Scroll Top
Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Ministerio ordenado e Iglesia, según Netflix (I): Los dos Papas, la película

Netflix

Por P. Luis Ovando Hernández, s.j.*

Si leemos el Nuevo Testamento como si fuera una «narración», nos damos cuenta de que todo empezó con Jesús de Nazaret. Una vez que Él entendió las condiciones con que deseaba asumir su misión entre nosotros, es decir, desde la entrega misericordiosa para con los excluidos de su tiempo, comprendiendo y predicando el Reino de Dios desde la cotidianidad de estas personas que acogieron alegremente su mensaje, convencidos de que Dios en persona los visitaba; ofreciéndoles su perdón y abriendo una veta en sus desvencijadas historias, llamándolos a una vida superadora, donde la estatura y valor los colocaba Él, en lugar de estructuras religiosas que privilegiaban las normas en detrimento de los seres humanos.

Entre estas condiciones está asimismo el hecho patente de que Jesucristo quiso llevar adelante esta tarea contando con la colaboración de otros; por ello, apenas dio inicio a su ministerio público, invitó a otros a participar en esta empresa, conformando así grupos de seguidores, desde los más íntimos hasta gente más distante de su Persona, pero cercanos a su mensaje.

Estando aún en vida, el grupo más reducido —el de los Doce Apóstoles— desarrollaba funciones en común, como por ejemplo la predicación de lo que significa estar físicamente cerca de Jesús. Este mismo grupo poseía una «organización interna»: después de Él, Simón Pedro tenía cierta ascendencia sobre el grupo, Judas Iscariote era el encargado de «administrar» los pocos bienes que poseían, y también consta de la existencia de un grupo de mujeres que seguían al Señor y lo asistían en sus necesidades.

Una vez que Jesucristo asciende al cielo, y confía su misión a sus Discípulos, se desarrolla una historia con sus pros y contras, teniendo como punto de inflexión el siglo IV, cuando el Cristianismo se convierte en religión oficial del Imperio Romano, dando origen a la «institución eclesiástica», que alcanzará su máximo —y lamentable— desarrollo en la Edad Media, cuando las sombras que lo habitan alcanzan cuotas gigantescas de antitestimonio, que llegan hasta nuestros días.

Pero esto es solo una parte de la historia. La otra parte, la de la inmensa mayoría de los Discípulos del Señor, está conformada por hombres y mujeres de todos los tiempos, culturas y edades, que supieron mantenerse fieles a Él y a la predicación del Reino, asumiendo su modo de proceder. Estas personas dieron prueba de su adhesión a Jesús incluso con la entrega de su propia vida; estos son los mártires, es decir, los «testigos» de Jesucristo.

De acuerdo a lo anterior, la historia de la Iglesia no sería lineal sino espiral, donde los puntos más bajos de la imagen representarían sus momentos oscuros, mientras que los altos simbolizan la fidelidad al mensaje evangélico de parte de individuos, grupos y movimientos reformadores. Hoy día, esta historia se ha visto opacada, mal relatada u ocultada deliberadamente, mientras que la otra versión ocupa siempre más espacio, especialmente en las artes cinematográficas y audiovisuales.

Dicho todo esto, deseo aproximarme a las imágenes que sobre el ministerio ordenado y la Iglesia ha promovido la plataforma de entretenimiento Netflix, a través de dos de sus producciones: Los dos Papas (2019), y Suburra (2017-2020). Mi intención es presentar tales imágenes y la posible intención que está detrás de éstas, con la que sus productores quieren que dialoguemos. Esta aproximación se hará en dos entregas, debido a las limitaciones que los formatos nos exigen.

Está claro que Netflix no es un instrumento de evangelización, de proclamación del Reino de Dios; pero es igualmente cierto que esta plataforma ofrece cada vez más espacio a producciones que presentan vicios y pecados de la institución eclesiástica, incluyendo ideas equivocadas sobre la Iglesia que rayan inclusive con la herejía.

Antes de entrar propiamente en materia, me gustaría aclarar el significado de «Ministerio ordenado», consciente de que no todos están familiarizados con estos términos.

Ministros ordenados: responsables de la comunidad cristiana

La Iglesia Católica está compuesta también por Obispos, Sacerdotes y Diáconos. Esta «jerarquía» nació con la intención de servir a la comunidad cristiana (la palabra latina «ministro», significa precisamente esto: «servidor»). Los distintos roles que componen a la jerarquía aparecen en la Biblia, siendo el de los Sacerdotes —«presbíteros», para ser más exactos— el más antiguo.

Su institución, entonces, es la respuesta a una necesidad concreta de la comunidad cristiana a la que se deben por entero. Los Obispos, Sacerdotes y Diáconos tienen unas responsabilidades y funciones propias, todas ellas relacionadas con el aprovechamiento espiritual del Pueblo de Dios, su crecimiento sostenido, favoreciendo relaciones fraternas enriquecedoras, prestando atención preferencial a los más pobres y necesitados, sin excluir absolutamente a nadie, sino acogiendo misericordiosamente a todos.

