Minerva Vitti*
Hace un par de años tuvimos a Román Mayorga, exembajador de El Salvador en Venezuela, en el VI Encuentro Constructores de Paz, un evento que estuvo dedicado a monseñor Oscar Arnulfo Romero: profeta, mártir y santo de El Salvador, que fue asesinato el 24 de marzo de 1980, y beatificado el 23 de mayo de 2015. Mayorga conoció a monseñor Romero y nos compartió algunas enseñanzas y anécdotas.
Román Mayorga cuenta que alguien con las características de monseñor Romero, en otro tiempo y en otro lugar, tal vez un país pacífico donde se respetara la democracia y la gente, hubiera sido “un curita tradicional, conservador, bueno, de los que daba misa todos los días y nunca se quitaba la sotana o si se la quitaba vestía oscuro, gris, de modo que su mismo vestuario lo revelaba”. Monseñor nunca fumó un cigarrillo. Era buena gente, sencillo y bastante tímido en su relación interpersonal. Era un hombre que en el púlpito crecía: nadie escuchaba otra cosa en radio más que su homilía. En otro contexto Monseñor no habría sido un profeta.
Cuando monseñor asume el arzobispado, en 1977, el país tenía 46 años ininterrumpidos de dictadura militar. Mayorga comentó que los años setenta fueron muy interesantes porque se habían desarrollado ciertos progresos en la maquinaria electoral pero en 1972 y 1977 hubo “muy burdos fraudes electorales”, de los que se dio cuenta todo el país. Todo esto ocurría bajo una inmensa represión: “Si a Monseñor lo llamaban la voz de los sin voz es porque el si se atrevía a decir cosas que los demás queríamos decir pero que si lo hacíamos nos mataban”. En esa época Mayorga era rector de la Universidad Centroamericana: “Mi oficina la destrozaron varias veces con bombas al igual que la radio de la universidad y tuvimos que dejar de operar. Continuamente eran asesinados estudiantes”.
A partir de esos fraudes se crearon unas especies de células armadas, que duraron ocho años; porque casi todos los analistas coinciden en que la guerra civil comenzó luego del asesinato de monseñor, él era una especie de muro de contención de la violencia. Muy importante ubicar todo esto en el contexto del Concilio Vaticano II y la Conferencia de Medellín se había formado un significativo e importante movimiento de comunidades cristianas de base. El gran muro de contención de que este movimiento se pasara a las guerrillas era monseñor, cuando lo mataron fue como si el muro de una represa se partiera e inundara toda la comarca: “Un líder religioso me decía que en los días siguientes al asesinato de Monseñor se multiplicó por diez su membresía, gente que se afiliaba a las organizaciones guerrilleras. Y ese año hubo 12 mil homicidios en un país de 5 millones de habitantes”.
Lo anterior fue el contexto de actuación de este profeta en su tierra. “Monseñor era un hombre con una especial relación con Dios, que denuncia los males de su tiempo con nombre y apellido, y también que anuncia porque siempre estaba la esperanza ahí, como la llamada a la conversión, al pacto social, a entenderse, a tratar con respeto al otro, a buscar las medidas de conciliación, a encontrar la solución a esa situación polarizada y sangrienta”.
Seguidamente Mayorga centró su testimonio en cinco momentos que había vivido con monseñor Romero. Primero explicó que lo conoció en una reunión realizada a principios de los setenta, ya que él era miembro de la Comisión de Justicia y Paz. En ese espacio monseñor dijo que él no consideraba la confrontación pública efectiva, que creía más en las entrevistas privadas. “Ese era un poco el estilo de monseñor en esa época, quizás él también tenía miedo. A mí me impresionó su honradez, su libertad para decirnos lo que creía y al mismo tiempo la bondad con la que se dirigía a nosotros. Honestamente a mí me cayó muy bien”.
El segundo momento fue cuando se discutió quién sería el arzobispo. “Se dice que el nuncio respondiendo a un Vaticano, que no es el de ahora y para evitar conflictos, nombra a monseñor Romero”. El maestro de ceremonia fue el jesuita Rutilio Grande, muy amigo de Romero. Y precisamente aquí entra el tercer momento ya que tres meses después de que este asumiera el arzobispado, asesinan a Rutilio Grande: “Antes habían asesinado a muchos catequistas y cristianos de movimientos de base pero no a sacerdotes ni a monjas. Rutilio fue el primero y lo asesinaron junto a un niño y a un anciano. Monseñor recibe la noticia y pasa la noche entera frente a los cadáveres sin decir palabra, orando, absolutamente conmocionado. Al día siguiente, dijo públicamente que exigía una investigación. Monseñor dijo que mientras eso no se aclaraba no iría a ningún acto oficial y suspendió todas las misas dominicales en la arquidiócesis y las concentró en la Plaza Central de El Salvador en donde hizo una denuncia muy fuerte. Fue un cambio muy grande en su actuación pública”.
El cuarto momento fueron los desayunos semanales con Monseñor: “Él nos invitaba para escuchar lo que había ocurrido en la semana. Hablaba poco en esas reuniones, tomaba notas e indagaba sin pronunciarse. Todos los que lo trataban dicen que era un poco lento en tomar decisiones, escuchaba a mucha gente con opiniones discrepantes y quería asegurarse de no hacer juicios precipitados. Y como lo atestiguan las monjitas del Hospital Anticanceroso, monseñor oraba muchísimo”.
Finalmente el quinto momento se dio cuando ocurrió el golpe de Estado en El Salvador. Los sandinistas tomaron el poder en Nicaragua, el Ejército salvadoreño entró en pánico, dio un golpe, e invitó a un grupo de personas a ser parte de la junta, Mayorga fue una de esas personas, y formaron un gobierno provisional, la idea era democratizar el país. “Yo tenía mis dudas y fui a consultar a monseñor y este me dijo: ‘Aunque solo haya una posibilidad en un millón de detener la represión, un cristiano tiene la obligación moral de intentarlo’. En 100 días esa junta fracasó, los militares no quisieron subordinarse a los civiles”. Monseñor visitó a Mayorga en su casa y le pidió que no renunciara. “Yo le dije:
monseñor estamos a la puerta de una gran masacre. Al final me dijo que no estaba de acuerdo pero que tenía que respetar la conciencia. Lo que recuerdo de ese incidente era el rostro angustiado de monseñor, era Jesús en el huerto de Getsemaní, estaba viendo lo que iba a pasar, como diciendo ‘hay Dios mío aparta de mi esta copa pero si es tu voluntad que se haga’”.
*Periodista. Jefe de redacción de la revista SIC del Centro Gumilla.