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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

El “nosotros” sigue siendo primera persona…

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Hablar del padre Pedro Trigo, s.j. es, sin duda, referirnos a uno de los teólogos más citados en América Latina. Es doctor en Teología por la Universidad de Comillas en Madrid y también forma parte de de la Comisión de Teólogos jesuitas de la Conferencia de Provinciales de América Latina; fue dos veces director del Centro Gumilla, institución a la que pertenece esta publicación, y profesor de Teología y director del Departamento de Investigaciones en el Instituto de Teología para Religiosos asociado a la Pontificia Universidad Salesiana de Roma. Pero más allá de cargos y honores, es un sacerdote sencillo, que por mucho tiempo estuvo al frente de la Parroquia Universitaria de la UCV y que además vive como piensa, siempre al lado de los más necesitados, en una zona popular de Caracas.

            Pocas personas mejor que él para hablar de uno de los temas centrales de este número de SIC. De hecho, su libro La enseñanza social de la Iglesia, alternativa superadora de la situación, editada por el Centro Gumilla, es un gran marco teórico para esta entrevista.


—El Vaticano habla de Doctrina Social de la Iglesia, pero usted se refiere al tema como Enseñanza Social de la Iglesia. ¿Por qué?

—Según el Concilio Vaticano II todos los cristianos somos el pueblo de Dios y a todo el pueblo de Dios se ha revelado, o sea, Jesús nos tiene, no solo a todo el pueblo de Dios, sino a todos los seres humanos en su corazón.

Todos en él somos hijos y hermanos; ahora, los cristianos somos los que venimos de la comunidad que funda Jesús y por eso somos los que sabemos eso y queremos vivir consecuentemente. Es decir, que lo fundamental del cristianismo no es tener una doctrina, unos preceptos y unos ritos, sino ser los seguidores de Jesús. Entonces, como todos somos seguidores de Jesús, pues lo que nos enseñó Jesús lo tenemos que beber todos en las fuentes del Evangelio y luego ver lo que en nuestra situación, que es distinta de la de Jesús, hay que hacer para ser lo equivalente de lo que Él hizo en la Suya.

            Eso es lo que tiene que enseñar la Iglesia, que somos nosotros al ser hijos en el hijo y hermanos en el hermano y cómo tenemos que comportarnos.

Ahora, esa enseñanza la vamos elaborando todos; entonces, no está hecha para siempre, porque al cambiar la situación también tienen que cambiar los modos de seguir a Jesús, los modos de comportarnos humanamente, aunque siempre tiene que darse la equivalencia, o sea, no de cualquier manera, siempre tienen que ser equivalentes, pero también tienen que cambiar. Entonces, por eso, en vez de una doctrina que es algo fijo, que da una institución a unos cuyo papel es solo recibir, la enseñanza la elaboramos todos los seguidores de Jesús.

Tiene que ver con la vida

—¿Pero cómo nosotros podríamos aportar a esta enseñanza desde nuestra situación o postura de seguidores o laicos?

—Vamos a empezar por el primer tema, o sea, los tres primeros temas tienen que ver con la vida.  

El primer tema, que la vida es sagrada. El segundo tema, que nosotros somos terrenos de la Tierra, o sea, somos uno más de los seres vivos, ¿no? Y tercero, que somos seres humanos que durante muchísimos milenios fuimos como los otros animales, es decir, en procura de la vida, no la teníamos asegurada, éramos recolectores, cazadores y pescadores y teníamos que ir todo el rato tratando eso. Pero luego, nos fuimos empoderando.

El empoderamiento tomó cuerpo como diez mil años antes de Cristo, cuando nació la agricultura, la ganadería, la cestería, el trabajo con el barro para hacer utensilios y también ladrillos, el trabajo con la piedra para la cantería, construir edificios, el trabajo con los metales, y todo eso mediante la ciencia, la técnica y la organización. Y por eso, como unos pocos podían mantener a muchos, podía haber división del trabajo y podía haber ciudades.

