Alfredo Infante sj
Hoy la iglesia celebra la fiesta de la ascensión del Señor. En la primera lectura de los hechos de los apóstoles se narra cómo después de la pasión y muerte, Cristo resucitado se aparece a los apóstoles para animarlos en la misión; y a los 40 días (40 número que simboliza la plenitud, totalidad) asciende al cielo. Los discípulos seguían aferrados a la esperanza mesiánica, por eso preguntan en aquella reunión: “Señor, ¿ahora si vas a restablecer la soberanía de Israel?” Israel esperaba un mesías poderoso que les iba a liberar de los enemigos e iba a restablecer la soberanía. Pero Jesús, es mesías antimesianico. El no viene a sustituir, viene a despertar las conciencias y la fe del pueblo para que corresponsablemente, entre todos, construyamos la fraternidad de los hijos e hijas de Dios. Tampoco su reino es el reino territorial que se aguardaba, su reino es la fraternidad universal. Por eso, nos dice: “no les toca a ustedes conocer el tiempo y la hora que el Padre ha determinado con su autoridad”. El asciende al cielo y nos deja como corresponsales de su misión; nos entrega su misión. Cuando esto pasa los discípulos se quedan atónitos mirando al cielo y dos ángeles le reprenden “Galileos, no se queden parados mirando al cielo”. Hay pues, en los discípulos dos grandes tentaciones humanas: 1. el mesianismo que es entregar a otro la responsabilidad de nuestro destino; 2, la desconexión fe-vida. Quedarnos paralizados mirando al cielo desencadenando nuestra fe de la realidad que vivimos. Ambas tentaciones Jesús la reprende porque por un lado, se eleva, se retira, para que asumamos nuestra misión responsablemente; la segunda, los Ángeles hacen que dirijamos nuestra mirada a la realidad para trabajar por hacer de este mundo, en nuestro caso de Venezuela, un lugar para la convivencia fraterna y democrática, denunciando todo aquello que la amenaza. Por eso, en el evangelio de Mateo, Jesús nos dice que vayamos a anunciar la fraternidad en todo el mundo, fraternidad que anunciamos y celebramos en el bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Allí celebramos que como humanidad estamos llamados a ser y vivir como hermanos, hijos de un mismo Padre. Por eso Jesús, aunque se va, no nos deja solos, nos deja su palabra y su Espíritu, para que con la luz de su palabra que es su vida, y la fuerza de su Espíritu que es su amor derramado en nuestros corazones seamos una iglesia viva, profética, sabia, libre de miedo y de ataduras al poder de este mundo, y comprometida por la dignidad humana y el proyecto fraternal que se consuma en Cristo Jesús, caminemos llenos de esperanza, porque como el mismo Jesús nos lo dice en el evangelio: “yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. ¿Qué nos dice esta palabra hoy en esta hora que vivimos como país?