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Ministerio ordenado e Iglesia, según Netflix (II): Suburra, la serie

Netflix

Por P. Luis Ovando Hernández, SJ

Cuanto he señalado en la Introducción de la primera entrega sobre el Ministerio Ordenado y la Asamblea cristiana, vale igualmente para esta serie de tres temporadas y veinticuatro episodios, que lleva el nombre de un barrio romano popular y cuyo significado es peyorativo. La serie lleva por subtítulo «Roma ciudad de sangre».

Lamentablemente no puedo detenerme demasiado en la trama, sino que debo concentrarme en las figuras de los Ministros Ordenados y de la Iglesia que aparecen en Suburra.

Una jerarquía eclesiástica corrupta e infame

Todo inicia con la fuga de monseñor Teodosio, quien protegido por las sombras de la noche, deja su casa en Via della Conciliazione para participar de una orgia, donde se excede consumiendo cocaína y alcohol hasta caer por tierra en una especie de coma.

El prelado preside una Comisión vaticana encargada de negociar unos terrenos muy apetecidos por un capo mafioso local, «Samurái», quien a su vez representa los intereses de capi mafiosos sicilianos que pretenden expandir su poder hasta la capital romana. Dentro de esta Comisión, Samurái cuenta con un Cardenal que intenta convencer a monseñor Teodosio para que conceda los bienes a su jefe delincuente. En el otro extremo, se halla la consejera económica de Monseñor, que busca a toda costa que los terrenos sean asignados a su esposo.

Este capítulo de la historia ocupa la mayoría de los episodios de la serie; el otro capítulo que amalgama el resto de episodios tiene que ver con un Jubileo a celebrarse en África, y que los distintos actores mafiosos buscan se realice en Roma, para provecho propio. Un capítulo de menor espacio en el relato es el control de las zonas de la ciudad para la distribución de droga.

Todo lo demás es una telaraña de intrigas, manipulaciones, pactos por debajo de la mesa, traiciones, extorsiones, asesinatos, desapariciones y pérdidas de seres queridos e inocentes. De esta historia participan los capi mafiosos y sus marionetas, Cardenales y Sacerdotes, políticos y profesionales, fuerzas policiales, jóvenes italianos y gitanos romaní. Todos ellos son «material vencido», corrompidos o corruptibles: «Todos tienen un precio; lo que sucede es que algunos son más costosos que otros», dirá Samurái. Y está en lo cierto.

Por lo que se refiere a los representantes de la institución eclesiástica, en la serie aparecen un par de sacerdotes: uno de ellos fue compañero misionero del cardenal Nascari en Gabón; el otro es un joven sacerdote que trabaja para monseñor Nascari, de quien resulta ser su hijo, concebido durante su estadía en África.

En ocasiones hacen acto de presencia religiosas, pero no juegan un rol fundamental en la trama; son parte del contexto, teloneras con escasísimos diálogos. No cuentan, pues.

Finalmente, están los representantes del Colegio Cardenalicio. Ocupan un espacio sustancial en los vaivenes de Suburra. Ellos sirven a la Mafia, son extorsionados por ella, reciben dinero de ella y pueden permitirse algunas solicitudes de mover hilos para posicionarse mejor, adquirir más poder. Vemos a los Monseñores rezando, pero no para hallar y cumplir la voluntad de Dios, sino para que el Señor les allane el camino, elimine obstáculos, aceite la cadena dentada para que la rueda de sus negocios siga funcionando sin topar.

Al consejo evangélico del Señor, de que no podemos servir a dos señores, a Dios y al dinero, los Cardenales optaron por servir a Mammona, dios del dinero. Su destino es efímero: uno se suicidará, el otro será asesinado y al último se le cerrarán las puertas al papado. «El demonio paga mal a quien bien le sirve», reza el refrán.

Llama poderosamente la atención la figura del cardenal Fiorenzo Nascari, quien al principio se muestra como un Ministro según el corazón de Jesucristo, Buen Pastor: es un hombre afable y modesto. Nascari no cede a las insinuaciones criminales de Samurái, pues él es un hombre probado en el sufrimiento, no le teme a la muerte y su confianza está puesta en Dios; tampoco es un hombre interesado en el dinero. Pero tiene una «peca», guarda un secreto. Se lo puede chantajear.

A partir de este momento, sale a relucir el verdadero Nascari: es un hombre que pretende el Pontificado. Para ello, es menester mantener en secreto su pecado contra la castidad, que tiene un hijo natural, que es capaz de manipular a la esposa del recién elegido alcalde, por mandato de la Mafia palermitana. Y desaparece de la escena.

