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No hay bien común sin espíritu de servicio 

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Luis Ugalde*

Aun cuando deseamos construir sociedades de bien común con oportunidades para todos y sin pobres ni excluidos, la política exitosa de bien común exige valores, capacidad política y liderazgo para superar y trascender las diferencias que nos enfrentan. Una mirada al bien común desde el Evangelio de Jesús de Nazaret es lo que sigue

El bien común de una nación, de un municipio o de la humanidad entera se proclama como un deber ser, y es el corazón de las enseñanzas sociales de la Iglesia, junto con los principios de solidaridad y de subsidiariedad, en búsqueda de las mejores oportunidades para la dignidad de todas las personas humanas que integran esa sociedad.

Poder y dominio contra el bien común

Pero a lo largo de la historia, en la realidad, el poder se nos presenta como dominación e imposición de unos y destrucción de los otros. Cuando los apóstoles con ambición de poder discutían sobre los primeros puestos, Jesús los reprendió, denunció el veneno que impide la política del bien común y les mostró el verdadero camino: Saben –les dijo–, que entre los paganos los tenidos por gobernantes dominan las naciones como si fueran sus dueños y los poderosos se imponen. No así entre ustedes; más bien, quien quiera ser grande entre ustedes que se haga servidor de los demás; y quien quiera ser el primero que se haga servidor de todos. Como el Hijo del Hombre que no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida por muchos (Marcos 10,42-45). No hay bien común sin espíritu de servicio. El camino es dar la vida del yo, para encontrarla en “nos-otros” que incluye al nos y a los otros.

Jesús dice a sus discípulos (de ayer y de hoy) que quien convierte el poder y el dinero en dioses supremos condena a otros a la esclavitud. Pero “entre ustedes no ha de ser así”, el más importante sea el que más sirve; servir a todos, servir a un bien común que no anula a los individuos, sino que los afirma como personas solidarias que aportan al bien común como verdadera oportunidad y espacio donde se realizan las personas individuales. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere da fruto (Juan 12,23).

La Santísima Trinidad es “nos-otros”, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Jesús es “Dios con nosotros” (Mateo 1,23), un Dios hecho carne y nosotros recibidos como hijos de Dios. Al hacernos hijos nos invita a hacernos hermanos con amor, como lo expresamos en la oración del Padre Nuestro que el Maestro nos enseñó. Dios es amor y Jesús es la figura humana encarnada y visible de ese Dios-amor. “Quien me ve a mí ve al Padre” (Juan 14,9), ve la plenitud del amor humano que se expresa en dar la vida por los hermanos. La primera carta de Juan nos dice: “A Dios nunca lo ha visto nadie, pero si nos amamos unos a otros, ahí está Dios” (1 Juan 4,12). Cuando nos reconocemos y afirmamos mutuamente ahí está Dios vivo y actuando. Por eso “[…] si uno confiesa que Jesús es Hijo de Dios, Dios permanece con él y él con Dios… Dios es amor: si alguien conserva el amor, Dios permanece con él y él con Dios” (1 Juan 4,15-16). Esa es la identidad antropológica de la humanidad y si uno dice que ama a Dios mientras odia a su hermano, miente; porque si no ama a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (1 Juan, 4,20).

El salir del yo al nos-otros es una invitación divina y un proyecto de vida que se va haciendo, pero que también puede ser frustrado por nosotros. Esa es la semilla del Reino de Dios sembrada en cada uno de nosotros, y trabaja para el bien común encarnado en los diversos círculos de pertenencia sociopolítica, desde la aldea hasta la humanidad entera, pasando por el Estado nacional.

Lobos o hermanos

Los humanos no nacemos completos ni tenemos nuestra plenitud en nosotros mismos, sino fuera de nosotros; estamos hechos para el Amor con mayúscula, que es Dios. En esto somos distintos de los animales programados con leyes e instintos cerrados que permiten prever lo que va a ser la hormiga o la abeja sin tener que ir a la escuela a aprender el hormiguero o el panal de miel… Nosotros, en cambio, en la búsqueda de nuestra realización somos libres y podemos hacer cosas contrapuestas: podemos hacernos criminales y negadores de los otros o ganar nuestra vida dándola por los otros y así encontrarla en “nos-otros”.

El hombre es también creador de ilusas torres de Babel, vanos intentos para alcanzar su cielo. Es talentoso creador, cambia el mundo y crea maravillas, pero también falsos dioses y paraísos. Específicamente entroniza al poder y al dinero como fines supremos, que implantados en su corazón como dioses que dominan la política y la economía, establecen una dinámica de opresión y de explotación que niega el bien común de todos.

Por el contrario, una política animada por el Espíritu de Jesús pone en el centro la afirmación y la liberación del hermano sometido por esos dioses. No es que el cristiano sea enemigo del poder y rechace los bienes de la tierra y la prosperidad, sino que su grande y difícil tarea es humanizar-divinizar la política y la economía, es decir asumirlas y transformarlas para que no sean fines supremos y dioses que oprimen y exigen sacrificios humanos en su altar, sino exitosos instrumentos de vida sin exclusiones.

Nuestra acción transforma la política y la economía cuando el Espíritu de Cristo actúa en nosotros, cuando afirmamos al más débil y pobre, y asumimos las realidades inhumanas para transformarlas.

