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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Nadie pudo apagar tu última homilía

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Luisa Pernalete

75036_338x198_0617483001398649551Querido Monseñor: He vuelto a leer tu última homilía, la que pronunciaste el 23 de marzo de 1980, un día antes de que te mataran. Realmente te arriesgabas cada domingo cuando iluminabas la situación de tu país a la luz del Evangelio. Ese resumen de los hechos de la semana era una denuncia difícil de rebatir, muy bien documentada. Mencionabas lugares, nombres edades, responsables… Nada de rumores o afirmaciones a la ligera. Muertos, detenciones arbitrarias, desapariciones… Dijiste: “(…) voy recogiendo el clamor del pueblo y el dolor ante tanto crimen, al ignominia ante tanta violencia” Lo veías como un deber.

Tu pueblo sufría y tú le escuchabas. Había un serio bloqueo informativo en ese tiempo en El Salvador. Solo de manera directa se podían recoger los hechos de violencia contra los campesinos, a ellos ningún medio les iba a publicar sus tragedias, y los pocos que se habían atrevido a hacerlo, fueron perseguidos también. Así pasa hoy también aquí. Aquel domingo decías que pedías al Señor que te diera “la palabra oportuna para consolar, denunciar,  para llamar al arrepentimiento, y aunque siga siendo una voz que clama en el desierto”. Tenías claro tu papel de pastor.

En aquella oportunidad, subrayaste la importancia de la trascendencia, aunque lo hubieras repetido muchas veces, “porque corremos el peligro de querer salir de las situaciones inmediatas con soluciones inmediatistas”.  De manera pedagógica decías que debías ayudar a purificar las fuentes de las esclavitudes, y preguntabas, “¿Por qué hay analfabetismo? ¿Por qué hay enfermedades? ¿Por qué hay pueblo que gime en el dolor?” O sea, hay que buscar las causas. Aquí podríamos preguntar: ¿Por qué hay tanto miedo? ¿Por qué hay que hacer colas para lo mínimo necesario? ¿Por qué tenemos la inflación más grande del mundo?

Sigo leyendo y voy pensando en Venezuela, no hay tanta pobreza como aquella que tú veías, pero, también muere gente inocente. Cada fin de semana hay un parte de guerra. En estos últimos días en Fe y alegría tuvimos una baja, un profesor de la ciudad de Maracay, lo mataron en un atraco, tenía 35 años. Eso duele. A los dos días, se supo del asesinato de un médico oncólogo, curaba niños. Hay pocos oncólogos infantiles en este país petrolero, los niños se quedan con un médico menos. También pensé en mi país cuando leí lo que relatabas de Tejutla, ¿recuerdas?: “El 7 de marzo, como a las 12 de la noche, un camión lleno de efectivos militares, vestidos de civil y otros uniformados, abrieron las puertas, se introdujeron en las casas sacando en forma violenta (a las familias)…” y sigues el relato. Pensé en lo que me han contado que pasó en San Vicente, en el estado Aragua, cuando de madrugada un operativo feroz, sacaron a todos los hombres de sus hogares, hubo muertos, hubo robos… ¡De madrugada!. Buscaban violentos a los que se las ha dado poder.

Imposible olvidar aquel último ruego tuyo, el que hiciste a los soldados, recordando que eran del mismo pueblo: “Ante una orden de matar que de un hombre debe prevalecer la Ley de Dios que dice: No matar, ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios.” Y suplicaste, rogaste, ordenaste que cesara la represión. Hoy tus palabras nos siguen resonado. Como profetizó el obispo Casaldáliga pudo apagar tu última homilía.

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