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Monseñor Mario Moronta: ¿Qué iglesia queremos?

Monseñor Mario Moronta
Obispo de San Cristóbal

Mario MorontaNota de la Redacción: Como un aporte  para la reflexión en el II Congreso de Historia de la Iglesia en el Táchira, Mons. Mario Moronta presentó  un conjunto de reflexiones que apuntan a mirar la historia hacia el futuro: ¿Qué Iglesia queremos para el futuro? La propuesta está hecha en el marco del tiempo jubilar de Iglesia local de San Cristóbal, que celebra sus 90 años de creación y está hecha teniendo referencia el II Sínodo Diocesano. Presentamos solamente la última parte:

Durante el II Sínodo de la Diócesis de San Cristóbal nos atrevimos a responder esta misma pregunta, hecha desde otra perspectiva: ¿Hacia dónde vamos? Lo hicimos teniendo en cuenta la riqueza de toda la Iglesia universal y la herencia recibida a lo largo de los primeros años de historia de nuestra Iglesia local. La respuesta se concretizó al asumir un PROYECTO DIOCESANO DE PASTORAL denominado PARROQUIA PARTICIPATIVA, COMUNIDAD DE COMUNIDADES.

Por eso, no nos debería resultar extraño la pregunta que ha sido propuesta para esta ponencia ya en marcha: ¿QUE IGLESIA QUEREMOS? Para realizar en este terruño la Misión Evangelizadora y la edificación del Reino de Dios.

Para poder responder el hacia dónde y qué Iglesia queremos, es necesario e irrenunciable asumir tres dinamismo presentes en la teología que habla de la identidad de la Iglesia. El primero de ellos es el de la sacramentalidad de la Iglesia. Esto nos va a permitir siempre a mostrar el auténtico rostro de la Iglesia: no el rostro desdibujado de una Iglesia que pudiera presentarse como una estructura de poder, o una asociación que se preocupa de lo religioso de manera particular pero enfatizando otros elementos como si le fueran exclusivos: lo político, lo cultural, lo social, lo económico. Más bien, desde la sacramentalidad de la Iglesia es como se puede hacer realidad la influencia e iluminación en los campos antes mencionados. Esto generará una tarea importante: la inculturación del evangelio.

La sacramentalidad de la Iglesia le permitirá presentarse como lo que es: Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo, con una misión: continuar la obra de salvación de Jesucristo, convocando a todos al seguimiento del Señor, pero poniéndose ella misma como garantía con su testimonio de vida, coherente y santo. Así como Jesús es el Sacramento del Padre, asimismo la Iglesia es Sacramento de Cristo en el mundo. Si no hay clara conciencia de esto, ni se superarán las nostalgias del pasado de la época constantiniana, ni se será fiel a la misión recibida, ni se tendrá la suficiente audacia para proclamar el evangelio, ni se tendrá valentía ante las persecuciones e incomprensiones presentes en el mundo de hoy.

Junto a este dinamismo e íntimamente unido a él, nos encontramos con el de la COMUNION. La Iglesia es sacramento de la unión de Dios con la humanidad: y se pone como modelo. No sólo para convocarla sino para vivirla con todos sus miembros. La comunión no es una simple categoría teológica, sino la expresión sinfónica y orgánica de las Notas características de la Iglesia. Por ser comunión, la Iglesia puede darse a conocer como UNA-SANTA-CATOLICA-APOSTOLICA. El modelo que se requiere de cara al futuro, es el de una Iglesia que privilegie en todos los sentidos la comunión. Esto llevará a cuestionar los modelos verticalistas o de poder mundano que prevalecen en muchos, haciendo de la Iglesia una estructura o institución más centrada en sí, en sus posibilidades, en sus dirigentes (clérigos y laicos), sin preocupación de lo “comunitario-eclesial”.

