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No estamos para disfraces

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Por Luisa Pernalete

Los carnavales se asocian a fiesta, caravanas, alegría, disfraces. En muchos municipios se ha anunciado que habrá fiesta de carnaval, con reinas y todo.

Yo no estoy en contra de la alegría. Los respiros son necesarios para seguir viviendo. Este circo sin pan en un país lleno de problemas… Creo que Venezuela no está para carnavales, y no nos referimos a los gastos en la celebración, ni a los costos de los disfraces para niños, que les genera ilusión disfrazarse, pero cuyos padres no podrán comprarles los mismos, dado que muchos no tienen ni para comer, sino a la necesidad de quitar las caretas a los problemas reales, a la necesidad de reconocer lo mal que estamos, primer paso para enfrentar un problema: ¡reconocerlo!

Mencionemos sólo algunos. Comencemos por el tema de la desnutrición infantil. Ya Cáritas viene alertando desde hace años el aumento de niños y niñas menores de cinco años con problemas de desnutrición. Huníades Urbina, Secretario General de la Academia de Medicina y expresidente de la Sociedad Venezolana de Puericultura y Pediatría, informó que en el país la desnutrición se incrementó del de 20 % a 33 % entre 2021 y 2022. Y ya se sabe las consecuencias de la desnutrición en los niños de esas edades tanto en el crecimiento como en la capacidad de aprendizaje, pregúntenle a @SusanaRafalli. Hay que reconocer esta grave situación para enfrentarla.

Sigamos con la educación, tema muy sensible para nosotros porque llevamos casi cincuenta años trabajando con maestros, escuelas… Hay un millón y medio de niños, niñas, adolescentes y jóvenes fuera de las aulas… ¿Cómo recuperarlos? ¿Se está haciendo algo? Sin educación, esa población no tiene ni presente ni futuro. Ni el país tampoco. Súmele que en los últimos cinco o seis años se han perdido muchos docentes en ejercicio. Según el Director de la Escuela de Educación de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), hacen falta alrededor de 250 mil educadores en Venezuela. Hay escuelas de Educación cerradas por falta de aspirantes. Y se comprende, con esos salarios de hambre de los docentes del sector oficial –el 85 % de la educación del país es pública– no hay incentivos, incluso jóvenes a los cuáles les gustaría enseñar, no se les puede pedir que opten por un futuro de hambre y necesidades. No es de gratis que en el mes de enero haya habido cerca de 600 protestas de docentes por este tema de los salarios indignos. Y los que perseveran, lo hacen compartiendo su tiempo con otras ocupaciones, no siempre relacionadas con la docencia.

Otro problema serio, del que se habla poco, es la desinstitucionalización y la desnormativización del país. El otro día, un “cuida carro”, me insistía que me estacionara en un lugar prohibido porque estaba ya en la esquina, y cuando le dije que ahí no debía hacerlo, me contestó: “Eso era antes señora. Ahora todo el mundo hace lo que le da la gana”. Se me salieron los ojos de las órbitas, pero debí reconocer que tenía buena parte de la razón. La calle es una prueba de ello: se tragan las flechas los choferes, los ciclistas, los motorizados, los peatones… Se combina con el irrespeto a los semáforos, muchos de los cuales dañados y las alcaldías sin arreglarlos. La inseguridad es para todos y salen perdiendo, como siempre, los más débiles… Las normas son necesarias…

¿Y qué me dicen de la falta de interés de los jóvenes por la política, incluso por ejercer su derecho a votar? Súmele a ello que el Registro Electoral Permanente no ha abierto sus sedes sino en las capitales… ¿Cómo hacen los jóvenes para inscribirse si lo desearan? El voto es un derecho y es un camino pacífico para la consulta y ejercicio de la democracia. Ha habido protestas por ello, pero no han sido escuchadas.

De la economía, solo mencionemos que la inflación venezolana es una de las más altas del mundo y acaba con cualquier salario. Y el aparato productivo sigue sin reconstruirse, ese disfraz de “Venezuela se arregló” no se puede mantener.

Es verdad que los venezolanos somos “buena gente”, yo soy de las que cree que hay más gente buena que mala, pero la promoción de la convivencia pacífica, de la resolución pacífica de conflictos es urgente. Tanto en el hogar, como en la escuela, como en la calle hasta en las redes sociales, estamos urgidos de respeto, buen trato, amabilidad, un poco de sonrisa no nos vendría mal.

¿Y qué me dicen del deterioro del ambiente? ¿Conocen ustedes los cráteres que la explotación de oro –producto de una ley– deja en el estado Bolívar? ¿Saben ustedes cuántas hectáreas de bosque se pierden cada año en Venezuela? Es un drama silencioso con muchas consecuencias. Miren los informes de @clima21 y piensen.

De la situación de salud, mejor ni hablar para no llorar. Pregunten a @medicosunidos o a @preparafamilia lo que sufren los pacientes. Esa careta del derecho a la salud en Venezuela hoy es difícil de mantener.

Terminemos diciendo que el Gobierno habla de no volver a la mesa de diálogo con un sector de la población si no se cumplen unas condiciones. ¿Y si no se conversa con el adversario qué camino queda? Y, por otro lado, en diversos sectores de la oposición está costando ponerse de acuerdo para elegir un candidato para las próximas elecciones. Eso desanima a la población que quiere un cambio para Venezuela…

No valen disfraces. Los problemas muy serios están generando mucho sufrimiento.

En medio de toda esta Emergencia Humanitaria Compleja también hay iniciativas, algunas pequeñas otras más grandes, que hacen lo suyo para mitigar sufrimientos, para aportar en la solución desde donde están: las organizaciones ambientalistas, alertando y promoviendo la educación ambiental; organizaciones como Fe y Alegría, proponiendo una alianza por la educación; organizaciones que trabajan por la educación para la paz; organizaciones en materia de DD.HH., que se arriesgan para defender a las miles de víctimas… En fin, esa también es Venezuela.

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