De estos Ministros se afirma que están «ordenados»; la palabra proviene del latín («ordo», es decir «lista», «catálogo»), y hace referencia al hecho histórico de un listado de «auténticos» Obispos, Sacerdotes y Diáconos en contraposición con falsos servidores de la Iglesia, embaucadores y aprovechadores de ayer y hoy.

Fuente: Alex Carausan

La Iglesia Católica: Pueblo de Dios 

Me permito una segunda aclaratoria, porque es alrededor de esta realidad que Netflix nos hablará en Los dos Papas y Suburra.

«Iglesia Católica» son dos palabras que vienen del griego: «Iglesia», literalmente significa «asamblea» o «reunión», mientras que «católica» quiere decir «universal».

La Iglesia Católica tiene su fundamento en la persona de Jesús de Nazaret, pues representa al grupo que Él reunió mientras estuvo con nosotros. La continuidad histórica de esta Asamblea encontró en las figuras de los santos Pedro y Pablo su expansión geográfica, hasta alcanzar prácticamente todos los rincones del mundo.

La Iglesia posee un componente social, o sea, es una institución social reconocida o menos entre otras instituciones sociales, con unos roles determinados y un impacto considerable o no, allí donde se encuentra. Pero también posee un andamiaje espiritual, que determina su razón de ser y su horizonte. Realidad social y esqueleto espiritual no son dos realidades antagónicas: la institución debería ser la encarnación del Espíritu que la anima y refleja a la persona de Jesucristo; la espiritualidad es la motivación primera y puerto de llegada para la institución. Esta sinergia ha estado presente en distintas etapas históricas, de igual manera que lo ha estado su oscurecimiento (por esta misma razón, Martín Lutero llamó a la Iglesia «sancta et meretrix», santa y prostituta).

El Concilio Vaticano II (1962-1965), al reflexionar sobre la realidad de la Iglesia católica en su relación con el mundo actual, la define no en base a su jerarquía —Obispos, Sacerdotes, Diáconos—, sino a partir de la comunidad cristiana: la Iglesia es «Pueblo de Dios».

Para ahondar en esta nueva concepción de la Iglesia, el Concilio se vale de hermosos símbolos bíblicos, de ricas analogías escriturísticas.

La Iglesia es, pues, la Asamblea de Jesucristo, reunida en su Nombre, para continuar su misión de proclamar el Reino de Dios, donde todos somos hijos de Dios y hermanos de Jesús y entre nosotros. Nuestra fe eclesial motoriza la justicia, especialmente para aquellos que sistemáticamente son atropellados.

Mientras continuemos nuestra peregrinación por esta tierra, una de las vías de aproximación con el Señor son los Sacramentos, hasta que nos encontremos con Él cara a cara. Los Sacramentos pretenden abarcar celebrativamente los diferentes estadios de nuestra vida. Éstos pretenden unirnos con Dios y entre nosotros, y deberían estar a disposición de todos aquellos que profesamos la fe cristiana. Los Sacramentos deberían nutrir y reflejar nuestra fe en Jesús de Nazaret.

La Iglesia Católica es la Asamblea de la comunidad de los creyentes. La Iglesia somos todos los bautizados. Dentro de la Iglesia se encuentran también los Obispos, Sacerdotes y Diáconos. Ellos no son «la» Iglesia, sino que son sus ministros, los servidores de la comunidad. El ministerio es para lavar los pies de todos los congregados, sirviéndolos hasta derramar la propia sangre, si fuera menester. Una de las funciones de los Ministros Ordenados es la «presidencia» de los Sacramentos. Los «curas» no «celebramos» la Misa: la eucaristía es celebrada por la comunidad reunida para ello, especialmente los domingos; dentro de la celebración eucarística, los Ministros «presidimos» la Misa, por citar un ejemplo.

Un buen Ministro, un buen pastor, es aquel cuya responsabilidad primera y última es la comunidad a la que se debe enteramente, siempre. La segunda responsabilidad de peso del Ministro es la predicación del Reino de Dios, privilegiando la predicación de la Palabra de Dios; finalmente, es responsabilidad del Ministro la presidencia de los Sacramentos, que promueven la comunión («koinonía», en griego), mientras incondicionalmente se sirve («diakonía», siempre en griego).

Aproximémonos ahora a las producciones de Netflix, conscientes, como decía anteriormente, de que las producciones en cuestión no miran a la proclamación del Reino ni son un documental honesto que abarca la totalidad de la realidad eclesial, sino que pretenden entretenernos mediante su visión. Reitero: el espacio limitado nos obliga a abordar nuestro objetivo en dos entregas.

Para un mayor aprovechamiento de mis ideas que pongo a su consideración, es necesario ver o haber visto Los dos Papas y Suburra.

Fuente: Netflix

LOS DOS PAPAS

En 2019, Netflix ofreció a sus usuarios este film que tuvo una magnífica acogida, por lo bien hecho, incluso al recoger detalles significativos para la narración del supuesto encuentro entre el papa Benedicto XVI y el cardenal Jorge Mario Bergoglio, futuro papa Francisco.

