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No tenía buena pinta

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Por Luis Ovando Hernández, s.j.

El Evangelio del Domingo está tomado del capítulo nueve de San Lucas —el libro tiene en total veinticuatro capítulos—, y ya se nos dice que el Señor Jesús no fue recibido en territorio samaritano porque “su aspecto era de uno que caminaba hacia Jerusalén”. Es decir, falta un buen trecho aún para llegar a la mitad del Evangelio y ya Lucas nos hace saber que Jesús es un sentenciado a muerte.

En este contexto, se entiende mejor la sensación que deja la lectura del pasaje: Jesucristo está en movimiento, camina hacia su destino; da la impresión de que tiene prisa por llegar consciente del poco tiempo disponible, atiende a los que se le acercan sin pararse, siendo breve en sus respuestas.

Generalmente, cuando nos encontramos en situaciones similares, tomamos decisiones sobre la marcha, sintetizamos para ahorrar (tiempo), podemos incluso ser tajantes, firmes en los principios. En ocasiones, la gestión pide acelerar el paso, cuanto debe hacerse en esas condiciones, precisamente por ser “precipitado”, se realiza sin atropellar procesos ni personas.

En segundo lugar, además de la aldea samaritana que repele a Jesús están tres personas con quienes entabla conversación mientras sigue su camino: el Señor le dirige la palabra a una de éstas, y las otras dos toman la iniciativa de hablarle. Es llamativo la vaguedad del pasaje en este punto, especialmente porque no sabemos con exactitud si estos tres personajes respondieron afirmativamente a Jesús; no está claro si después del cruce de palabras lo siguieron.

Que baje fuego del cielo que acabe con ellos

“Los hijos del trueno”, o sea Santiago y Juan, no se andan con miramientos: quienes se nieguen a recibir a Jesucristo merecen ser abrasados por el fuego celeste, hasta que se conviertan en cenizas. No hay espacio para adversarios y opositores. Esto del Reino va tan en serio que no tiene reparo en quemar manzanas podridas, ovejas descarriadas o a quienes no acepten al Señor.

Por su parte, Jesús es de otro parecer. Con suma paciencia reprende a los suyos. La disidencia no tiene por qué ser pulverizada. Los pueblos que cierren sus puertas no tienen por qué desaparecer del mapa o ser invadidos y sometidos. El Dios de Jesús no es el dios Vulcano, que resuelve sus diferencias con fuego y lava.

No deja de ser curioso, sin embargo, el motivo por el que los samaritanos no admiten a Jesús: “su aspecto era de uno que caminaba hacia Jerusalén”. No tenía buena pinta, pues.

Sin negar el resabio de tipo religioso que pueda esconder la frase, me parece más bien que tenga que ver con que las personas no están dispuestas a apostar al perdedor, al que va directo al fracaso, es decir, a la muerte.

Te seguiré, pero déjame primero…

Jesús en movimiento tiene un itinerario más bien cuesta arriba, pesado. En Jerusalén lo espera un final cruento, que lleva a pensar que su misión fue un soberano fracaso. Va acompañado incluso de gente agresiva, que cree que la violencia es la solución de todos los males y que el fuego se combate con fuego. Se le cierran las puertas incluso de poblados, el entusiasmo que generó ha disminuido.

Pero Él continúa impertérrito; fiel a la tarea asumida, no detiene sus pasos. Este modo de ser de Jesús sigue generando esperanza, llamando colaboradores a su misión. Nacen las vocaciones, los llamados.

A quienes se sienten invitados a continuar las huellas de Jesús, el Señor no les “endulza la píldora” creando falsas expectativas; al contrario, es radicalmente franco: el sendero que conduce a la vida con sentido está signado también por la austeridad y la falta de muchos “objetos” que el ambiente considera y nos vende como fundamentales para ser felices.

Con otras palabras: el seguimiento se hace desde una sencillez de vida, generosamente, desprendiéndonos de lo baladí, siendo solidarios con los sencillos con Espíritu, compartiendo la propia existencia sin falsas pretensiones.

Por otro lado, en la lectura del evangelio aparecen dos personajes anónimos bien dispuestos a acompañar a Jesús en su camino, pero antes deben resolver algunos pendientes. Si nos fijamos en aquel que debe primero enterrar a su padre, nos damos cuenta inmediatamente de que sus “pendientes” no son excusas vulgares o superficialidades, sino verdaderas obligaciones.

Si nos quedamos fijos en una lectura literal del pasaje nos veremos envueltos en un problema espiritual de tal magnitud, que probablemente terminaremos más confundidos que cuando oímos inicialmente la Buena Noticia de Jesucristo.

Con otras palabras: la adhesión a Jesús no genera una situación antagónica con todo aquello que forma parte de nuestras vidas, que valoramos e incluso amamos, a lo que nos “debemos”, sino que una vez nos sumamos a su misión, todo aquello que nos ha acompañado hasta ese momento tendrá que pasar por el tamiz de lo que implica estar siempre lo más cerca de Él.

Obligaciones de envergadura como son sepultar a nuestros seres amados y despedirse de la familia de origen, pasan ahora por la persona de Jesús y —por muy increíble que parezca— cobran otro matiz, aquilatando nuestra alegría y nuestra esperanza.

Es cierto que, en muchas ocasiones, la cosa no tiene buena pinta. Pero también es cierto que muchas dinámicas humanas e históricas se parecen a la sábila, que apesta, pero es bondadosa.

En memoria del P. Nelson Sandoval, OFMCap

Nos conocimos siendo jóvenes y compartimos parte de nuestra formación religiosa. Nelson se hallaba en la Sierra de Perijá, en Tukuko, donde se dio por entero a los indígenas yukpas hasta su fallecimiento el pasado 11 de junio.

El Señor te reciba en seno y te dé la paz. Tú, en cambio, intercede por nosotros y por los indígenas nuestros, abandonados por todos, menos por ti.

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