Este artículo va dirigido no solo al Gobierno y a la oposición y a las mesas de diálogo (que cuando salga este artículo pueden estar ya fenecidas), sino a todos los venezolanos, porque de todos modos el diálogo es imprescindible y nos incumbe a todos y todos tenemos que presionar para que se dé hasta lograr los resultados esperados
Pedro Trigo, s.j.*
El punto de partida es que el diálogo es imposible. Por eso es imprescindible dialogar para hacerlo posible. Si de entrada fuera posible, no se necesitaría entablar mesas de diálogo: bastarían los canales ordinarios, sobre todo la Asamblea Nacional.
Es imposible porque muchísima gente y entre ellos la oposición, no confía en el Gobierno. No es que esté en desacuerdo con él, sino que cree que no es de fiar porque no es leal y ni siquiera veraz. Cree que ahora no es más que una dictadura decimonónica empeñada en no perder el poder. Al principio se creyó una revolución, luego apareció su carácter totalitario, refrendado cuando, después de perder el referendo para reformar la Constitución, Chávez puso en práctica las reformas que le fueron negadas por la ciudadanía. Ahora ni siquiera gobierna; gasta casi todas sus energías en permanecer por cualquier medio. Ahora bien, parte de la oposición también ha mostrado su carácter poco democrático al instar a permanecer en la calle hasta que cayera el Gobierno, obstaculizando el desenvolvimiento de la ciudadanía para lograr sus fines, sin advertir que lo que sale de ese modus operandi no puede ser una democracia. Por eso una parte considerable de la ciudadanía no cree ni en el Gobierno ni en la oposición. No se siente representada por ellos y va en busca de una alternativa superadora. En estas condiciones no es posible el diálogo. Y sin embargo, es imprescindible.
El que el diálogo de entrada sea imposible hace ver lo deteriorada que está la situación nacional. No solo nos pasa que no hay alimentos y donde los hay, sobre todo en la frontera, no alcanza el dinero para compararlos; no solo que no hay medicinas, ni siquiera las imprescindibles para los enfermos crónicos, ni los elementos más elementales en los hospitales; no solo que la inseguridad es pavorosa y que la impunidad es casi total, ya que en la comisión de delitos están incluidos muchos jueces y policías; sucede además que no hay cauces para procesar superadoramente estos problemas. Todos los que arbitra el Gobierno, como parten de la exclusión de la empresa privada productiva, que es la independiente de él, agravan la situación.
Por eso es imprescindible dejar de lado los cauces ordinarios (hay que reconocer que hace tiempo que se dejaron) y sentarse a dialogar hasta que se resuelvan estructuralmente estos problemas. Estructuralmente, no mediante medidas para cada caso, desconectadas de los demás. El esquema de las misiones no sirve. No hay problemas sueltos. La realidad es una estructura abierta en la que todo está conectado. Las medidas que se tomen tienen que modificar la realidad.
Dialogar para hacer posible el país
Si no hay conciencia de que la situación no aguanta más, que no hay derecho que la gente tenga que sufrir tanto, que la vida de la gente vale más que el poder político, el prestigio internacional e incluso el dinero robado; si no hay conciencia de que nunca en la historia de Venezuela hemos vivido tan mal e incluso que nunca en la Venezuela moderna pudimos haber imaginado que pudiéramos llegar a este abismo; si no hay conciencia de que, teniendo las reservas probadas de petróleo más grandes del mundo, la empresa que lo produce no solo no financia una parte considerable de la marcha del Estado, sobre todo de la Seguridad Social, sino que está quebrada porque no es productiva, porque cuando llegó este Gobierno producir un barril costaba cinco dólares y ahora cuesta más de veinte; si no tomamos conciencia de que las empresas expropiadas no son productivas; si no tomamos conciencia de que esto, además de ser absolutamente injusto, es inviable; si no tomamos conciencia de que el país es de todos y que, por tanto, el Gobierno no es dueño del país; si no tomamos conciencia de que lo que nos incumbe a todos lo tenemos que discutir y decidir entre todos; si no tomamos conciencia de todo esto y, sobre todo, si no nos duele en el alma el sufrimiento de la mayoría de los venezolanos, no haremos lo suficiente para que estos problemas estructurales se resuelvan mediante el diálogo constructivo.
Fomentar actitudes que posibiliten el diálogo
Solo si somos de verdad hermanos de todos los venezolanos y por tanto no andamos pensando únicamente en nuestros intereses y en los de los nuestros, sino en todos y sobre todo en la vida amenazada por el hambre y la inseguridad de las mayorías, solo si estamos en esa tesitura vital o por lo menos queremos decididamente estarlo, nos abocaremos al diálogo como único camino de solución; entonces sí entraremos al diálogo hasta que se resuelvan.
