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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

No reduce la inflación pero anima

Luisa Pernalete*

_DSC2304Por estos días en Venezuela, cuando no se sabe qué golpea más, si la inflación, andar atrás de los productos básicos o las secuelas de la violencia, andar con una lupa buscando signos de esperanza es prioridad.

Si se afinan los sentidos, encuentra uno casos como el de la señora Ruth. Llegó temprano a la escuela donde estudia su hijo y le contó a la directora la situación de un vecinito, también alumno de la escuela. “La mamá sale a trabajar y son muchas las veces que deja a los niños encerrados con llave y sin comida, por eso faltan tanto a clase, pero además, cuando llega les pega como si fueran un balón de fútbol. Vengo a ver qué puede hacer la escuela”. Alguien dirá, ¿dónde está el signo de esperanza en esta historia trágica? La esperanza nace cuando una se entera de que Ruth es viuda y medio vive vendiendo detergente en su casa: “no puedo irme a trabajar afuera y dejar a mis hijos solos, como hace la vecina”. Eso no le da para comer todos los días, pero ella no fue a la escuela a hablar de su precaria situación sino de la del pequeño de al lado. ¿No es de admirar esa solidaridad? ¿No es verdad que “quien tiene un hijo, tiene todos los hijos de la cuadra”? Todavía hay más. La directora después de escucharla le dijo que iría a visitar a la familia. Nada de hacer una citación que no será atendida y lavarse las manos. ¿No les nace admiración por esa directora también?

Veamos otros signos de esperanza de ese mismo centro. De 20 niños de 5° grado, cuando se les preguntó qué harían si sus hijos se portaran mal, 16 dijeron que no les pegarían, sino que les hablarían: “yo lo pusiera a dormir- dijo uno – para que se le pase la rabia”. Ya 13 de ellos habían dicho que en sus casas  se les pega para corregirlos, pero ellos no hablan de repetir la historia. Uno de ellos, Andy, chico de conducta difícil, huérfano de madre y cuyo padre le pega por todo, comentó que él  había sentido alegría cuando la maestra había llamado a su papá no para quejarse sino para decirle que se había portado bien ese día, y entonces su papá lo había felicitado. ¡Aplausos para la maestra, para Andy y para su papá!  O sea, que la escuela puede ayudar a romper espirales de violencia.

Esperanza encuentra uno también en las palabras de Del Valle. Sabe que en su barrio nadie está a salvo de las balas. Dice que las bandas las forman muchachos menores de 18 años. “Nosotros sabemos que hay que seguir trabajando por la paz”. Cuenta de casos de muchachos que “andaban en malos pasos” y después de mucha escucha y algunas oportunidades hoy andan en otra cosa. ¡No te canses nunca Del Valle!

Nada de lo anterior reduce la inflación, pero anima.

*Directora del CFIPJ – Fe y Alegría

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