Luis Carlos Díaz
Revista SIC 774
Estamos ante una trampa. O mejor dicho: estamos en Venezuela. Las trampas son comunes en el escenario político porque eso se supone que es el ajedrez del poder. Movimientos de control de espacio y estrategias para lograr victorias. El problema es que en la coyuntura venezolana, el ajedrez en realidad es un festival de motopiruetas con tiros al aire y sin reglas claras. Llevamos más de 10 años votando con sistemas electrónicos de votación y aún no se superan ciertos mitos sobre el voto electrónico que renacen y se refuerzan con cada justa electoral. De hecho, estamos en un punto de polarización tan alta, que hablar del voto electrónico ya te hace sospechoso de defender al Gobierno o ser su cómplice en un fraude continuado.
Para el Gobierno la situación es de ganar-ganar. Si aumentan las dudas sobre la confiabilidad del sistema de votación, se traduce en más abstención opositora, y por lo tanto en victorias más sencillas de lograr después de las ya tradicionales campañas ventajistas. Las máquinas son sólo el medio, la plataforma, pero se les inserta en un escenario nada neutral y se vuelven también un objeto de diatriba en la que el CNE no ha puesto mucho esfuerzo por aclarar dudas. No parece ser su interés.
Incluso la repetición de rectores en el CNE que no gozan del reconocimiento como árbitros imparciales por la diversidad de partidos políticos venezolanos, tiene como objetivo desestimular el voto. Por otro lado, las distintas oposiciones políticas buscan razones para sus derrotas, y un segmento apunta al entramado de cables y bits por donde circula la intención de los electores. Rara vez asumen sus errores.
En los mitos electorales reposan dos fenómenos simultáneos: la brecha tecnológica y el sesgo ideológico que exige reforzar prejuicios. Ambos son monstruos hambrientos que se alimentan de ignorancia y el deseo infinito de tener la razón. A ese plato mixto podemos agregarle dos ingredientes más: la polarización política y el desconocimiento del otro.
Estamos en 2015 y todavía hay gente que insiste en el fraude electoral del referéndum revocatorio de 2004, sin mayores pruebas ni razones técnicas. Sólo se sostiene en la necesidad de creer que la victoria les fue robada, que los votantes no existieron y que Hugo Chávez se salió con la suya en aquel momento. De nada valen las encuestas previas que lo dieron como ganador, la amplia movilización espontánea y empujada con maquinaria electoral para participar aquel 15 de agosto, y la campaña en todos los terrenos posibles realizada con fondos públicos, desde el uso abusivo de cadenas en radio y televisión hasta el sesgo ideológico de las misiones sociales de salud y educación fortalecidas ese año. Nada de eso. De 2004 se recuerda a Henry Ramos Allup diciendo que los habían robado pero que les dieran tiempo para pensar cómo… y a Pablo Medina sosteniendo con guantes de látex la tarjeta madre de una máquina de SmartMatic, como quien sostiene un tumor recién extraído, indicando que allí estaba el corazón de la bestia.
En 2013 y 2015 conocí el monstruo por dentro. Fui a la sede de Smartmatic, en Ciudad de Panamá, y conocí las instalaciones donde trabajaba el equipo de desarrollo de soluciones para sistemas automatizados de votación. Como fanático de las elecciones, con varios procesos y coberturas informativas a cuestas, pero también como activista de innovaciones tecnológicas, fue la oportunidad de casar dos áreas de interés.
Por lo tanto vamos a combinar tres cosas en este relato breve: la tecnología, las elecciones en Venezuela y la brecha digital en torno a la máquina. La brecha es sencilla: no toda la población tiene relación cotidiana con dispositivos electrónicos. Si se enredan con un cajero automático o no saben ponerle la hora al microondas, el acto de votar puede convertirse en un problema y por eso necesitan más ensayo, por más amigable que intente ser el panel táctil y por más colores que tenga la pantalla.
El primer apunte es que una elección es muchas cosas a la vez, pero principalmente es la competencia democrática de un grupo de ciudadanos que decidieron, en igualdad de condiciones, resolver una diatriba contando mayorías. En ese proceso hay muchos momentos, pero hay tres que deben importarnos a la hora de hacer análisis: la campaña, donde las ofertas se exponen y la gente toma su decisión; la votación, donde los ciudadanos expresan su elección; la totalización, donde los votos se cuentan y deben garantizarse resultados fiables.
Las dudas sobre el sistema venezolano han estado en todas las dimensiones, pero una duda sólo abre una posibilidad de investigar. Y para construir certezas se debe seguir algún método de verificación, fuera de eso es sólo necedad o fanatismo. Por ejemplo: decir que la etapa de la campaña es ventajosa para el gobierno, se puede confirmar con la medición del uso de recursos públicos e incluso hay constancia de esos reclamos en los documentos de observación internacional del Centro Carter y la Unión Europea. Por eso no los invitaron más como observadores desde 2006 sino como acompañantes. Por eso no habrá observadores internacionales este año.
Sin embargo, en cuanto al voto electrónico, hay que lidiar constantemente con mitos que sí exigen mayor explicación de parte del ente electoral, a menos que no esté interesado en generar más confianza en el voto.
Veamos algunos:
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La máquina cambia los votos.
