Un ejercicio didáctico con creyones y papeles en la escuela José María Vélaz del sector Ruiz Pineda, al oeste capitalino, demostró la nueva realidad que padecen los sectores de extrema pobreza: el hambre se instaló en los salones de clase. Las maestras quedaron impactadas y ahora se preguntan cuál es la generación del futuro que están formando
Johann Starchevich
Kathy* no estuvo ni dos minutos ante la pizarra porque se desmayó ante la mirada de sus compañeros. Sus ojos estaban desorbitados y su tez morena palideció en el acto. Obviamente, al ver el cuerpo esquelético de esa niña de 9 años tirado en el piso, los profesores encendieron sus alarmas, se apuraron en darle trozos de chocolate y un bocado de lo primero que consiguieron para reanimarla.
El hambre no se hizo esperar y tumbó a Kathy. Ella no había almorzado, ni tal vez desayunado antes de ir a la escuela, según conocieron después las maestras. En medio del trance, la pequeña no había pedido alimentos ni líquidos. Sólo urgió a uno de sus tutores llevarla al baño porque tenía ganas enormes de hacer pupú.
Y eso es una mala señal para un niño que presenta síntomas de malnutrición, según los expertos.
Sin saberlo, Kathy había entrado en una lista que para nada enorgullece a la directora de la institución. A partir de unos dibujos realizados por sus 478 alumnos sobre las comidas que ingieren en casa, el plantel constató, con números, lo que estaban observando desde hace meses. Un problema silencioso que, al parecer, se quedará por mucho tiempo dentro las aulas del José María Vélaz.
“No quisimos abordarlos directamente porque sus padres no hablan del tema. Por eso, les mandamos a hacer los dibujos sobre que comían en casa. Lo que comieron ayer. Allí nos sentamos a mirar y quedamos impactadas”, cuenta Deixy Brito, la coordinadora pedagógica de la escuela.
Cuenta que los dibujos surgieron como una vía para conocer los crecientes casos de ausencia escolar, el por qué había niños que se desmayaban cuando hacía la fila. Por qué unos tenían días sin llevar la merienda. U otros que terminaban velando la comida de sus compañeros durante unos juegos intercolegiales.
Al procesar los dibujos, las maestras sintieron un desagradable cóctel de emociones. Entre papeles llenos de trazos de colores, observaron que Kendry, de 5 años, se acuesta sin comer; que la familia de Keliana está uniendo el desayuno con el almuerzo para rendir los alimentos; que Alex se fue el miércoles al colegio sin haber almorzado; que Yorlei comió plátano todo el día.
Un caso destacable fue el de Diandra, quien dibujó con anhelo tener un plato con pasticho en su mesa.
Brito asegura que los estómagos vacíos se expanden como una epidemia dentro de la escuela. Recuerda que las imágenes se hicieron durante dos meses consecutivos para ver cómo había avanzado esta plaga. Y los resultados fueron desastrosos: de 43 casos con malnutrición presentados en mayo, se elevaron a 98 en junio. De esa última cifra, 5 % desayunaba en una hora cercana al almuerzo.
“Tenemos sospechas de que 70 % de la comunidad estudiantil presenta problemas para alimentarse”, añadió Brito.
El ausentismo vive, el hambre sigue
Las consecuencias físicas en los pequeños son evidentes en el plantel. Cuando uno visita los salones de clase, observa alumnos ojerosos con los cabellos quebradizos y brazos delgados. Cuerpos sin grasa que podrían quebrarse en un movimiento brusco. Rostros cansados y marcados por la anemia. Igual pasa con las maestras y obreros.
“Las maestras están más delgadas. No es cuestión de físico, es cuestión de necesidad. La dieta ha cambiado”, explica la coordinadora.
Los niños del quinto y sexto grado en el José María Vélaz son los más azotados por el hambre, según el estudio. “Claro, es que las mamás le prefieren dar a los más chiquitos porque son los más vulnerables”, apunta con frialdad María Hidalgo, directora del plantel, ante las estadísticas levantadas.
Las docentes recuerdan que los números de desmayos y ausencia escolar crecieron en el último lapso. Estima que el colegio registra más de 30 % de ausentismo escolar. Hay estudiantes que pueden faltar semanas o meses porque sus madres no pueden darle bocado alguno.
En el instituto se hacen esfuerzos para mantener a los chicos en las aulas. La inasistencia arriesga a muchos a repetir el año escolar. Pero las maestras se las ingenian para que niños con hambre no repitan.
