Por Luis Ugalde, s.j.
Estamos terminando el año escolar con escuelas donde los niños y los maestros apenas se encuentran dos días a la semana durante dos horas, pero hay otra realidad silenciosa que mantiene viva la esperanza, es la labor callada y eficiente de la educación en todos los centros de inspiración católica que resisten tenazmente ese desastre educativo del Gobierno con su maltrato salarial a los educadores y abandono de los niños.
En estos primeros días de julio me he llevado impresionantes sorpresas positivas. Algunas que ya conocía, pero que nunca me habían impresionado como en este trágico momento nacional. En Puerto Ordaz me encontré en un Congreso Educativo con más de 600 educadores vinculados a la “Red Ignaciana de Guayana”. A pesar de que la gran mayoría de ellos son maltratados por el insultante sueldo estatal, haciendo un gran esfuerzo, vinieron de lejos al Congreso Educativo y compartieron sus experiencias positivas. Eso no es noticia que resalte en los inexistentes periódicos, pero su resistencia es alegría compartida y esperanza para los niños y los jóvenes y para Venezuela.
Días después en Caracas se tuvo de manera callada y eficiente la asamblea anual de la CONVER (Conferencia Venezolana de Religiosos) que representa a miles de religiosas y religiosos de variadas congregaciones. Reunión discreta y eficaz, ejemplo de pluralidad donde las diferencias no dividen, sino que enriquecen. Los religiosos y religiosas no se han ido del país, ni han cerrado sus escuelas, ni han disminuido su calidad humana en el cuidado de enfermos y centros de salud.
Y vemos a la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) más viva que nunca, como hervidero de estudios e investigación y vida nacional con su Centro de Salud Santa Inés y los diversos servicios creados para las comunidades más necesitadas en salud, servicios psicológicos, educativos, jurídicos… No resisten porque hay dinero, sino porque la gente necesita vida y esperanza.
Cuando hablamos de centros educativos y parroquias de religiosos y sacerdotes diocesanos, es bueno recordar que todos sus servicios están vivos gracias a que hay miles de laicos de diversas profesiones que voluntariamente convierten en vida y servicios humanos su fe activada por el amor.
En este inicio de julio también han estado reunidos con discreción y espíritu fraterno, más de medio centenar de obispos. En la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) la gran diversidad de obispos con sus ideas, responsabilidades y proyectos podría traducirse en enfrentamientos y conflictos, pero ocurre lo contrario: se enriquecen y potencian en común para que la Iglesia venezolana en este trágico naufragio nacional sea verdadera luz, fuerza de resistencia y esperanza para todo el país.
Como dijo en la inauguración de la Asamblea Episcopal su presidente, monseñor Jesús González de Zárate, “hemos aprendido a alcanzar consensos, a construir la unidad en la diversidad y a trabajar en equipo entre nosotros”. Este es el tesoro escondido que más necesitamos los venezolanos para transformar la indigencia en prosperidad creativa; sobre todo nos urge una nueva conducción política nacional capaz de inspirar y movilizar todas las fuerzas creativas para que Venezuela renazca. Pero no pensemos que esa ejemplar labor de los obispos se debe a que están ajenos e ignorantes del sufrimiento nacional. Al contrario, desde la primera tarde de su encuentro en Montalbán se sumergen calladamente para asumir la dolorosa realidad y a la luz del Evangelio trazar caminos que lleven al país a la esperanza. En sus palabras de apertura el presidente de la CEV dijo:
Tendremos la oportunidad de reflexionar sobre la dramática situación que vive la inmensa mayoría de los venezolanos con sus graves consecuencias en el plano del empobrecimiento generalizado, el deterioro de los servicios públicos y de la salud; los peligros de la institucionalidad democrática y la frágil situación de los derechos humanos.
No dejan fuera la tarea de completar esta visión social con el abordaje de la “realidad migratoria más grande de América Latina y del Caribe” y la “profunda crisis que hoy atraviesa la educación por la falta de los adecuados recursos humanos y materiales”.
La Iglesia (y cada uno de los católicos) con Cáritas y otras formas de solidaridad, ayuda al hermano indigente, pero por encima de todo su Espíritu ha de ser el del apóstol Pedro ante el mendigo que le pide limosna a la entrada del templo de Jerusalén: “No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de
Jesucristo, el Nazareno, levántate y camina” (Hechos de los Apóstoles 3,6). Le dio la mano y echó a andar.
Hoy también todos los católicos estamos llamados a transformar a Venezuela, poniéndonos de pie y dando la mano a los resignados: Hay esperanza, hay camino, pero debemos ponernos en pie para que nazca esta otra Venezuela que se nutre de la riqueza interior que transforma y hace nacer de nuevo. No basta rezar, sino caminar rezando. Levántate y camina.