El tercer dinamismo es el del SERVICIO. Para ello, conviene recordar que en el Evangelio “servir” significa dar la vida por la salvación. Si la Iglesia es sacramento universal de salvación, entonces, debe ser eminentemente servidora. Este servicio se expresa de muchas maneras, pero además de ser el empeño por la evangelización incluye la Caridad. La Iglesia, es la Iglesia de la Caridad, del amor… porque, precisamente por el amor de Dios-Jesús, al entregarse pascualmente, consiguió la salvación de la humanidad. Es lo que G.S.1 nos presenta a manera de excelente síntesis:

“El gozo y la esperanza, las tristezas y angustias del hombre de nuestros días, sobre todo de los pobres y de toda clase de afligidos, son también gozo y esperanza, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo, y nada hay verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón. Pues la comunidad que ellos forman está compuesta de hombres que, reunidos en Cristo, son dirigidos por el Espíritu Santo en su peregrinación hacia el reino del Padre, y han recibido, para proponérselo a todos, el mensaje de la salvación. Esta comunidad se siente verdadera e íntimamente solidaria con la humanidad y con su historia” (G.S.1).

Hay una clave para poder entender lo que debe ser siempre la Iglesia: La encarnación. En esto debe imitar a su Fundador, Jesús. La encarnación de la Palabra marca  el nacimiento de la Iglesia y permite que las dos dimensiones de la misma Iglesia –la trinitaria-trascendente y la histórica antropológica- puedan sintetizarse en una única realidad: Cristo, Cabeza de la Iglesia.

“El evento de la encarnación expresa, por tanto, toda la dinámica eclesial, explicando el fundamento trinitario y comunional, la forma trascendente e histórica, los dinamismos internos, ministeriales y carismáticos, y su apertura dialógica, misionera y escatológica por y en el mundo”1.

Este evento de la Encarnación genera una eclesiología relacional que explica tanto la manera de convivir interna de sus miembros y la forma de compartir con los seres humanos en el desarrollo de su misión. A partir de la clave de la Encarnación se puede entender y también desarrollar la comunión, propia de la Iglesia. Del Gaudio presenta la Encarnación de Cristo como la clave hermenéutica para la propia misión de la Iglesia:

“Reconociendo la Encarnación de Cristo como la clave hermenéutica de la propia misión, la Iglesia encontrará el empuje para testimoniar, antes de anunciar, la Persona de Cristo, la única Persona que salva, porque, unida a El en el sacrificio y en la solidaridad por los hombres hasta el escándalo de la cruz, sabrá llevar de nuevo la novedad y la paradoja desconcertante de su mensaje al mundo, como profecía y signo de esperanza”2.

Habida cuenta de lo antes dicho, podemos avizorar tres grandes tareas que envuelven todas las cosas que debe hacer la Iglesia en el mundo de hoy y de cara al futuro, siempre en continuidad con la herencia y Tradición recibidas.