El objetivo de la máquina es convertir la voluntad del elector en un dato que se pueda sumar de forma fiable con el resto. Por eso la máquina contabiliza el voto y expide un comprobante (el papel) que el elector revisa y deposita en la caja. Hasta los momentos no se ha comprobado un solo caso en el que la persona marcara una opción y le saliera otra. Como se trata de una interfaz táctil, la mayor parte de los errores están del lado del elector, que no marca bien su opción o la marca dos veces, de forma que se anula la selección. Incluso en esos casos, hay la posibilidad de levantar un acta de incidencia y dejar constancia en la mesa del error cometido. En elecciones anteriores ha habido gente detenida por comerse el papel, romperlo de rabia o reclamar con violencia a los miembros de mesa. Peor aún, líderes del PSUV como Aristóbulo Istúriz y Tarek William Saab mostraron en cámara por TV cómo rompían su papel y volvían a votar… una irregularidad por la que no fueron juzgados, pero que también demuestra que hasta ellos se equivocan al marcar sus opciones.
– La máquina cambia los votos en la totalización
Si cada elector comprueba que su comprobante de voto está bien, la suma del día debe estar bien. Lo sabe cada testigo de mesa que ha contado los papeles de las cajas seleccionadas al azar.
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Se cambian los votos en la totalización general
Nuevamente, si cada partido tiene comprobantes de cada máquina y centro electoral, puede sumar por su cuenta y comprobar los anuncios del CNE. En este punto ha habido muchas dudas por el tiempo que se tarda el ente electoral en anunciar. Se debe a dos cosas, la primera es que no se dan resultados parciales que luego puedan cambiar (como ocurre en otros países de la región), por eso se esperan tendencias irreversibles, y por el otro lado, en 2007 se demostró que se espera la aceptación de los resultados por parte del poder. Algo que se debe discutir en el ámbito de la negociación política, pero no es un elemento técnico del sistema digital. Por el contrario, pudiésemos tener resultados mucho antes si la totalización fuese transparente al país.
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Hay centros donde el PSUV ve la totalización de los votos en tiempo real durante el día
Es uno de los rumores que recientemente difundió el diario ABC de España, con supuestas declaraciones de Leamsy Salazar (escolta de Chávez). Para eso necesitarían que la máquina transmitiera el resultado voto a voto desde todo el país durante el día, algo que sencillamente no pasa porque no están conectadas. Quien está en un centro sabe que sólo se conecta en la noche para transmitir resultados. Lo que sí tiene el PSUV es una base de datos de sus militantes y otros inscritos y tiene puntos rojos y maquinaria que moviliza votos de vecinos uno a uno. Con activistas comunitarios se sabe quién ha votado y quién no, y se le lleva a votar. Pero todo eso previo al hecho de la votación. Si no está en el REP o en ese centro, no puede votar.
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Pero hay gente con cédulas falsas y gente que fue sumada al registro electoral
Ese es un punto de discusión enorme y externo al voto electrónico. La forma en la que está compuesta la población venezolana hace que aún, de hecho, falte alrededor de un millón de jóvenes por inscribirse.
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Hay centros fantasmas y máquinas paralelas que suman votos
Efectivamente se han creado más centros electorales pequeños para descentralizar el sistema. Sin embargo, cuando están en comunidades controladas por el chavismo (misión vivienda, zonas de colectivos, etc) se presta para un control político del voto por presión directa de los vecinos. Eso no evitó que en Ciudad Caribia hubiese más de 50 votos para Henrique Capriles, con las amenazas que eso significó luego para los vecinos. El problema fue en los centros donde en elecciones como la de 2010, hubo 100% votos a favor del chavismo y cero abstención. Evidentemente se trata de un abuso cometido ante la falta de contrapartes, que luego no fue castigado, pero que en suma, no modificaba el resultado de una elección nacional (al menos no cuando Chávez ganaba con 10 puntos de ventaja, con el 1% de diferencia entre Maduro-Capriles se encendieron las alarmas). El asunto es que los centros y mesas que conforman un resultado electoral son visibles en la base de datos del CNE y no hay centros paralelos que puedan sumar más votos a ese sistema.
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¿Si hay 100 votos podemos garantizar que hubo 100 electores?
Es por eso que se instaló luego el sistema automatizado de identificación (SAI), para detectar las huellas. Nuevamente, fue decisión política del CNE no sancionar los más de 200 casos de incidencia de doble huella detectados en 2013. Era importante hacerlo para evitar que se repitiera, aunque 200 electores fraudulentos no modifican una elección de 200 mil votos de diferencia.
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¿Entonces tenemos el mejor sistema electoral del mundo?
A nivel técnico se ha logrado un sistema robusto con muchos niveles de verificación y contraste. El problema es más bien político: no hay control sobre la campaña y no se controlan las presiones sobre la voluntad de voto del elector antes de escoger su opción. Desde los votos asistidos hasta la presión vía bases de datos del Estado (beneficiarios de misiones, becas, créditos, etc) hay un entramado que se afinca contra los más vulnerables. Tampoco se construye confianza alrededor del sistema: El propio chavismo acusó a la oposición de alterar resultados en sus elecciones primarias de 2012 para multiplicar sus votos. Chávez dijo que no necesitaba otra lista Tascón para saber quiénes no habían votado por él. Voceros de la oposición se empeñan en repetir mitos para no buscar los votos que necesitan. Todo eso genera desconfianza, y es en el fondo despreciar un buen logro técnico en medio de un clima tenso que no necesita ser peor.