Luisa Pernalete
“Cada vez que me entero de un compañero que ha sufrido un hecho de violencia, me desanimo”, dijo uno. “Yo veo que hagamos lo que hagamos, estudiemos lo que estudiemos, podemos perderlo todo en un minuto”, dijo otro.” Hay mucho más abuso y acoso sexual de lo que se dice, pues a la gente le da pena o miedo denunciar”, afirmó otro. “Somos muchos los jóvenes que hacemos cosas buenas por el país, pero eso no se sabe”, apuntó otro.
Eran como pensamientos en voz alta de jóvenes universitarios, del Movimiento Juvenil Huellas que se habían juntado para su jornada anual de formación. La parte a que mí me correspondía era la de “Herramientas para convivir pacíficamente”. Los estudiantes, de varias partes del país, interesados en construir un presente para tener un futuro fraterno, expresaban sus preocupaciones, y sus rostros no podían ocultar que ven un camino con muchos obstáculos.
Antes de trabajar las herramientas solicitadas, les pedí contestar una pequeña encuesta, que yo llamo de “victimización local”, y el resultado fue que esos 47 jóvenes, en los últimos dos años, han sido testigos o víctimas de 384 hechos de violencia. ¡Sus comentarios tenían base! Era como para ponerse a llorar. Sin embargo, ahí estaban, buscando maneras de construir un presente más justo y humano, a pesar de…
¿Qué tiene que ver Mafalda en esta historia? El famoso personaje de Quino ya está en sus cincuenta años. Por 5 décadas ha hecho reír mientras obliga a poner los pies sobre la tierra, y a la par, junto a Guille, Susanita, Felipe, Manolo y Miguelito, señala con sensatez, deseos de una sociedad mejor.
Creo que Mafalda y sus amigos nos dan una lección a los educadores, incluso a los que como yo, hace rato que pasamos los cincuenta: hay que combinar la realidad con la creatividad, con la risa, la protesta pacífica, sin dejar de mirar más allá. Incluso, Mafalda nos ha enseñado que es posible aceptar a los diferentes, como su impertinente amiga Susanita, o el torpe de Manolito, ni hablar de la paciencia debida a su hermanito Guille.
Necesitamos los educadores, ayudar a los jóvenes a descubrir historias bonitas, en donde ellos mismos son protagonistas y no se han percatado. Los problemas de este país no tienen fácil solución ninguno.
¿Se va a generar a corto plazo más producción de leche para que todos los niños y niñas puedan tomarla? ¿Se acabará con la economía de puertos que nos hace cada día más vulnerables y dependientes? ¿La inflación bajará a un dígito como la de los países vecinos? ¿Van a recoger las armas y las balas y se garantizará que no sigan muriendo niños y jóvenes de manera violenta? ¿Se invertirán en educación y prevención los recursos suficientes? ¿Se conseguirá harina precocida y papel sanitario sin vÍa crucis previo?
Con realismo hay que decir que a corto plazo no, y la infancia y la juventud tienen “corta duración”. Mientras tanto, qué hacemos: ¿nos echamos a morir? ¿llenamos el Facebook de quejas? ¿les decimos a los alumnos que se vayan del país? No. Creo que hay que utilizar “el sacapuntas” que tenemos en el cerebro y detectar, socializar, impulsar y multiplicar las pequeñas experiencia de “milagros en gotas”, esas historias bonitas, que nos dicen que “no todo está perdido”, esas que nos dicen que hay jóvenes, como ese de la reunión, que hacen cosas buenas por otros, que hay mucho que se puede hacer, aunque todavía no se elaboren las políticas públicas necesarias, ni veamos la sensatez requerida para que la economía mejore.
Mafalda tiene cincuenta años y sigue abogando por un mundo mejor. Me anoto a su causa.