  1. La Nueva Evangelización. Esta no es una invención de un nuevo o novedoso evangelio. Es más bien asumir, con nuevos métodos, ardor y expresiones –siguiendo el consejo de Juan Pablo II- los desafíos de la hora presente y del próximo futuro que se le ponen a la Iglesia hoy. “La nueva evangelización, consecuentemente, debe estar encaminada hacia una renovada escucha de la Palabra de Dios, para hacer irradiar la frescura, la novedad perenne, podríamos decir, la fascinación del Evangelio”3. En el Instrumentum Laboris para la XIII Asamblea General del Sínodo de Obispos hace la siguiente acotaciónque nos permite entender porqué se trata de “nueva evangelización”: “El adjetivo ‘nueva’ hace referencia al cambio del contexto cultural y evoca la necesidad que tiene la Iglesia de recuperar energías, voluntad, frescura e ingenio en su modo de vivir la fe y de transmitirla” (n. 49). Esto nos permite entender porqué la Nueva Evangelización en el momento actual y de cara al futuro próximo: la Iglesia debe responder a la situación de cambio epocal, dejando los viejos modelos que ha tenido, sin romper con la continuidad esencial, pero adaptándose y dando respuestas desde su misión. Por ser nueva, buscará sostener la fe de quienes permanecen fieles en el camino del discipulado; por ser nueva irá en busca de los que se hayan alejado por las razones que sean; por ser nueva, irá a predicar el Evangelio de Jesúsa quienes aún no lo conocen. Por ser nueva, reflejará la perenne frescura del Evangelio y permitirá, desde la clave de la Encarnación, que todos los seres humanos se sientan acompañadas por ella.
  2. La promoción humana. Así lo planteó la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Santo Domingo 1992. Por ser servidora de la humanidad, la Iglesia se preocupa de todo el hombre y de todos los hombres. G.S. 3 lo enfatiza: “Es la persona humana la que hay que salvar, y es la sociedad humana la que hay que renovar. Por consiguiente, será el hombre el eje de esta explanación: el hombre concreto y total, con cuerpo y alma, con corazón y conciencia, con inteligencia y voluntad”. Por eso, la Iglesia, en su misión evangelizadora se preocupa por todo el hombre, por su entorno social, por su vivencia en la sociedad y en el mundo; de allí su preocupación pr el desarrollo integral del ser humano. Todo esto, ademásconlleva una consecuencia, ya antes indicada en G.S. 1: la opciónpreferencial por los pobres y excluidos; ésta según enseña Benedicto XVI, no es un añadido, sino que brota de la misma fe en Jesús, quien se hizo el más pobre de los seres humanos para enriquecernos con su obra de salvación. Para apoyar la promoción humana, como  tarea propia de la Iglesia, la Iglesia cuenta con la DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA, asignatura siempre pendiente en nuestros ambientes eclesiales.
  3. La Inculturación del Evangelio: consecuencia muy directa y clara del principio hermenéutico de la encarnación. Si la Iglesia se encarna en medio de los hombres, de su pueblo y de su cultura, allí hace presente el Evangelio con su fuerza transformadora. Para ello, no sólo busca crear al hombre nuevo, sino hacer realidad los cielos nuevos y la tierra nueva… en el fondo, seguir contribuyendo a la nueva creación. Es interesante lo que nos dice G.S. 58, porque a la par resulta como un programa de acciónpara los tiempos modernos y cercanos: “El maravilloso mensaje de Cristo renueva constantemente al vida y la cultura del hombre caído; combate y aleja los errores y males que provienen de la seducción permanente del pecado, purifica y eleva incesantemente la moralidad de los pueblos. Con las riquezas de lo alto fecunda desde dentro las cualidades espirituales y las tradiciones de los pueblos. Con las riquezas de lo alto fecunda desde dentro las cualidades espirituales y las tradiciones de cada pueblo y de cada edad; las fortifica, las perfecciona y las restaura en Cristo. Así, la Iglesia, al cumplir su propio deber, impulsa y contribuye  la civilización humana, y con su acción, incluso litúrgica, educa al hombre en la libertad interior”.

Para poder cumplir con todo lo antes expuesto, la Iglesia debe asumir, en cada una de sus Diócesis e instancias eclesiales, el compromiso de un proyecto pastoral, en la línea de una pastoral de la comunión (lo que antes conocíamos como “pastoral de conjunto”). Este es un instrumento, ciertamente. Como tal contiene sus debilidades, fragilidades.  No es algo absoluto. El mismo concepto de proyecto habla de algo que se va perfeccionando. Pero, una Iglesia, con todos los desafíos del momento presente que no tenga un PROYECTO PASTORAL, que se autoevalúe, se perfeccione, se corrija, se mejore continuamente, no podrá enfrentar ya desde ahora el futuro. Este es el drama de muchas de las comunidades en no pocos países. Con un proyecto pastoral, hecho en comunión y ojalá con mente sinodal, la Iglesia podrá responder a la llamada evangelizadora de Jesús: dialogará con Él, con los suyos, con los demás incluyendo los que no la piensan igual; dialogará y propondrá el mensaje de salvación y se sentirá eminentemente solidaria en el camino de la humanidad hacia la plenitud.

Para ello, hay que desarrollar la ministerialidad de la Iglesia, así como el compromiso y el protagonismo de todos los agentes y miembros de la Iglesia. Los indicadores sociales, los de  carácter pastoral, van presentando un modelo que se deberá ir asumiendo con decisión: el de la parroquia como comunidad de comunidades. Para ello es importante tener en cuenta lo que nos dice Aparecida: hay que salir y pasar de una pastoral de conservación a una de carácter misionero. Para esto se requiere la conversión pastoral, de carácter personal, comunitario y eclesial.

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Una Iglesia que se la juegue con un Proyecto Pastoral elaborado por todos, bajo la guía del Obispos ciertamente y confiando en el Espíritu del Señor, será la que podrá responder y aprovechar el futuro. No hay sino que mirar el espejo de los que se sienten cansados y que se han dejado dominar por los profetas de la desventura y parecen arrojar todo por la borda. En este sentido, es necesario prestar oídos atentos a las enseñanzas de las Iglesias que son minoría en muchos lugares del mundo: su vitalidad, su empuje y su entusiasmo nacen de su conciencia de ser Iglesia; para ello se apoyan, cada una con sus propias características, en programas de acción que van siendo eficaces, porque se ejecutan en la fe, en  el amor y en la esperanza, pero también en el nombre del Señor.