“Aquí lo que hacemos son evaluaciones diferenciadas. Estudiamos cada caso y, cuando son graves, mandamos a los profesores a la casa para nivelarlos. No vamos a poner a ningún niño a ser descalificado por sus problemas”, explica Hidalgo.
Orgullos quebrados
Ante los casos más extremos la solidaridad se siente entre las paredes de la institución. Maryerling, de 29 años, vive gracias a la colaboración. Ella ayuda en el mantenimiento de la escuela por un acuerdo entre los profesores y el dueño de Telares Palo Grande, que financia y presta varios de galpones donde se encuentra la escuela.
Dice que lo poco que gana le sirve para tratar de mantener a sus 7 niños, tres de los cuales sufren las consecuencias de una dieta precaria. Su niña mayor, de 10 años, se desmayó en plena clase. A la de 9 se le agudizó el problema que arrastra en uno de sus riñones. Mientras, el menor , un bebé de siete meses, tiene un soplo en el corazón y fue llevado a observación médica por malnutrición.
Quebrada en el orgullo por no darle de comer a sus hijos, Mayerling estalla en llanto. Dice que se siente mal al obligarlos a dormir con el estómago vacío. Asegura que ya ni le alcanza para comprar un kilo de yuca. Ella vive junto a su mamá y su hermana en una casa cerca del centro educativo. En total, son 13 personas en su familia y la joven es su único sustento económico.
Al problema de que cuenta con poco dinero a esta madre soltera se le suma el esfuerzo que debe hace para conseguir los alimentos. “Ya ni voy a hacer cola porque no se consigue nada. Y corro el peligro que me asalten porque tengo que ir en la madrugada”, comenta.
Los problemas por falta de alimentos no son exclusivos en Ruiz Pineda. Luisa Pernalete, directora nacional de Fe y Alegría, comentó en un foro de desnutrición celebrado recientemente en la capital que en Maturín, Puerto Ordaz, las afueras de Maracaibo, los Valles del Tuy y en pueblos mineros como El Dorado en el estado Bolívar, la crisis por comida entorpeció las clases.
“Ahora nos estamos ocupando de los obreros, los porteros y las maestras. A todos hay que animarlos, pues se van a trabajar sin desayunar”, explica.
“O las colas o los niños”
A los docentes en Ruiz Pineda también se los traga el hambre. De 36 profesores que laboran en esa institución, 16 dijeron que se alimentan de manera regular y tres que comen mal. Así se desprende de un estudio realizado en paralelo al análisis de los dibujos infantiles.
Los profesores no se escapan de la realidad del país, recuerda la coordinadora Brito. Ella y su esposo son maestros y a pesar de tener varios trabajos, el sueldo en conjunto no les alcanza para comer. Recuerda que el personal educativo de Fe y Alegría lleva más de 100 días sin un ajuste salarial, por lo que reciben menos del sueldo mínimo.
Pero a pesar de los problemas, la vocación prima. Al menos eso se siente entre quienes laboran en Ruiz Pineda. “Aquí nos mantenemos porque Dios es maravilloso. Nosotros no podemos escaparnos para hacer colas en los abastos. O vamos a ellas o dejamos a los niños sin atender. Ellos no son unas máquinas ni paquetes que se pueden dejar allí”, apunta.
“Yo siempre he vivido en Caricuao y nunca llegué a pensar que la extrema pobreza vive a tu lado. Para conocerlo hay que vivirlo”, reflexiona
¿Y dónde está el futuro?
La directora Hidalgo y el resto del personal docente les inquieta la generación que se está formando en medio del hambre y la escasez. Problemas cognitivos, cerebros reducidos y tallas pequeñas son las consecuencias de una generación que crece con hambre.
“Esto da tristeza e impotencia a nivel profesional. Ahí te entra una enorme frustración: ¿qué va hacer de nuestra Venezuela si no está comiendo? ¿Este es el país de profesionales que estamos alentando? La sociedad ya no tendrá el potencial cognitivo del pasado”, expresa.
Pero la máxima jefa del centro educativo afirma indignada que no hay que minimizarse ante las adversidades: “¡Hay que actuar, hay que hacer algo!”.
Y por ello, la educadora está afinando un plan en su oficina para el próximo año escolar. Terminar de construir un comedor con la ayuda de los empresarios de la zona, es una de sus metas para el periodo 2016-2017.
En tanto, las reflexiones de la maestra no llegan a los oídos de Kathy. Ella descansa, ya repuesta, en una pequeña cama ubicada en un salón con profesores. Sonríe, luego de los efectos casi milagrosos de un trozo de chocolate.
**Todos los nombres de los niños aparecidos en este texto se cambiaron intencionalmente para preservar sus identi