Por Mirla Pérez
Es el grito que sale de las entrañas de las madres venezolanas, hoy sufridas y desplazadas por un régimen centrado en la tiranía y la dominación. Esta expresión resume el quiebre de un sistema. Activó en la gente este enorme deseo de cambio.
El régimen identificó a la familia como una amenaza. Como todo sistema totalitario ha tratado de penetrar en el tejido social para acomodarlo a sus intereses, aunque esto implique la eliminación del otro. Recientemente Maduro ha dicho a los militares: “aléjate de los familiares opositores antes de perder su carrera por una imprudencia”. La carrera por encima de la familia, es un concepto que no encaja.
“Aléjate de la familia…” suena en el oído venezolano como abandona a tu hijo o mata a tu madre. ¿Quién fue el interlocutor real de esa expresión? Para Maduro fueron los militares, pero ahí no está la verdad de la frase y su resonar afectivo. La frase llegó a la familia venezolana, a las madres de los militares, a la madre e hijos que se han tenido que ir dejando parte de la vida aquí en este país.
La frase llegó al corazón de la cultura, ahí se metió. Ahí ha venido cavando un profundo hueco afectivo, en silencio ha sembrado un dolor indescriptible. En silencio a producido uno de los dolores humanos más profundos: el abandono, el quiebre de la familia, la desolación de hijos y nietos. La soledad, la ausencia del placer de poder besar, tocar, criar a los nietos y acompañar a los hijos. Un dolor seco, duro, más fuerte que el hambre.
El hambre se convirtió en dolor porque ya no puede ser compartida con el ser querido, porque ya no podemos buscar juntos el placer de la saciedad. El hambre en soledad es otra cosa, es miedo, es pánico, es humillación no sólo porque es física sino, sobre todo, porque es afectiva. Porque es ausencia de intensión física, humana, cercana de aquel que hace posible el amor.
Este dolor que desgarra no solo la piel porque te mata, sino el alma porque no está el ser que da sentido a la vida: el hijo. La migración es uno de los puntos de quiebre más profundo que ha sembrado el sistema. La madre no puede odiar a los países que han recibido a sus hijos, aunque el trato y la vida sea difícil. No puede odiarles, a pesar de que Maduro y la televisión pública de libre sintonía repita a diario que los que se han ido son maltratados afuera.
Para la madre el mensaje del régimen es una declaración de culpabilidad, “mis hijos se fueron por tú culpa y hoy lloro su ausencia…” El odio va contra el sistema porque fueron quienes produjeron la huida, el desplazamiento, el destierro de tantos familiares y amigos con quienes celebrar la vida.
El clamor que viene en crecimiento desde el año pasado es: “queremos que nuestras familias regresen, vete ya Maduro, ya te llenaste los bolsillos…” Se juntan dos sentimientos fundamentales: el desprecio al dictador simplificando su existencia a un mero deseo de robar y el reencuentro familiar como el gran proyecto de vida. El sueño del día después de la caída del régimen, es la convivencia reestablecida, el encuentro con hijos y nietos. La posibilidad de tocar y besar en el aquí y ahora.
Estos días son los días de la lucha por la familia. Todos tenemos una: los militares, la señora del barrio, el profesional, tú y yo. El reencuentro es la amalgama que pega el deseo de luchar con la existencia misma. La esperanza es el camino político para reconstruir la convivencia.