Es la tarea pendiente que contiene unas exigencias y en las que hay algunas tareas que hay que tener presentes.

    1. ALGUNAS INCIDENCIAS.

Para conseguir una Iglesia que queremos de cara al presente y al futuro, hemos de prestar atención a algunas tareas que incidirán en el objetivo a conseguir:

  1. El Testimonio de vida. Desde Pablo VI hasta Benedicto XVI, con Juan Pablo II, hemos escuchado que hoy el mundo quiere más testigos que maestros. Por supuesto que si los maestros son testigos, la cosa va mejor. Pero, acá está una de las cosas que la Iglesia debe promover másaún. En el evangelio de Lucas, el mandato evangelizador es presentado bajo la forma de testimonio: “Ustedes son mis testigos”. Ello conlleva dos cosas importantes e irrenunciables: el encuentro vivo con el Señor por parte del testigo, y el contagiar esa vivencia a los demás. La Iglesia del presente requiere para el futuro ser una Iglesia de testigos, que incluso no sientan miedo ante la persecución, las burlas, las descalificaciones y hasta la muerte.
  2. Leer los signos de los tiempos. Es hacer revisión de vida, hacer el examen de con ciencia. Es saber leer lo que el Espíritu nos dice a cada una de las Iglesias y a cada uno de los discípulos de Jesús, como nos enseña el Apocalipsis en su presentación de las cartas a las Iglesias (Apoc 2-3). Para una Iglesia encarnada, para una Iglesia consciente de su misión, para una Iglesia que es sacramento universal de salvación en la humanidad, para una Iglesia que quiere inculturarse, para una Iglesia que quiere abrirse al futuro… la lectura de los signos de los tiempos es una tarea siempre pendiente. Hacerla desde la Palabra, ciertamente; con ello se podrán conseguir los caminos a seguir y se evitará el anquilosamiento y el cansancio.
  3. La Iniciación Cristiana. La Iglesia debe hacer un esfuerzo por convertir su catequesis en una auténtica iniciación cristiana. Hay la tendencia de reducir ésta a la catequesis de adulto. Pero, la verdadera iniciacióncristiana –tanto para niños, adolescentes, jóvenes y adultos- es un proceso que va más allá de la mera catequesis. A partir de ésta, hay que conducir al creyente para que se convierta en un auténtico discípulo de Jesús, comprometido. Por eso, una incidencia en lo que hemos venido hablando hasta ahora es el compromiso por un cambio sustancial en la forma de enseñar la fe. Desde la perspectiva de la iniciación cristiana, que no se limita a preparar sólo para la recepción de un sacramento, sino que más bien apunta a hacer auténticos hombres nuevos, capaces de dar razón de su fe y actuar en el nombre del Señor tanto en su vida personal como comunitaria. Forma parte de la nueva evangelización. “La nueva evangelización, que tanta falta nos hace hoy, no la realizamos con teorías astutamente pensadas: la catastrófica falta de éxito de la catequesis moderna es demasiado evidente. Sólo la reacción entre una verdad consecuente consigo misma y la garantía de una vida de esta verdad puede hacer brillar aquella evidencia de la fe esperada por el corazón humano; sólo a través de esta puerta entrará el Espíritu en el mundo”4.
  4. La Educación. Vivimos en una profunda crisis moral debida a la pérdida del sentido de la vida, a la escasa conciencia moral y a la poca aplicaciónde los valores y principios, en el caso de que sean conocidos. Por ello, no sólo la Iglesia, sino toda la sociedad debe apuntar y apuntalar la educación. En el caso de la Iglesia, sin limitarse a la educación católica de manera exclusiva y hasta excluyente, debe prestarse atención a numerosos laicos que se dedican al campo de la educación para que sean transmisores de los valores del evangelio en medio de sus alumnos. Y en lo que respecta a la educación, valiéndose de los numerosos y enriquecedores aportes del Magisterio de la misma Iglesia y de la reflexión de muchos pedagogos cristianos, hacer de la educación propia una educación evangelizadora y liberadora. Si de verdad queremos una Iglesia que sea Iglesia, ya desde los niños y jóvenes hay que tener el sustrato asegurado de lo que podrá ser el futuro y de quiénes van a ser verdaderos sujetos evangelizadores.
  5. La caridad operante. Los cristianos seremos juzgados por el amor. Hoy por hoy, se nota en amplios sectores de la humanidad unos nuevos modos de opresión, discriminación y de menosprecio de su dignidad. Si la Iglesia es sacramento universal de salvación, en el presente y en el futuro debe –por su mismo testimonio antes nombrado- distinguirse por una caridad operante. Caritas Christi urget nos: nos enseña la Escritura, no para tenerlo como un slogan bonito, sino para convertirlo en un estilo de vida propio de la Iglesia. La caridad con sus expresiones de solidaridad, fraternidad y promoción humana debe estar en la motivación de la acciónevangelizadora. Junto a esto, se requiere que la caridad haga realidad un ministerio que en 2 Corintios aparece claramente dibujado: el ministerio de la reconciliación. En un mundo dividido y resquebrajado por falsas ideologías o filosofías aniquilantes de la dignidad humana, la Iglesia tiene que abrir las puertas de la reconciliación para todos. Y como nos enseñaPablo en la carta a los Efesios, contribuir para que se derriben todos los muros de división y en cada ser humano pueda reflejarse el rostro del auténtico hombre nuevo. Caridad operante, como la del buen samaritano que no dudó en desviarse del camino y de sus diligencias para atender al necesitado… porque el prójimo no era el agraviado, sino el mismo samaritano quien se aproximó (aprojimó) con una sola actitud, la del amor que todo lo puede, de acuerdo a la enseñanza del Apóstol. La Iglesia que queremos es la Iglesia de la caridad del Buen Pastor, que no sólo cuida de sus ovejas y las busca donde quiera que estén, sino que es capaz de dar la vida por ellas.

