Oriundo de El Pilar, estado Sucre (1967), Juan Carlos Bravo ingresó a la Fraternidad de los Padres Operarios Diocesanos en Caracas. Posteriormente estudió Teología en el Seminario Santo Tomás en Minneapolis (EE.UU.) y completó su formación sacerdotal en Jerusalén (Israel). Fue ordenado presbítero en 1992 y recibe la ordenación episcopal por el papa Francisco en 2015, siendo desde entonces Obispo de Acarigua-Araure hasta su nombramiento como Obispo de la recién creada Diócesis de Petare en 2021, lo cual –en sus propias palabras– es todo un reto
Por Juan Salvador Pérez
Desmembrada de la arquidiócesis de Caracas, la diócesis de Petare tiene una extensión de 177 km2, con una población de 760 mil habitantes, coincidiendo con el territorio civil del municipio Sucre del estado Miranda. Pastoralmente organizada con 23 parroquias, 12 sacerdotes diocesanos, 45 sacerdotes religiosos, 129 religiosas, 5 seminaristas, 27 instituciones educativas católicas y 64 instituciones caritativas.
El 16 de noviembre del 2021, la diócesis de Petare se convirtió en la número 27 para un total de 42 circunscripciones eclesiásticas en Venezuela, divididas en 9 arquidiócesis, 27 diócesis, 3 vicariatos apostólicos, 2 exarcados y 1 ordinariato militar. La última diócesis erigida por el papa Francisco en Venezuela fue la diócesis de El Tigre (2018).
La catedral de la diócesis de Petare será la Iglesia Nuestra Señora del Rosario ubicada en La California. Acompáñanos a descubrir el testimonio de Monseñor Juan Carlos Bravo, Obispo de Petare, en una profunda y cercana entrevista ofrecida a la revista SIC.
–El día que me enteré de lo que significaba “Petare” me impresionó mucho, porque los términos indígenas suelen ser conceptualmente más poderosos. “Petare” significa “de cara al río”, siempre me llamó la atención esa definición. Entonces, ¿qué significa para usted estar hoy “de cara al río” en esta comunidad?
–En primer lugar, yo tengo muy poco tiempo de haber llegado a la recién creada diócesis de Petare y cuando me enteré de que me habían nombrado “obispo de Petare”, lo primero que hice fue buscar el significado de muchas cosas y, tal como lo mencionas, esa es la definición que aparece, yo también la encontré. Sin embargo, para mí ser nombrado “obispo de Petare” no es tanto como “ponerme de cara al río”, sino ponerme de cara a Dios. Creo que ponerse de cara al río para los indígenas va a significar estar de frente a la fuente cristalina, la fuente de la vida, el manantial que corre, el agua que da vida y tiene, creo yo, un gran significado evangélico.
La imagen de la samaritana es bien inspiradora para comprender esto y para “meterse” en Petare. La samaritana y Jesús tienen ese diálogo en un pozo y están allí los dos, cara a cara y de cara al río. Por eso, es la primera imagen que utilizo para entender a Petare.
Petare no solo nos invita a ponernos de cara al río, sino de cara los unos a los otros para poder construir una Iglesia que realmente sea sinodal. Volviendo a la imagen del encuentro de la samaritana con Jesús, Él le dice “de lo que se trata aquí es de convertir todo esto en un manantial que dé agua que brota para la vida eterna”. Y yo creo que ese es el mensaje primordial de Jesús; que su palabra sea una fuente de la cual brota agua, pero no cualquiera, sino un agua que profundamente se mantiene y se da para la vida eterna.
La otra cosa interesante también de toda esta imagen conceptual de Petare es que, cuando Jesús se está despidiendo de la samaritana le advierte que llegará la hora en que no es aquí, no es allá, sino es en Espíritu y en Verdad. Y yo creo que eso sintetiza esta experiencia en Petare. Los primeros tres meses para mí han significado acercarme a las comunidades, no solo a la comunidad parroquial, sino a la que se llega subiendo y bajando escaleras; a todos los proyectos sociales que lleva la Iglesia y que lleva tanta gente de la comunidad y otros lugares en Petare, gente tan interesada por este mundo.
