, satisfaciendo nuestras necesidades. Él nos da lo mejor de sí y de Jesús, el Espíritu Santo.

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