José Ibarra*
Ya está atardeciendo en Los Flores de Catia, y ahí está Dionisia, sentada detrás del escritorio donde atiende a la comunidad, ubicado en la sala de su casa, al observar las paredes evidencio que tiene colgados los certificados que ha recibido durante toda su vida como lideresa comunitaria, reconocimientos muy bien adquiridos, todos pegados con un tipo de adhesivo tricolor que muestra la bandera de Venezuela. Tiene una taza de café –recién colado- en su mano, el olor impregna la casa.
De repente no es conocida como muchas otras mujeres que han construido la historia de este país a nivel nacional, pero sí es conocida en Caracas como un baluarte de la democracia y del desarrollo local, en el Oeste ha construido historia, la historia de su comunidad.
Y es que desde que recuerdan sus vecinos siempre ha trabajado para la comunidad, poniendo el bien común antes que el suyo propio, “así es ella, tiene tiempo para todos, la escuelita fue un esfuerzo de ella en su tiempo como presidenta de la junta de vecinos”. Cuando se refieren a ella, comentan que “en ella no hay preferencia simplemente quiere ver a todos bien”
Recuerda que llegó al sector cuando tenía 20 años de edad, allí se casó y tuvo hijos. Dionisia, tuvo dos hijos, ella vive con el varón, su nuera y sus nietas. Un día desapareció de la casa, todos comenzaron a buscarla por el barrio pues estaba de reposo debido a un infarto que le había dado, al llegar a la escuelita la vieron con los jóvenes de la Universidad Central de Venezuela trabajando, dando orientaciones “y es que no puede estar tranquila”
Al igual que muchas otras familias, ella es fundadora de Los Flores de Catia, al cual denominó urbanización, cuando trabajaba en el Centro Simón Bolívar. Ya son seis décadas trabajando por la comunidad, lo dice con el rostro iluminado, aclara que no une su trabajo comunitario con la política pues trabaja con todas las personas que necesiten de ella.
Se siente orgullosa de ser adeca. Tiene remembranzas de los años de fundación de su amada comunidad “éramos personas muy queridas, no teníamos quejas de uno ni de otro”.
“Soy Adeca” lo dice muy convencida y señala el cuadro de Rómulo Betancourt que tiene guindado en la sala de su casa justo al frente del escritorio donde tiene su pequeña oficina, “él es mi líder”
Ese trabajo comunitario la llevó con los años a fundar el Club de Los Abuelos Amor y Ternura, hace 18 años, en una actividad celebrada con Antonio Ledezma en La Pastora –recuerda que ese día se llevó a todas sus abuelas para que participaran de la actividad- Este camino la ha llevado a prepararse a través de cursos y talleres en universidades como la Universidad Central de Venezuela, la UCAB, el Movimiento Popular Fe y Alegría y el Instituto Jesús Obrero para atender las situaciones que se presentan en la comunidad, sintiéndose feliz y satisfecha por todo cuanto ha logrado.
Dionisia de muchachita perdió a su mamá, sin embargo nunca se dio por vencida; su papá tocaba el arpa y su hermano era cantador y tocaba maracas mientras que ella y su hermana bailaban en los toques de joropos. Dice que cuando baila se siente una mujer joven no puede oír joropo porque ahí está ella.
Es una mujer muy buena moza, aun conserva ese glamor visto en las fotos de su juventud, es simpática, jovial, los días de las celebraciones del Día del Abuelo se le ve bailando boleros, merengue caraqueño y joropo y es que para ella no existe edad ni tiempo, todo se trata de amar lo que se hace.
Dionisia sabe muy bien equilibrar su espacio íntimo, familiar, privado con su espacio público, no se quedó reproduciendo el patrón de la mujer de su casa sino que ha estado muy vinculada con la vida política y comunitaria de Caracas, en ella podemos ver representadas a todas esas mujeres que han construido país.
Quiere ser recordada como una persona que fue consejera, luchadora social que trabajó al lado de todos los que necesitaban de ella, que las puertas de su casa están abiertas para todo aquel que la necesite.
*Profesor de la Escuela de Trabajo Social/UCV