Ahora está empezando otra época distinta. Porque ese empoderamiento sobre la naturaleza está llevando a potenciar muchísimo a lo que existe, o también a degradarlo, incluso a que se acabe la vida. Y si se acaba la vida, también nos acabamos nosotros. O sea que se necesita, para que haya vida en la Tierra, mantener un equilibrio.

Estamos en una época nueva, y en esta época nueva, la vida puede mejorarse mucho pero, desgraciadamente, hemos empleado en gran medida nuestra potenciación para romper el equilibrio. El equilibrio ya está roto. Entonces, bueno, pues si no remediamos esto que estamos haciendo, si no cambiamos de camino, pues vamos a la muerte. No solamente la nuestra, sino de la vida en el planeta. Entonces, Dios es el Dios de la vida. Dios es el que nos ha dado vida. Dios es el que nos da siempre vida con su relación de amor constante. Y Jesús ha dicho que Él vino para que tengamos vida y vida abundante. Entonces, si yo soy discípulo de Jesús, no puedo colaborar con eso.

Entonces, todos los cristianos que reconocemos este misterio sagrado de la vida, pues tenemos que hacer lo posible porque cambie esta dirección suicida. La enseñanza social de la Iglesia tiene que partir de describir esta situación, tiene que partir de juzgar esta situación desde Dios y desde Jesús, que es lo que hemos hecho sumariamente, y luego decir qué consecuencias tiene eso para nosotros.

Nos hemos olvidado del segundo punto, que somos terrenos de la Tierra. Si no tomamos conciencia de eso, seguiremos haciendo tonterías. Ahora, lo más que tenemos que caer en cuenta no es solo eso, sino  que todos somos hijos y todos somos hermanos.  Debemos recordar que la vida la recibimos siempre y que todos los seres humanos comenzamos recibiendo.

La vida es sagrada

—Yo podré ser todo lo poderoso que sea, pero yo vengo de la unión de una mujer y un varón y me ha criado mi mamá. He comenzado siempre recibiendo y luego doy. Entonces, tengo que caer en cuenta de eso, que soy siempre hijo y soy siempre hijo absoluto de Dios que me da la vida.

—Por eso la vida es sagrada, no puedo hacer con ella lo que me dé la gana. No, Dios me ha puesto a mí en este mundo, como dice en el capítulo segundo, para que lo cuide y lo cultive. Al cultivarlo lo puedo mejorar, para que eso dé de sí, pero mejorarlo cuidándolo desde lo que es, no entendiéndolo como materia prima para hacer yo lo que me dé la gana, ni entendiéndome a mí mismo como materia prima para hacer de mí lo que me dé la gana.

—El tercer punto era el ser humano…

Decimos que el ser humano es un individuo (individuo viene del latín individus), o sea, es lo que yo ya no puedo dividir, eso es lo que soy, eso es con lo que cuento. Yo cuento con mi cuerpo, con mis pulsiones, con mis deseos, con mis saberes, con mis potencialidades, con todo eso. Eso soy como individuo, pero también soy sujeto, es decir, yo tengo que responsabilizarme de mí mismo y de la realidad en la que estoy.Pero lo más profundo que soy es persona,lo que soy lo he recibido de relaciones horizontales, gratuitas y abiertas.

Bueno, yo tengo que recibir esas relaciones y expandirlas relacionándome con los demás de esa misma manera. Si tomo conciencia de estas tres dimensiones y procedo conforme a ellas, hago justicia a la realidad. Si no, si me creo que soy un individuo y que no soy persona y solamente busco mi provecho, estoy fuera de la realidad.

El “yo” trascendido al “nosotros”

—Estas relaciones de la persona dan lugar a dos tipos de conjuntos humanos, que son las comunidades y las sociedades.

Son distintas las estructuras y no puede faltar ni una ni otra. Las comunidades tienen lugar cuando yo pongo en común lo más genuino de mí y todos los demás que forman la comunidad hacen lo mismo. Yo pongo en común lo más genuino suyo para llegar a constituir un nosotros.