Lo que más urge entonces es fomentar estas actitudes, tanto en nosotros como en el ambiente, y desechar las contrarias. La primera actitud que tiene que plantearse de otro modo es la de considerarse un individuo suelto y mirar por sí mismo, desentendiéndose de lo demás. Nos hundiremos cada día más si cada quien se limita a mirar por sí mismo. Tenemos que ver nuestro bien en el bien del conjunto. Ese es el sentido del bien común: el bien al que yo he contribuido, como han contribuido los demás, en que se realiza mi bien como miembro personalizado del conjunto, como se realiza también el bien de los demás. Tenemos que pasar del juego que se juega a nivel mundial, un juego deshumanizador y letal, en el que lo que uno gana lo pierden los demás, a otro en que todos salimos ganando.
Este cambio es capital. En este sentido tenía razón Chávez al criticar a la dirección dominante de esta figura histórica porque va en la dirección de mayor inequidad de toda la historia. En este punto el problema no es solo nuestro país, es también la dirección dominante de esta figura histórica que en este punto no se presenta para nosotros como una alternativa superadora. Este cambio de actitud es indispensable para que el diálogo lleve a una verdadera solución, es decir para que salga ganando el país y los ciudadanos en él, y no, algunos privilegiados.
La segunda actitud que tiene que remitir es la de mirar solo quiénes son los culpables y qué hacer con ellos, porque el que la hace, la paga. La justicia y el resarcimiento de las víctimas no se pueden omitir; pero antes, como primer paso, hay que solucionar estructuralmente estos problemas gravísimos, impostergables. El que está en el poder, si no es verdadero representante de los ciudadanos y por tanto responsable ante ellos, vive la ilusión de que el poder, del que se está aprovechando, es eterno. Sin embargo, la justicia siempre llega. Pero no podemos empezar por ahí. No podemos estar todo el rato discutiendo quiénes son los culpables y qué hacer con ellos. Ahorita nuestra conciencia tiene que estar ocupada en cómo salir de esta situación invivible.
Tampoco la actitud puede ser cuánto cedo yo y cuánto cedes tú. En este momento también deben postergarse los legítimos intereses partidistas, y mucho más, obviamente, los no legítimos que están fuera de lugar cuando lo que nos ocupa es cómo solucionar esta situación inhumana. Hay que ver los problemas y las soluciones más estructurales, duraderas y viables.
Tampoco podemos discutir desde la ideología. No es el momento de proponer al país una ideología. Hay que poner de frente la realidad, con el deterioro estructural que sufre, para ver cómo se le pone remedio duradero, no parches.
Por eso lo que hay que fomentar es la conciencia de realidad: dejarse afectar por la situación concreta de tantísima gente. Ver la gente, como carne de nuestra carne, como nuestros hermanos. De tal manera que estos problemas sean nuestros problemas.
Diálogo para la rehabilitación de los culpables
Un aspecto infaltable del diálogo, del que nadie habla, pero indispensable, si queremos que el país funcione y, más en el fondo, el bien de todos los ciudadanos, porque todos son nuestros hermanos, es la rehabilitación de los que han dejado de lado su dignidad y se han aprovechado de la situación.
Esta actitud la provocó el mismo Chávez al poner en práctica el socialismo rentista. Él aseguró que con el petróleo (eran los años de precios más altos de la historia) tendencialmente no había que explotar a nadie. La cuestión era una justa distribución de las ganancias. Solo se fijó en el carácter alienado del trabajo y no en su condición de cauce insustituible de humanización al capacitarse y ejercer sus capacidades para bien de la sociedad. Un país de rentistas es un país de parásitos, de adolescentes que no han llegado a la plena posesión de sí y a su madurez humana. También a él se debe disponer del dinero sin informar a nadie. Con esto no solo su gobierno dejaba de ser democracia, porque la democracia es responsable, sino que se propiciaba la corrupción en gran escala, cosa que en efecto pasó y pasó impunemente, porque no se enjuició a nadie. Así sigue.
Echando por lo bajo, más de un millón de ciudadanos tiene necesidad de rehabilitarse. Si no nos ponemos todos en la dirección de propiciar la rehabilitación de estas personas, no es posible el país. Ante todo, porque la mera práctica de la justicia legal es imposible. Primero porque no puede haber cárceles para tantos. Pero, además, ¿qué jueces los iban a condenar si la mayoría necesitan ser rehabilitados? ¿Qué policías los iban a poner presos si la mayoría necesitan ser rehabilitados? ¿Qué carceleros los iban a custodiar si casi todos necesitan ser rehabilitados? Pero además tienen que rehabilitarse porque todos necesitamos que el cuerpo social se sanee para que todos podamos vivir con confiabilidad mutua y seguridad.
Pero sobre todo necesitamos que se rehabiliten porque los queremos como hermanos y queremos su bien. Tenemos que querer que se rehabiliten hasta los mayores culpables de la situación. Hasta los que tienen que ir a la cárcel, tenemos que querer que se rehabiliten y poner las vías para ello. Si no queremos su bien, si lo que queremos es que se se acabe esa plaga, entonces nosotros también estamos enfermos y somos parte del problema del país y necesitamos ser rehabilitados. Este tema de diálogo es el más difícil, pero a la larga decisivo.
*Miembro del Consejo de Redacción de SIC.
Notas
[1] Puesto que el mes pasado escribimos sobre los contenidos del diálogo, centraremos este artículo en su necesidad y en las actitudes indispensables