Todo esto, en lo personal, significa ponerme de cara a Petare y también poner “mi cara” en Petare, para que la diócesis no sea algo abstracto, sino que sea concebida como una instancia que realmente tiene una organización, donde también el obispo tiene un rostro. Que la gente pueda comprender que el obispo está para servir, para generar agua viva y estar presente en todos los lugares donde se glorifique a Dios en Espíritu y en Verdad, es reconocer, pues, que realmente allí está presente la Iglesia de Jesús.
La iglesia petareña tiene un dinamismo muy grande, no solo en el campo de la evangelización, sino en el campo de lo social. Es interesante descubrir la cantidad de colegios que tienen una trayectoria y una dedicación impresionante; de obras a nivel de salud y a nivel de Iglesia; de alimentos y proyectos solidarios que se llevan en cada una de las parroquias y comunidades de Petare. Es algo impresionante, sí, pero también lo es ver cómo la comunidad carece de servicios públicos y seguridad.
Comprender esto es “ponerme de cara a Petare”, “de cara al río”, de “cara a la gente” y que, reconociendo nuestros rostros podamos ponernos también frente a Dios para que, como Jesús en ese encuentro con la samaritana, descubramos la presencia de Dios en Espíritu y en Verdad.
–¿Cuáles son los principales retos de esta nueva diócesis?
–En primer lugar, yo creo que el gran reto es crear la diocesanidad; ese es el principal reto de cualquier diócesis. Es sentir que somos uno y, en ese sentir comprender que no solamente somos uno en Jesús, sino que somos uno entre nosotros, para que así, reconociendo que somos uno en Jesús y uno entre nosotros, podamos construir juntos la Iglesia de Jesús, una que quiere servirle a Dios en Espíritu y en Verdad, como te lo comentaba anteriormente. Por eso la primera actividad del obispo es acercarse a las comunidades para conocerlas y le conozcan, para que haciéndolo podamos responder a ese llamado de la sinodalidad, de trabajar juntos. Yo creo que esa es la principal función del obispo, ser ministro de la unidad y expresar la unidad concretamente.
El segundo reto es encontrar caminos de articulación y criterios comunes para seguir construyendo la Iglesia de Jesús, y no tiene que ver esto con eliminar algo, como en pastoral, no se elimina nada de lo que existe, sino que tratamos de reorientar y articular todo lo existente, para alinearnos en un camino común; el camino que Jesús nos va indicando.
El tercer reto nos involucra a todos, desde esa Iglesia que pensamos, desde esa Iglesia que queremos, que soñamos; buscando la articulación, creando la diocesanidad, creando la unidad, pues, crear la unidad del presbiterio. No se consiguen criterios pastorales y no se consiguen opciones pastorales, si no hay primero la unidad del presbiterio. Por eso, crear la diocesanidad, en primer lugar, va a implicar a los presbíteros, religiosos y religiosas, así como a los laicos que están comprometidos en el trabajo de la Iglesia para que, teniendo una espiritualidad común y de comunión, podamos construir realmente la Iglesia de Jesús y no la Iglesia que nos parece más conveniente a cada uno.
–Actualmente, usted es también el presidente de la Comisión Episcopal de Laicos y Ministerios de la Conferencia Episcopal Venezolana: ¿Qué esperaría usted de los laicos de cara a la sinodalidad?
Personalmente, a mí no me gusta esperar cosas, porque cuando tú esperas muchas cosas terminas desilusionándote. En este sentido, considero que la invitación es, por encima de todo, a dedicarnos a la misión que a cada uno le corresponde, dejando los frutos y la esperanza puestas en manos de Dios.