Ciertamente que hay otras cosas que atender y que pueden incidir o incidirán en la Iglesia que queremos. Las que hemos mencionado no excluyen otras, sino que son una muestra de lo que debe ser y hacer la Iglesia del futuro, la que queremos. Es decir una Iglesia que sea auténticamente Iglesia.

    1. CONCLUSION.

Las anteriores reflexiones han querido ser un aporte para la discusión y la reflexión, también como una modesta contribución en este II Congreso de Historia de la Iglesia del Táchira. Aunque la Iglesia no hace futurología, no puede prescindir del futuro, pues camina hacia la plenitud en medio de una humanidad que sufre cambios de manera continua. Lo peor que le puede pasar a la Iglesia es cerrarse en posturas engarzadas en el pasado, como si todo pasado fuera mejor. Hacerlo es negarse a ver la historia de la Iglesia como historia de la salvación y renunciar a la acción protagónica del Espíritu en la Misión recibida de Jesús.

La Palabra de Dios siempre presente pero también cuenta lo que ha sucedido como memoria de los hechos salvíficos realizados por el Dios de la vida y de la historia. A la vez es una Palabra de futuro que invita a caminar o peregrinar por las sendas de la perfección hasta conseguir el encuentro de plenitud definitiva con la Trinidad Santa. De allí la importancia que reviste ver el dinamismo propio de la Iglesia que sabe encarnarse y caminar con la humanidad ofreciéndole lo que le es propio.

Jesús, al entregarles a los discípulos el mandato evangelizador, los envió al mundo y a todos los pueblos y culturas para allí hacer brillar la luz y fuerza de la salvación. En ese hecho, que perdura desde 21 siglos y que se sigue abriendo hacia el futuro, la Iglesia debería hacer realidad lo que Jesús dijo: “He venido a poner fuego en esta tierra, y lo que quiero es que arda.”

+MARIO MORONTA R., OBISPO DE SAN CRISTOBAL

SAN CRISTOBAL 23 DE NOVIEMBRE DEL AÑO 2012.

*Ponencia presentada en el II Congreso de Historia de la Iglesia en el Táchira, 23 de noviembre del año 2012.

1Cf. DEL GAUDIO, op. Cit. P.223.

2 Ibídem p. 227.

3 RUIZ ARENAS, O., Dimensión Misionera de la Nueva Evangelización” p. 43; enAA.VV., Ser Misionero en la Nueva Evangelización,, Ponencias de la 65 Semana Española de Misionología, Burgos 2012..

4 RATZINGER, J., Mirar a Cristo,  EDICEP, Valencia 1990, p. 38.

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