Israel David Velásquez*
Apagones van y vienen desde el pasado 19 de abril en todo el estado Zulia, más son las horas en las que no se cuenta con el servicio eléctrico, que en las que se puede gozar de dicho servicio. Se pasó de un supuesto “plan de administración de cargas” que restringe el servicio eléctrico por 3 horas a que sólo haya electricidad 4 o 6 horas al día en algunos sectores. El problema eléctrico, sumado a las altas temperaturas características de nuestra región, a la deficiencia en los servicios de gas y agua, junto al colapso de los puntos de venta genera cansancio en la población y limita además el acceso a la alimentación. La dura realidad que vivimos me hace preguntarme ¿Dios nos abandonó?
En uno de esos apagones tuve la oportunidad de leer “Dios en mi Secuestro” libro donde el banquero venezolano Germán García-Velutini narra su encuentro con Dios durante el secuestro sufrido en el año 2009. Al leer las características del lugar donde estuvo en cautiverio; una celda pequeña, con poca ventilación e iluminación, con el sonido de una planta eléctrica, donde a veces se alimentaba sólo 2 veces al día e incomunicado, me hizo comparar esa realidad con lo que estamos viviendo los zulianos, preguntándome ¿Estamos secuestrados sin saberlo? No obstante, a medida que avanzaba en la lectura llegué a otra conclusión; es Venezuela la que está secuestrada, y con ella nuestros sueños, planes y calidad de vida, mientras que nosotros los ciudadanos estamos cumpliendo el difícil rol de los familiares que se ven en la obligación de tratar y negociar con los secuestradores.
Ante este escenario donde junto con el país parece que nos jugamos la vida sintiendo que además estamos a punto de perderla, regresamos a la pregunta inicial; ¿Dios nos abandonó?, luego de leer el libro de García-Velutini y estar un rato contemplando a Jesús Sacramentado en la jornada de oración convocada por la Conferencia Episcopal Venezolana, confirme que Él nunca nos abandona, es normal tener miedo y desfallecer en algunas oportunidades producto de las situaciones límites a las que nos enfrentamos, el mismo Jesús demostró su humanidad al estar en la cruz exclamando “Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado”. Sin embargo, así como le recriminamos a Dios los problemas que tenemos como país, somos incapaces de reconocerlo en lo que he denominado “milagros cotidianos” que en la Venezuela de hoy son cada vez más comunes.
Un “milagro cotidiano” es cuando se juntan la fe, la ilusión y el esfuerzo propio. Son cotidianos porque cada vez se hacen más frecuentes, y para la naturaleza humana pueden llegar a ser sencillos y corrientes si no lo miramos desde la óptica de la fe. Cuantas personas no se han visto en los últimos meses apretados económicamente y de sorpresa algún familiar o amigo que se encuentran en el exterior deposita dinero a nuestra cuenta. A veces no tenemos efectivo para ir al trabajo y por arte de magia algo nos lleva a algún bolsillo, morral o cartera y en él encontramos el dinero que justo necesitamos, incluso las cajas CLAP que casi nunca llegan a nuestro barrio o sector y cuando estamos preocupados por los alimentos, llegan de manera milagrosa. Un último ejemplo, son aquellas medallitas o argollas de nuestras abuelas o bisabuelas que creíamos no tenían más valor que el sentimental, y nos encontramos que son oro o plata, sacándonos de algunos apuros económicos. En estos momentos, no somos capaces ni de decir “¡Gracias Señor!”
Los “milagros cotidianos” hay que buscarlos, necesitan colaboración de nuestro esfuerzo propio para producirse, en este sentido, si nos resignamos a irnos del país y somos de las personas que tenemos esperanza en ver un mejor porvenir, Dios no nos abandonará y se manifestará de diferentes maneras a través de la cotidianidad. Si queremos trabajar o estudiar y así aportar nuestro granito de arena al país, pero nos preocupa el problema del transporte público, la hiperinflación, la escasez de efectivo, debemos pedirle con fe a Dios que se encargue de buscar las maneras de acompañarnos en estos momentos. Si, por el contrario, nos sentamos en el sillón de nuestra casa esperando que el día de mañana nos despertemos en el país de las maravillas y todos nuestros problemas se resuelvan, nos vamos a frustrar y seguiremos alimentando nuestro desánimo y tristeza, aún más si nos dedicamos a criticar y rechazar toda alternativa, propuesta o invitación que surja en búsqueda de construir un mejor país.
Es verdad que la realidad nos impide soñar con un mejor país, nuestros sueños y planes están secuestrados, pero tenemos en nuestras manos la posibilidad de que sigan vivos, teniendo el convencimiento interno que hay una luz que no nos pueden racionar y que es la más vital para seguir en pie de lucha, que no es otra que la que proviene de Dios y sostiene nuestra esperanza. No debemos hacernos falsas expectativas, sólo dedicarnos a hacer lo que nos corresponde, lo demás sólo Dios se encargará de encontrar el momento oportuno e indicado para revertir la situación. Es preciso recordar, que Jesús no nos dijo nunca que el camino sería fácil, por el contrario, nos invitó a tomar nuestra cruz y seguirlo (Mt. 16, 24), cada uno desde su libertad decide si aceptamos la invitación o no de caminar en esta vida tan dura con nuestra cruz a cuestas.
Por último, resumo en tres ideas centrales el mensaje que me dejó en lo personal el libro Dios en mi secuestro de García-Velutini;
1. La vida es dura pero justa, nuestro Señor nos protege.
2. Asumamos el destino que no se elige y no tengamos miedo a los sustos de la vida.
3. No intentemos hacer cosas grandes, empecemos por las pequeñas, las cosas grandes seguro vendrán siguiendo a este quehacer diario.
*Politólogo-Centro Gumilla Zulia