Por F. Javier Duplá sj.
“No tengo pruebas, pero tengo buenas razones por las que estoy convencido de que mi vida no va a ninguna parte, al igual que el cosmos no lo hace. Estoy muriendo en una primera y última realidad que llamamos Dios”. Hans Küng, el más controvertido teólogo del siglo XX, acaba de morir, dejándonos un pensamiento tan controversial como él mismo lo fue. ¿Es una expresión de escepticismo total? ¿Confesión de ignorancia de lo que solo se alcanza por la fe? ¿Una forma contraria de expresar el alfa y omega de Teilhard de Chardin?
Nació el 19 de marzo de 1928 en Sursee (Suiza). Inteligencia superdotada, agudeza máxima, carácter indoblegable… son muchas las cualidades, no exentas de defectos, que lo llevaron al sitial de admiración de que gozó en vida. A los 30 años ya era profesor de teología católica en Tubinga, junto con su hasta entonces amigo y compañero Joseph Ratzinger. Ambos se distanciaron con motivo de las revueltas del mayo francés de 1968, que asustaron a Ratzinger y a las que Küng miró con simpatía. Ambos participaron como peritos, los más jóvenes por cierto, en el Concilio Vaticano II. El papa Juan XXIII mostró mucha simpatía por Küng, no así sus sucesores, especialmente Juan Pablo II, que le prohibió enseñar teología católica en 1979. Las razones tienen que ver con sus obras La Iglesia, Las estructuras de la Iglesia, La libertad hoy y, sobre todo, ¿Infalible?: una pregunta. El dogma de la infalibilidad papal, cuando el papa habla ex cathedra (es decir, expresamente) en materia de fe y de moral, fue definido por el Concilio Vaticano I en 1870. Küng expresó los problemas que este dogma comportaba para la estructura de la Iglesia, que debe organizarse de manera más democrática. “A juicio de H. Küng, la infalibilidad no ha de entenderse en sentido proposicional (centrada en las afirmaciones definidas como tales), ni individual (como propia de un papa como individuo, separado de la iglesia), sino como experiencia y certeza de “indefectibilidad y permanencia” de la Iglesia, que se encuentra simbolizada y concretada de un modo personal en el Papa, en cuanto habla en nombre y como signo de las iglesias.”
(Tomado de X. Pikaza, Diccionario de pensadores Cristianos pags. 521-522).
Dicho de otra forma, la Iglesia no se equivoca como portadora del mensaje y de la promesa de salvación de Jesús en el evangelio. “En esa línea, las definiciones de los concilios y de los papas han de entenderse como expresión privilegiada de la conciencia que la Iglesia tiene de sí misma y de su función (de su fe), en un camino que sigue abierto. Esas definiciones son, por tanto, la expresión de un camino que puede y debe concretarse en cada caso, desde el contexto cultural de cada época, desde la raíz del evangelio.” (ibid.) Se podría tildar a Küng de relativista, en el sentido de que trata de acomodar el dogma, de hacerlo inteligible a la cultura de su tiempo. Y en verdad que en eso fue fiel a la línea del Vaticano II, que tanto promovió.
A partir de 1979, año en que se le prohibió enseñar en la facultad católica de Tubinga, siguió haciéndolo en la facultad ecuménica y eso le llevó a ser fundador de un movimiento de gran importancia: “Quizá el programa más ambicioso de su vida es el Proyecto de una ética mundial, en torno a cuatro ámbitos vitales de la convivencia humana: compromiso a favor de una cultura de la no violencia y respeto a toda vida, de la solidaridad y de un orden económico justo, de un estilo de vida honrada y veraz, y de una cultura de la igualdad entre hombres y mujeres, y a tres principios: no hay supervivencia sin una ética global; no hay paz mundial sin paz religiosa; no hay paz religiosa sin diálogo entre religiones.” (ibid.) Es un proyecto de dimensión mundial, que choca con innumerables intereses egoístas económicos y políticos, que buscan hacerlo inviable.
De hecho, él ya había publicado en este tema estudios profundos sobre las tres religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islam, analizándolas y exponiéndolas con detalle desde varios puntos de vista: histórico, teológico, cultural, ecuménico y en perspectiva de futuro.
Cuando fue elegido el actual papa Francisco, Küng dijo en una entrevista que confiaba en que el papa pondría fin al celibato entre los sacerdotes católicos y daría un papel más importante a la mujer en las estructuras de la Iglesia. Son reformas que él sabía que difícilmente pueden instalarse de un día para otro, pero que él animó con su palabra. También abogó por la eutanasia y lo expresó en su libro Una muerte feliz, una muerte digna asumida por la propia persona en libertad de conciencia.
Por último, una breve mención a sus dos obras autobiográficas, Libertad conquistada. Memorias I y Verdad controvertida. Memorias II, publicadas hace diez años, que constituyen uno de los testimonios más significativos de la problemática teológica del siglo XX. Tratan de ser objetivas, en cuanto eso es posible al relatar lo vivido, pero no hay duda de que abarcan prácticamente todos los temas teológicos, éticos y morales de la segunda mitad del siglo XX, no sólo en la Iglesia católica, sino en otras confesiones religiosas. El tiempo y otros enfoques distintos de los de Küng ayudarán a completar este cuadro impresionista que el gran teólogo suizo nos dejó dibujado.