Esta lucha y opción personal se expresa en la historia de la humanidad en diversas etapas y modos afirmando al “yo” contra el “otro”. De ahí las esclavitudes, guerras, conquistas, pobres excluidos, discriminaciones raciales, nacionalistas, sexistas… Es el enfrentamiento permanente entre el interés particular mío contra el bien común. Se lucha con armas y también con engañosas ideologías que legitiman las dominaciones y opresiones con negación de los sometidos, buscando que acepten su sometimiento y su “inferioridad”. Basta mirar la historia para ver cadenas de guerras que niegan al otro, lo convierten en enemigo y tratan de matarlo o de someterlo. Y los prisioneros de guerra son convertidos en esclavos: negados “en si” y sometidos “para mí”.

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Crédito: SULTAN KITAZ / REUTERS

Hacernos hermanos

Jesús nos dice que nuestra realización está en hacernos hermanos y que, quien da la vida no la pierde, sino que la encuentra en el “nos-otros”. Al mismo tiempo nos muestra que nuestra plenitud no está en nosotros sino en Dios que es Amor y que el paraíso en su plenitud no se logra en esta tierra. Nos invita a convertirnos de lobos a hermanos como él, reconociendo que dar la vida por otro no es perderla, sino ganarla. Jesús refuerza y revela esta verdad con el don de su propia vida: “Nadie tiene más amor que quien da la vida por otro. A mí me van a quitar la vida, pero yo la doy voluntariamente porque ustedes son mis amigos” (Juan 15,12). Cristo resucitado por el Padre se nos muestra como el Justo que pasó haciendo el bien y con su muerte culminó la donación de su vida, demostrando así que el amor es más fuerte que la muerte.

Hobbes, leyendo sabiamente la condición humana y su historia, nos dice que somos lobos: unos contra otros. Lobos que niegan y destruyen al otro, sea individuo, nación, raza o humanidad. Por eso la historia es una sucesión de guerras con millones de muertos; en las dos guerras mundiales –entre países con racionalidad instrumental más avanzada– casi se llegó a la pavorosa cifra de cien millones de muertos. Las torres de Babel para alcanzar los cielos de la Razón autosuficiente, del Capital y la Ganancia, del Tercer Reich o del Paraíso Comunista encandilaron y dieron sus frutos iniciales para luego derrumbarse en su pretensión de dioses absolutos.

Jesús nos revela con su enseñanza, vida, muerte y resurrección que la pugna entre lo común y lo individual enfrentados como enemigos que luchan por someter y excluir al otro, se resuelve en el “nos-otros” que es lo común construido y vivido de manera que no niega lo personal, sino que lo afirma, y busca su realización; lo privado cultiva en sí lo común y lejos de anularlo posibilita su realización. De esa manera el bien común es el bien personal de cada integrante, la realización de su dignidad y no su anulación.

Con el tiempo se va descubriendo que esas divisiones (que se creían puestas por Dios) entre castas superiores e inferiores, señores y esclavos, son creaciones humanas pecaminosas y que el amor de Dios quiere que desparezcan; que la creatividad de nuestro amor y nuestras acciones las hagan desaparecer en una sociedad más humana, libre de esas negaciones.

El cristiano lleva una semilla de humanidad donde todavía está negada. Lo vive con una escisión entre la realidad que vivimos y la que afirmamos como ausente pero verdadera. El bien común que incluye a los excluidos siempre está en la oración de Jesús y de sus discípulos. Incluso, cuando esquizofrénicamente vivimos y actuamos excluyéndolos, le rezamos al Padre nuestro, hablamos a “Dios con nosotros” Le decimos “Venga a nosotros tu Reino” y “perdona nuestras faltas” …

En las trincheras de las guerras –por ejemplo, entre franceses y alemanes en las dos guerras mundiales– ambos bandos rezaban el Padre Nuestro que abrazaba al otro como hermano, para luego dedicarse a matarlo con la mayor eficacia posible; al día siguiente en la oración que Jesús nos enseñó volvía a afirmarlo y abrazarlo inconsciente. Esa oración, que contradice la realidad y nuestra actuación, llevaba en ella la semilla transformadora que años después producirá la alianza y afirmación mutua entre ambos países, desarrollando instituciones y políticas de bien común de ambas y de Europa. Hoy franceses y alemanes están convencidos de que no le irá bien a una nación si no le va bien a la otra, aunque ayer eran rivales a muerte.

No basta querer, es necesario poder

Aun cuando deseamos construir sociedades de bien común con oportunidades para todos y sin pobres ni excluidos, la política exitosa de bien común exige valores, capacidad política y liderazgo para superar y trascender las diferencias que nos enfrentan. Eliminar las discriminaciones requiere bondad, mucha capacidad técnica y productividad para generar oportunidades, sumar voluntades y multiplicar logros. No basta querer. Como dice la Biblia esa sabiduría política y la capacidad nos lleva a convertir las espadas en arados y las lanzas en podaderas (Isaías 2,4); y hoy los tanques, aviones de guerra y bombas en escuelas y valores de convivencia.

Dentro de cada uno el amor de Dios desata el diálogo y la dialéctica entre el corazón y el horizonte utópico del bien común, nunca logrado plenamente pero sí anhelado. Diálogo donde vamos tendiendo hilos y caminos, creando instituciones apropiadas y madurando las condiciones de posibilidad para la conversión de los lobos en hermanos.


* Doctor en Historia. Coordinador de Educación de la Provincia Jesuita de Venezuela. Individuo de número de las Academias Venezolanas de Cs. Políticas y Sociales y de la Historia.

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