Los laicos juegan un papel fundamental en esta Iglesia de Petare. Es una Iglesia extraordinaria, donde no se sabe con exactitud la cantidad de personas que hacemos vida. Aunque las estadísticas oficiales estiman unas 760 mil personas, cuando tú te sumerges en este mundo, te das cuenta de que, fácilmente, la comunidad supera los 2 millones y medio de personas, según cifras extraoficiales. Petare es un gran reto.
La presencia religiosa en números, frente a la magnitud de la comunidad de Petare me hace creer que esto es una Iglesia que tiene que ser laical. Y, sin dudas, una Iglesia que tiene que ser laical es una Iglesia misionera, donde cada uno asume su rol de bautizado. Entonces creo que la esperanza, la convicción y el llamado de nuestra Iglesia diocesana está orientado a formar laicos que realmente asuman su compromiso bautismal.
Todo esto me lleva a recordar el Evangelio aquel donde Jesús aparece y encuentra a los pescadores sin bote, con redes vacías y dormidos. En ese momento de estar sin bote, con redes vacías y cansados, pues, también está la fuerza del Espíritu, donde Dios nos viene a decir que no sigamos echando las redes por el mismo lado, sino que hay que lanzar las redes por el otro lado; porque cuando lanzamos las redes por el otro lado, a invitación de Jesús, la pesca es abundante.
Creo que esto nos tiene que poner en un camino de conversión, no solo en la conversión personal, sino en la conversión pastoral. Y la conversión es el cambio de mentalidad y eso es lo que Jesús nos invita a hacer. Trascender de una Iglesia, muchas veces, clerical, de poder, una que –a veces– está alejada de la vida de la gente, pasar de esa Iglesia jerárquica a una Iglesia que es realmente Pueblo de Dios, atendiendo al llamado de la Iglesia del Concilio: conocer a Dios de verdad, es servirle santamente.
He aquí el gran reto de los laicos, construir una Iglesia que esté basada en la participación y el protagonismo de los laicos, de su gente; es decir, entender que ese Dios que yo he conocido, ese Dios que me ha encontrado, en medio de mi barca vacía, en medio de mi red vacía, en medio de mi angustia, mi desolación, de mis preocupaciones, de mi desconfianza y mi desesperanza, nos pide que lancemos la red por el otro lado y que, el Señor, pues, de su lado, nos dará lo que realmente necesitamos.
–Hoy el papa Francisco nos invita a caminar juntos, pero ¿cuál es el mayor obstáculo que presenta este camino?
–Yo creo que el mayor obstáculo de la sinodalidad no es el trabajar juntos, sino el tener claro a dónde nos dirigimos. Porque podemos hacer muchas cosas juntos, pero si no tenemos el horizonte claro, si no sabemos a dónde vamos y qué es lo que queremos hacer, difícilmente podremos construir juntos la Iglesia de Jesús.
Si la función específica de la Iglesia es anunciar el Reino de Dios, yo creo que este llamado a “caminar juntos” nos invita a ponernos todos de cara al Reino de Dios, como opción personal que se concreta en la opción por Jesús, por el Evangelio y por el Reino en sí mismo.
Si nosotros realmente nos sentamos y comenzamos a ver cuál es nuestro horizonte a seguir, cuál es el mundo que nosotros queremos construir desde la perspectiva de Jesús, desde la perspectiva del Evangelio y desde la perspectiva del Reino, entonces sí podremos trabajar juntos.
¿Cuál ha sido en ocasiones el problema de la Iglesia? La opción. Si nosotros no tenemos una opción clara por Jesús, por el Evangelio y por el Reino, difícilmente vamos a construir juntos, porque cada uno irá en sus propias opciones, respondiendo a sus propios intereses.
Hoy estamos llamados a optar por el Reino, pero también a construirlo en las parroquias desde sus consejos de pastoral parroquial y en las diócesis desde sus consejos diocesanos de pastoral, de laicos, de los consejos presbiterales y de todas las instancias, tanto diocesanas como parroquiales, lo que nos debe de mover a todos es nuestra pasión por el Reino.