La Iglesia Católica al servicio de la Mafia

En Suburra, la Iglesia, en tanto que institución social, no es la continuadora de la misión de Jesucristo, es decir, proclamar con humildad la Reino de amor, de filiación y fraternidad, sino que sirve a los intereses de la Mafia, lava sus dineros, colabora para que expanda sus tentáculos. Sus Ministros no son ni promueven la santidad, sino que son personas bajas e infames.

Foto: Archivo web

El Pueblo de Dios no aparece, ni se muestran sus necesidades; la caridad hacia el prójimo, motivo primero y último de nuestra auténtica felicidad, no existe.

En la trama aparecen inmigrantes provenientes de África, necesitados de asistencia humanitaria. La Iglesia toma partido en esta prima accoglienza de los necesitados, pero no motivada por el mensaje evangélico, sino porque los inmigrantes representan un negocio: por cada persona atendida, las ONG’s involucradas reciben parte del dinero destinado a estos pobres a quienes Dios ama.

Si el Papado actual es el resultado de un encuentro entre dos hombres que de mutuo acuerdo deciden la sucesión en la Sede Petrina —recordemos el film Los dos Papas—, el Colegio Cardenalicio está compuesto por hombres anclados en su carnalidad, ambiciosos, rapaces, que se valen de su condición religiosa, no para servir a la grey, sino para esquilmarla. No son servidores y colaboradores de la misión de Jesús de Nazaret, sino de los más bajos intereses de la criminalidad.

Suburra es una serie que igualmente entretiene, pero que deja mal sabor de boca al final, pues no hay un ejemplo al que apoyarse para nutrir esperanza, porque todos los personajes están degradados. La historia no se supera, y Roma la citta’ eterna está a merced de la mala vida.

Al final, he querido aproximarme a ambas producciones por lo que tienen de «dañino». Es una constante en conversaciones con amigos y conocidos cómo éstos despachan por cierto cuanto miran en Netflix con relación al Ministerio Ordenado y a la Iglesia, porque viene a reforzar ideologías presentes en el ambiente mundial que apuntan a minar la credibilidad de la Iglesia.

Sin caer en teorías conspirativas, sin embargo es llamativo que el acento esté puesto en el lado oscuro de la historia, y no en su aspecto evangélico, testimonial, genuino. Este contrapeso, que daría una medida más equilibrada a la realidad proyectada, brilla por su ausencia. La consecuencia más automática de esta carencia, es endosar gratuita y superficialmente estos clichés a todos los Ministros Ordenados y a la Iglesia Universal, oscureciendo trivialmente lo mejor de éstos.

Por lo que a la teología se refiere, es provechoso no descartar las críticas que nos vienen de esas producciones, buscando lo que de bueno está presente en ellas. Las películas no tienen por qué abordar necesariamente las cuestiones de fe; la fe la colocamos los cinéfilos creyentes, con el deseo de sacar a la luz aquello que aún debe descubrirse de la Revelación de Dios Padre que se dio en la persona de Jesucristo, a quien algunos de nosotros seguimos en calidad de colaboradores, responsables de la comunidad cristiana.

Uno de estos elementos mostrados por Jesús es que Dios quiere que crezcamos lo más posible, que participemos y promovamos una vida digna, inclusiva, llena de posibilidades. La realidad en Suburra es lo radicalmente opuesto a todo esto.

Foto: Archivo web

La riqueza, la fama y el poder que ofrece la mala vida es oropel, por ser efímero; es poco el tiempo de disfrute y gozo —si es que riqueza, fama y poder comportan disfrute y gozo—, pues inmediatamente surgen los problemas, que acaban con los seres humanos, los disminuyen a meras piltrafas.

Personas religiosas ejemplares y alternativas, no las encontramos en Suburra. No hay un buen pastor, capaz de dar la vida por sus ovejas. Tampoco aparece un buen samaritano, hombre abierto a las necesidades ajenas, que carga con la realidad y se encarga de la realidad. No hay un señor y maestro que antes de sentarse a comer, lava los pies de los suyos, independientemente de si están o no solventes desde el punto de vista moral.

La alternancia de roles contrastantes no persigue un desenlace feliz, sino una presentación lo más honesta posible de la realidad. Se busca en definitiva que las personas —quienes vemos Suburra— tengamos la posibilidad de optar, a la hora de identificarnos con los personajes que se nos muestran.


*Rector del Colegio Loyola – Puerto Ordaz

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