Mario Villegas
La muerte de un solo venezolano por causa del conflicto político que lacera al país es una tragedia. Con cada compatriota que muere por acción de la violencia, ya sea la de los cuerpos represivos del estado, la de los grupos paramilitares que operan con abierta impunidad o la de turbas o individualidades extremistas de cualquier signo, fallece también una parte de Venezuela.
Me refiero en este artículo solo a las personas que pierden la vida en el marco del actual conflicto político, el cual se desenvuelve en un entorno de multitudinarias muertes causadas día a día por el hamponato común y de quién sabe cuántos decesos producto de la hambruna que agobia a buena parte de nuestra sociedad, de la dramática precariedad del sistema de salud y del escandaloso desabastecimiento de medicinas y de insumos médicos de toda índole. Aunque no se conozca estadísticamente, la cotidianidad social alimenta ese subregistro.
Ya son más de 80 los asesinados en dos meses de marchas, concentraciones, protestas y plantones, cuyo origen y naturaleza pacíficos han terminado desvirtuados simbólica y materialmente por la sanguinaria represión policial-militar-paramilitar y por los también repudiables actos vandálicos de ciertos ultrarradicales de presunta oposición que mejor sirven a los intereses del gobierno. Qué bueno que el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López, ha reconocido las atrocidades cometidas por funcionarios de la Guardia Nacional y que Ramón Guillermo Aveledo, ex secretario ejecutivo de la Mesa de la Unidad Democrática, haya exigido valientemente que la oposición organizada condene la atroz muerte del joven Orlando Figueras.
Por la vía que vamos estamos encaminados a que muy prontico este montón de cadáveres ascienda al número 100. Aparte, por supuesto, de los sopotocientos heridos y detenidos, así como de la creciente destrucción material y moral del país.
A propósito de la grave confrontación política y la violencia que ya desde hace años mostraba su rostro en Venezuela, recuerdo haber escuchado al ex guerrillero salvadoreño Joaquín Villalobos decir que, inexorablemente, esa crisis terminaría en una mesa de negociación entre las partes enfrentadas, tal como ocurrió en Centroamérica, donde el conflicto dejó alrededor de 100 mil muertos, ocho mil desaparecidos, más de un millón de desplazados y una gran división en la sociedad. Palabras más, palabras menos, Villalobos nos alertó montado en aquella brutal experiencia: “Los venezolanos deben escoger si se sientan a negociar la paz antes o después de acumular esos 100 mil muertos”.
Claro que el principal responsable de que en el país se produzca una negociación política seria, productiva y verificable es el gobierno, cuyas invitaciones a dialogar están acompañadas de amenazas, descalificaciones y burlas a sus potenciales interlocutores y, aunque parezca increíble, hasta a los mediadores o facilitadores, como ocurrió con el canciller papal Pietro Parolín cuando este solicitó el cumplimiento gubernamental de los acuerdos alcanzados en el anterior intento de negociación.
Y la oposición, cuyas multitudinarias manifestaciones corren el riesgo de desgastarse en el tiempo o caer en el descontrol, tiene la responsabilidad de conducir este proceso hacia resultados verdaderamente favorables a los intereses de ese país mayoritario que está esperanzado y pugna por un cambio democrático en paz y soluciones efectivas y oportunas a la gravísima crisis económica, social y política que vivimos.
No porque el diálogo y la negociación política hayan fracasado una o más veces están descartados como escenarios e instrumentos para procurar acuerdos de conveniencia nacional.
Dicen ordinariamente los abogados que es mejor un mal arreglo que un buen pleito. Y me pregunto: ¿Es un buen pleito este en el que ya vamos para 100 muertos, sopotocientos heridos y detenidos sin suficientes resultados tangibles a la vista?
Aunque no lo acrediten públicamente, en la mayoría de las direcciones políticas de oposición hay conciencia de que tarde que temprano habrá que sentarse a negociar políticamente con el gobierno. Y vuelvo a preguntarme: ¿Por qué no hacerlo más temprano que tarde? Todavía nos faltan 99.900 muertos para equipararnos con el récord centroamericano. ¿Nos proponemos alcanzar y superar ese fatídico récord o paramos esta matazón y nos ponemos de acuerdo en un plan de reconciliación, recuperación y relanzamiento de la Venezuela que todos queremos?
Digo, como en su momento dijo Villalobos sobre El Salvador: una guerra entre venezolanos está condenada a ser perdida por todos o a ser ganada por todos.