Piero Trepiccione
La dimensión de la crisis venezolana todavía no se ha podido establecer. Tras 19 años de polarización política y contrastes ideológicos afectando severamente el funcionamiento institucional del país, las consecuencias las estamos viviendo con mayor profundidad cada día que pasa. No obstante, se ha hecho muy notorio que en los últimos meses particularmente existe un divorcio entre gran parte del liderazgo político de la nación, la cotidianeidad de la gente y sus principales anhelos.
En 2018 corresponden realizar unas nuevas elecciones presidenciales. Es sin duda una oportunidad altamente especial para dilucidar el modelo de sociedad que quieren los venezolanos y hacia dónde se debe orientar el futuro del país. Obviamente, no van a ser unas elecciones presidenciales convencionales. La crisis no puede esperar más dilaciones desde las políticas públicas. Desde los consensos necesarios para apalancar un plan integral que logre recaudar con confiabilidad dinero fresco y nuevas inversiones para el desarrollo. No va a ser el mandato de 2018 algo convencional.
La unidad nacional es la única posibilidad de abordar con éxito y con mínimos traumas el trago amargo de la hiperinflación y los problemas fundamentales de nuestra sociedad. Debo traer a colación un episodio de la historia chilena reciente y que tuvo repercusiones en la región y en el mundo sobre cómo deben comportarse los estadistas a la hora de los momentos-cumbre. Patricio Aylwyn, figura ejemplar de la democracia cristiana, le dice a Ricardo Lagos, líder de la socialdemocracia: “Tú debes ser el candidato de la Concertación chilena. Eres el líder más popular del país”. A lo que Lagos respondió: “Si bien yo soy el más popular en este momento, los militares no me querrían por mi relación con Allende. Tú eres la persona que reúne el mayor consenso y sobre ti estarán todas las responsabilidades para conducir a Chile por el camino de la democracia y que los militares te respeten”.
Lo que sucedió después es muy conocido. Aylwyn fue el primer presidente de la Concertación chilena y pasó a ocupar un peldaño importante en la historia de los líderes democráticos del continente. Años después, también Ricardo Lagos fue presidente y salió por la puerta grande de la popularidad en su país. Hoy Chile es ejemplo en cuanto a sociedad y economía organizada con sus problemas mantenidos a raya por el esquema de políticas públicas responsables.
En Venezuela debemos mirarnos en ese gran ejemplo. En 2018, no basta un candidato presidencial, no bastan los cálculos electorales. Hace falta más que un presidente, un estadista que se entienda con el país, con los militares, con los organismos financieros internacionales, con el chavismo, con la oposición, con nuestros vecinos geopolíticos, con los Estados Unidos, con Rusia, China y hasta con Irán. No es la hora de la popularidad, es la hora de la sabiduría y la experiencia.