José Antonio García Juárez
Esteticismo al servicio de un disfraz de contención psicológica
Segundo largometraje del californiano Barry Jenkins (Medicine for Melancholy), autor también del guión sobre la autobiográfica In Moonlight Black Boys Look Blue de Tarell Alvin McCraney. Moonlight se divide en tres historias, tres momentos representativos en tres edades igualmente transcendentales en la formación de la personalidad de Chiron. En la niñez, acercándose al camello de su madre, un negro respetado y con presencia imponente que lleva una vida de apariencia normal, precisamente la que le falta a Chiron. La adolescencia, la exploración de su sexualidad y el sufrimiento en un ambiente homófobo y racista. Y, por último, el adulto que pretende serlo adoptando la figura del camello que una vez le deslumbró, la carcasa descomunal que mantiene fresco el dolor del niño y el sufrimiento, el miedo y la inseguridad del adolescente y que se quita el disfraz y se desmorona sólo frente la única persona que lo ha sabido comprender en su vida.
Aunque considero a Moonlight un filme esencialmente necesario y valiente (aún más en el trance infracultural y altamente peligroso que le toca vivir a ese país y, por ende, al resto del Mundo en los próximos cuatro años), sí me da que pensar la homogénea soberbia acogida de la crítica a esta supuesta cinta independiente, al estilo americano, con cinco millones de dólares de presupuesto y varios nombres importantes entre su reparto. Una categoría esta de independiente empleada como uno de los habituales “valores” que parecen garantizar su calidad dado el exitoso camino que ha hecho hasta ahora. Una crítica que repite calificativos como delicada o hermosa, que sin duda lo es, pero que también halaga su naturalidad (incluso considerando que le dota de un estilo cuasi-documental del que en realidad dista años luz), su capacidad para atrapar al espectador y para empatizar con el protagonista. Con todo esto último no puedo estar más en desacuerdo. Reconociéndome deslumbrado por el tercer hito en la vida del protagonista, y entendiendo que para llegar hasta Black, debemos pasar por Little y Chiron, creo que Jenkins, con todo lo meritorio e impecable que ha sido su trabajo (supuestamente tuvo que hacer una pormenorizada labor de adaptación atando los flashes de Tarell McCraney y configurando linealmente los tres estadios de la vida de Chiron), se equivoca al despojar de cimas emocionales, coartadas por una autoimpuesta exigua expresividad en los intérpretes, a los dos primeros capítulos. Quizá haya sido su intención mantener una contención interpretativa en favor de un desenlace en shock y es que el tercer episodio contrasta tonalmente con el resto del filme, mostrando la armadura de hombre aparentemente inquebrantable que se desarma revelando al niño desgraciado y al adolescente reprimido con extrema sutileza y emocionalidad. El problema al que lleva esta drástica propuesta vacía de picos emocionales en sus dos primeros tercios es la desafección de la historia y la desorientación.
Pero más evidente es el otro problema que podría alejar al público de su discurso militante, no así de la exquisita sensibilidad que sabe trasladar al final, muy al final, y que es su pulcritud visual. Muy apartado de ese naturalismo pretendido por algunos, la cinta rebosa ritualidad y adorno, incluso en ocasiones –especialmente alguno de los planos de la última parte – acaricia a los personajes remitiendo abiertamente a ideas visuales del Wong Kar Wai más elegante y sensorial, de quien se reconoce adepto Jenkins. Atmósfera frente a historia, texto al servicio de la estética extraviando la atención, barroquizando la narración y entreteniendo a los sentidos. Sólo la existencia de un desenlace donde sí se arma una fusión ideal entre sus cualidades visuales, un texto impecable y una interpretación excelsa de la pareja adulta protagonista, dan sentido a un filme irregular, oportuno, pero con evidentes pretensiones estéticas que lo saturan.
Fuente: http://www.cineparaleer.com/critica/item/2030-moonlight