El nosotros sigue siendo primera persona, es decir, que el “yo” se conserva pero trascendido en el nosotros.  

Si Jesús hubiera sido un yo y no un nosotros, nosotros todavía estaríamos en pecado. Cuando Juan fue a bautizar a Jesús sorpresivamente para todos, el Señor se puso en la fila como uno de los que se iban a preparar. ¿Cómo va a ser uno de los que se tiene que preparar si Él es el que va a venir, si los que estaban allí se  preparaban para su venida? Él no tenía ningún pecado, no podía decir perdóname, pero sí pudo decir y dijo perdónanos.

¿Por qué? Porque su amor por nosotros era tan inmenso y tan personalizado que nos llevaba y nos sigue llevando realmente en su corazón y por eso pudo decir padre perdónanos. Y continúa el evangelio diciendo que al subir del río vio que el cielo se rasgó, es decir que su Padre aceptó esa petición de perdón, por tanto mientras Jesús no nos saque de su corazón ya estamos salvados. O sea, el yo más definitivo, más decisivo en toda la historia, digo perdón en nosotros, más decisivo en toda la historia es en nosotros de Jesús.

Jesús es un “nosotros incondicional”

Jesús es un nosotros incondicional, o sea que eso de ser comunidad es importantísimo, es lo más sagrado, porque ¿a dónde vamos todos? Hacia esa comunidad en Jesús, en la otra vida, todos seremos hijos y hermanos, “nosotros” y cada “yo” dará lo máximo pero en el nosotros que formaremos con Dios y con su Hijo.

Esto también tiene pleno sentido en la sociedad. ¿Qué debería ser lo característico de esta? Que cada quien ponga en común sus haberes, lo que él tiene, lo que él puede, lo que él sabe.

Si todos somos ciudadanos de un país todos tenemos que dar lo máximo de nosotros. Pero nadie tiene que pretender más que los demás. No, todas las cosas son de todos y de nadie en particular.

—Todo lo que me acaba de decir es una muestra de que son muchísimos los temas que abarca la enseñanza social de la Iglesia, si usted pudiese condensar todo lo que ha escrito y todo lo que ha buscado enseñar en un mensaje clave, ¿cuál sería?

Que la alternativa superadora de los problemas actuales pasa por la solidaridad, pero también por la subsidiariedad.

La subsidiariedad es que lo que puede hacer el individuo no lo tiene que hacer un grupo, lo que pueda hacer un grupo no lo haga un grupo más amplio, lo que puede hacer una ciudad que no lo haga el país, lo que puede hacer el país que no lo haga el mundo.

O sea, que no nos quiten –a nadie– la condición de sujeto, ni como individuos, ni como comunidades, ni como sociedades.

O sea, que tenemos que hacernos cargo de ambas cosas; o sea, de que yo tengo que poner el máximo, todos tenemos que poner el máximo y todos tenemos que compartir.

Eso es la solidaridad.

Pero que nadie tiene que dejar de ser sujeto.

—Para esta última pregunta quise hacer como un espejo, digamos, de lo que usted nos hace en la lectura orante, cuando dice que nos traslademos a Venezuela, hoy…

Hay un problema quizás, no sé cómo lo ve usted, de ciudadanía.

¿A qué nos llama la Enseñanza Social de la Iglesia para recuperar la ciudadanía?

¿Cómo debemos ejercer la ciudadanía? Tedríamos que pensar más en “la política que en los políticos” o lo mal que lo hayan hecho.

Si yo creo que se necesita esa política para resolver algún tema, tendré que ejercer mi ciudadanía al máximo para que eso se de.

Si yo me siento desmotivado, me pongo en manos de los que hacen lo que les dé la gana, entonces eso no es ninguna solución. Se comprende la desmotivación, pero al hacer eso se agrava la situación en vez de solucionarse.

O sea que a pesar de mi desmotivación, yo tengo que hacer lo posible porque ejerciendo al máximo mi condición de ciudadano…

* Marian Andrea Ortega*. Internacionalista. Fue jefa de redacción de la revista SIC

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