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Monseñor Álvarez con olor a oveja

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Por Rafael Curvelo

                 Dichosos los que construyen la paz, porque
Dios los llamará sus hijos.
                                      Dichosos los perseguidos por hacer la
voluntad de Dios, porque de ellos es el
reino de los cielos.
     Dichosos serán ustedes cuando los injurien
y los persigan, y digan contra ustedes toca
clase de calumnias por causa mía.
Alégrense y regocíjense, porque será
grande su recompensa en los cielos, pues
así persiguieron los profetas que vivieron
antes que ustedes.
Mateo 5, 9-12

Rolando Álvarez es un obispo de Nicaragua que, por negarse al destierro que le mandaba el gobierno de Daniel Ortega, ha recibido una condena de 26 años de prisión por traición a la patria, un delito que conlleva a perder su ciudadanía nicaragüense, un derecho inalienable para todo individuo.

El obispo de Matagalpa, consciente de las consecuencias de su decisión, prefirió quedarse en su país y no acompañar a los más de 200 presos políticos que fueron expulsados por el régimen de Ortega hacia los Estados Unidos. “Que sean libres, yo pago la condena por ellos”, manifestó Álvarez al negarse a subir al avión que le garantizaba una libertad lejos de su rebaño.

Como un buen pastor, Rolando Álvarez se impregnó del olor a oveja. Fue bien recibido por la gente de Matagalpa y uno de sus objetivos era visitar las 400 comunidades que están dentro de su diócesis, también hizo lo que se exige de un buen sacerdote: anunciar la buena nueva y denunciar las injusticias, algo que para las autoridades nicaragüenses no fue bien visto.

Desde su mensaje cristiano denunció los abusos cometidos por el régimen que encabeza Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo hacia la población que ha sufrido todo tipo de vejámenes por reclamar mejores condiciones políticas y de vida. Monseñor Álvarez también ha sido un ferviente defensor de la paz en Nicaragua, a pesar de las arremetidas del sandinismo hacia la Iglesia católica; ejemplo de ello, fue su papel activo en la mediación con el régimen de Ortega con los líderes de las protestas en el 2018.

La arremetida del gobierno nicaragüense hacia las voces disidentes es un hecho sin precedentes: han cerrado emisoras de radio, censurado a la prensa, expulsado órdenes religiosas y sacerdotes, siendo el caso más emblemático el del nuncio apostólico Waldemar Satanislaw Sommetag, el año pasado. De la misma manera, se han ilegalizado organizaciones de todo tipo y se ha perseguido y detenido a incontables ciudadanos y dirigentes gremiales, sindicales, sociales y políticos.

Podemos sentirnos contentos con la liberación de más de doscientas personas que fueron apresadas por motivos políticos, pero hay que lamentar que sean llevados a un ostracismo lejos de su patria. Peor aún, es la condena de arrebatarles su ciudadanía nicaragüense, cosa similar a la hecha por la Alemania nazi en contra de los judíos.

Como cristianos nos toca condenar las acciones en contra de Rolando Álvarez y los cientos de nicaragüenses que se han enfrentado a un régimen que, en su momento, luchó contra una dictadura, y que ahora se ha transformado en el monstruo que combatió por tantos años. No es que la condena deba hacerla el clero, los sacerdotes y religiosos, también debemos hacerla los laicos, ya que todos, como un solo cuerpo y una sola carne en Cristo, debemos ser conscientes de que lo que le pase a uno de nosotros, nos afecta a todos como comunidad.

También es necesario recordarle a Daniel Ortega las tantas veces que sacerdotes y laicos lo acompañaron en la lucha por la reivindicación de los pobres. Fernando y Ernesto Cardenal creyeron en una lucha y la acompañaron, pero en sus últimos años criticaron el rumbo que tomó el sandinismo. Tampoco podemos olvidar a Edgar Parrales que, como otros, ha sido condenado al exilio de su patria.

Nuestra lucha por la democracia, en cada rincón del continente, no debe cesar. Debemos construir el Reino de Dios en la Tierra, ir al encuentro del desfavorecido y seguir el ejemplo que nos da Rolando Álvarez: oler a oveja y acompañar al pueblo en su lucha por un mejor mañana.

Madre, que dar pudiste de tu vientre pequeño

tantas rubias bellezas y tropical tesoro,

tanto lago de azures, tanta rosa de oro,

tanta paloma dulce, tanto tigre zahareño.

Yo te lo agradezco en que forje; mi empeño,

la caja de armonía que guarda mi tesoro,

la peaña de diamantes del ídolo que adoro

y te ofrezco mi esfuerzo, y mi nombre y mi sueño.

Rubén Darío

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