En este momento estamos trabajando con un equipo inicial en la diócesis para que, a partir de allí, podamos ir construyendo juntos, sabiendo que el camino es ese. También estamos tratando de involucrar paulatinamente a todo aquel que hace vida en la comunidad –y como en Petare hay tanta gente, organizaciones, grupos y movimientos, haciendo tantas cosas buenas–, creo necesario plasmar todo el trabajo articulado en un proyecto global, que sea orgánico, que sea sistemático y que sea de conjunto.
Son cuatro las dimensiones fundamentales a abordar para empujar en buen puerto esta comunidad: educación, salud, servicios y seguridad. En ese orden. Si todos empujamos en ese horizonte, encontraremos en Petare un signo claro y testimonio de la presencia de Jesús y la opción compartida por el Reino.
–Juan Carlos Bravo, al final del día, cuando ya no viste de obispo ¿A quién le reza? ¿Cómo lo hace? ¿A quién le pide? ¿Con quién se inspira?
–El episcopado es un servicio que la Iglesia me ha pedido y yo quiero vivirlo como tal, desde la opción del Evangelio.
Cada mañana oro con Jesús en el Evangelio del día. Todos los días estudio el Evangelio desde la perspectiva de mi espiritualidad, para rescatar algunas claves: qué hace Jesús (en el Evangelio), qué dice Jesús (en el Evangelio), cuáles actitudes tiene Jesús (en el Evangelio) y, a partir de esa imagen de Jesús, me pregunto cómo impacta aquello en mi mente, en mi vida, en mi corazón y cómo me ayuda a vivir un camino de conversión para imitar más a Jesucristo.
Yo quiero que mi opción prioritaria sea Jesús y no otra cosa, por eso mi contacto y mi oración de cada día me lleva a mirar a Jesús, y mirándolo a Él poder mirarme a mí mismo. Este ejercicio de encuentro íntimo con Jesús, me invita a preguntarme a qué me llama Dios específicamente como obispo, pero antes de como obispo, a qué me llama como cristiano, y para mí es más importante ser cristiano que ser obispo.
Así, desde la perspectiva de ser cristiano, contemplo cómo voy viviendo mi episcopado cristianamente, como ministro de la unidad, justo lo que estoy llamado a hacer y a construir, la unidad. También cómo me llama el Señor a servir mejor a este pueblo desde la perspectiva de Jesús, sabiendo que no estoy llamado a transmitirme a mí mismo, sino a transmitir a Jesucristo.
Por eso es importante para mí cada día saber que mis gestos, mis palabras, mi vida, mi forma de vivir, mi forma de actuar, sea realmente una experiencia de anunciar al Resucitado y no con mis palabras, sino con mi forma de vida.
–Monseñor: ¿La opción de seguir a Jesús es personal?
–Para mí sí. Yo creo que la opción por Jesús es muy personal. Tan personal que debe hacerla cada uno, pero cuando tú optas por Jesús personalmente, te das cuenta de que no puedes quedarte solo con Jesús, sino que tienes que tratar de contagiar e invitar a otros para que también hagan de Jesús su opción. Así, la opción por Jesús es personal, pero solo puede ser vivida en comunidad.
–Para finalizar este espacio, ¿qué es lo que más le ha gustado de Petare hasta ahora?
–La libertad de su gente; tienen un sentido de libertad tan profundo que son espontáneos, no necesitan disimularlo. Otra de las cosas que me resulta encantadora es la sencillez con la que viven y la forma como se relacionan. Pero también hay otra cosa que no puedo dejar de mencionar: la solidaridad que está presente en cada rincón de la comunidad. Me impresiona mucho la cantidad de personas y organizaciones que hacen –y dan– tanta vida en Petare.
Cuando yo veo a Petare, trato de verlo desde la mirada de Jesús, y trato de verlo con ojos contemplativos para saber que el Reino está presente allí, dando signos y valores que necesitamos potenciar, valorar y descubrir.
*Director de la revista SIC. Daniela Paola Aguilar contribuyó a la redacción de esta entrevista.