De entrada, este diálogo entre estos dos prelados —tal como se nos relata— nunca se dio. Sí es un hecho histórico que ambos se encontraran mientras formaron parte del Colegio Cardenalicio, o en alguna visita ad limina de parte del cardenal Bergoglio a Su Santidad Benedicto XVI; pero la cita en los términos en que se nos presenta nunca tuvo lugar, a juicio de los biógrafos de ambos hombres de Iglesia.

En un ambiente solaz, de mutuo respeto y admiración recíproca, estos hombres de Dios comparten la vida, sus sueños y proyectos sobre la Iglesia y su misión evangelizadora. Los diálogos se ven oportunamente interrumpidos por flash back, especialmente de parte del Cardenal Arzobispo de Buenos Aires.

La tertulia da paso a una mayor intimidad, donde la apertura de las respectivas almas se combina con la pasión por el fútbol, o donde incluso Bergoglio le enseña a Ratzinger a bailar tango. El cuadro es, pues, de compenetración y comunión. Sin embargo, este clima de amistad espiritual conlleva una serie de elementos difíciles de encajar con la realidad del Ministerio Ordenado y de la Iglesia, Pueblo de Dios.

El motivo por el que el Papa ha llamado al cardenal Bergoglio es el siguiente: él está por renunciar. Benedicto XVI ha querido introducir una serie de reformas en el seno de la Iglesia, pero se le ha presentado como una empresa titánica, imposible. La razón es sencilla de entender. Él, Joseph Ratzinger, es un hombre acartonado, que arrastra la figura del panzer que se ha construido después de tantos años como Prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe; no es un hombre mediático, accesible a las personas, sencillo en su hablar, pues lo acompaña su discurso de profesor de teología, que ejerció por largo tiempo en distintas facultades. En resumen: su imagen no lo favorece, no ayuda para llevar a buen puerto cuanto tiene entre manos.

Por su parte, el cardenal Bergoglio representa todo lo contrario. No obstante su condición episcopal y su capelo cardenalicio, Jorge Mario no ha dejado de ser el cura de periferia: es un hombre de Dios cercano a las personas y sus vicisitudes, llano en su lenguaje, detallista y de amplitud mental, modesto en el vestir y estoico en sus gustos. Como buen argentino, es un apasionado del fútbol, del tango y no se deja habitar por escrúpulos. En resumen: es un hombre que gusta y podría gustar, especialmente a los mass media. Es el hombre indicado para llevar adelante las reformas que Benedicto XVI tiene entre manos.

De la conversación entre el Obispo de Roma y el Arzobispo de Buenos nace la propuesta del primero: Benedicto XVI quiere que Bergoglio lo sustituya en el Pontificado, de manera que el aggiornamento eclesial sea una realidad.

El conjunto de la película ha encontrado de tal manera el terreno abonado en el corazón de los espectadores, que el dato anterior —inaceptable para una teología del Ministerio Ordenado y de la Iglesia—, pasa ante sus ojos desapercibido: la elección papal no es ya el resultado del discernimiento de la Iglesia universal, que en un clima de oración mira atentamente al Cónclave de donde saldrá escogido el Sucesor de Pedro con la asistencia del Espíritu Santo, sino que es fruto de una componenda, de una alianza hecha entre dos personas.

En esta visión, la Asamblea de los creyentes no cuenta; tampoco cuentan sus necesidades por mucho que se insista en que es en beneficio de la comunidad cristiana. Pero la Iglesia es silenciada, y sus Ministros no la sirven, sino que ésta es una justificación bien elaborada para concretar sus planes. Después, del hecho de que Jorge Mario Bergoglio se convirtió en el papa Francisco, hemos de inferir que aceptó la propuesta y que Benedicto XVI logró convencer al resto de los Cardenales de escoger al Arzobispo argentino como su sucesor.

En el film existe otro elemento que se escapa de nuestras consideraciones, por estar demasiado implícito, y porque forma parte probablemente de sus directores, productores y guionistas: en Los dos Papas se nos dice que —precisamente— la Iglesia Católica actualmente está siendo gobernada por dos Papas.

Fuente: Netflix

Es cierto que se trata de un argumento bastante peregrino, forzado, pero que resulta razonable y cómodo para quienes adversan al papa Francisco y rechazan los aires frescos que ha traído consigo para el Vaticano y la Iglesia Católica, para los Estados y para los hombres y mujeres de buena voluntad, discípulos y colaboradores actuales de la predicación del Reino de Dios.

Prescindiendo de todo lo anterior, y estando claros de que la proyección no es un documental religioso, Los dos Papas es una óptima película, que entretiene y ayuda a humanizar siempre más a quien también es conocido como Siervo de los siervos de Dios.

*Rector del Colegio Loyola – Puerto Ordaz

Entradas relacionadas

Nuestros Grupos