De acuerdo con la Federación Venezolana de Maestros, más de cien mil docentes abandonaron el sistema educativo entre los años 2015 y 2020. Los bajos salarios, la dolarización de facto de la economía nacional y la migración forzada son los factores que explican la deserción de los educadores… La profunda crisis del sistema educativo tendrá consecuencias negativas en las posibilidades de desarrollo futuro del país. Entretanto, corregir cuanto antes esta situación debe ser prioridad para todos los venezolanos
Luisa Pernalete
Venezuela era uno de los países con más igualdad en América Latina. Sin embargo, en los últimos años, a pesar de la ligera reducción de la pobreza multidimensional, ha crecido la desigualdad enormemente. La brecha entre ricos y pobres –cada vez más pobres– es muy grande. Y con la desigualdad social ha crecido la desigualdad educativa. No se trata solo del acceso a la educación, sino sobre todo de la permanencia en ella, con lo cual se mantendrá –o aumentará– el círculo de la pobreza, pues la educación es la puerta para otros derechos.
Desigualdad social
Según datos de la más reciente Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) –un estudio que nos regala la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y otros aliados desde hace varios años, y sin la cual estaríamos completamente huérfanos de cifras en este país–, la pobreza multidimensional se ha reducido en Venezuela, pero desde el punto de vista del ingreso, la desigualdad social ha crecido, posicionándonos como el país más desigual en América Latina. A escala mundial, nuestra desigualdad se compara con la de Namibia Mozambique y Angola.
En Venezuela, la diferencia entre el estrato que más tiene y el más pobre es de setenta veces, nuevamente según la encuesta referida. Caracas, que supone el 16 % de los hogares del país, concentra el 40 % de los que tienen más ingresos. Lo cual es un indicativo de que en el interior es mayor la pobreza y la desigualdad.
Sumemos al tema de los ingresos el de la inseguridad alimentaria. Tenemos un pequeño grupo que, afortunadamente, no tiene que preocuparse por garantizar sus tres comidas diarias, este aumentó del 11,8 % en el 2021 al 21,9 % en el 2022 (¡qué bueno!), pero junto a eso, dos de cada diez hogares no tienen presupuesto para su seguridad alimentaria.
Recordemos también que, si bien ya no tenemos cifras de hiperinflación, Venezuela sigue alcanzando una de las inflaciones más altas del mundo. Y sin tener grandes cifras, solo saque la cuenta de lo que gastó en el mercado la semana pasada y lo que está gastando en esta. Mientras los ingresos, salarios y, por ejemplo, la pensión del Seguro Social Obligatorio (SSO), se mantienen iguales en bolívares, que se devalúan semanalmente.
Desigualdad educativa
El acceso al agua potable, por poner el ejemplo de uno de los servicios –considerado derecho humano– más deficiente en el país, según el Observatorio Venezolano de los Servicios Públicos, es indispensable para que funcione un centro educativo. Es un problema en toda Venezuela, pero hay diferencias en la posibilidad de resolverlo. Es probable que un colegio ubicado en el este de Caracas tenga más recursos para contar con un tanque de agua o buscar un camión cisterna, que –por ejemplo– uno de Petare. Según la Red de Observadores Escolares, que monitorea más de setenta planteles en varios estados del país –públicos, privados y subsidiados–, la falta de agua es la principal causa de suspensión de clases. Recuerdo a principio del año escolar el caso de la escuela de Fe y Alegría ubicada en Carora, que a pesar de haber abierto para comenzar cuando el Ministerio pautó que se hiciera, la escuela estaba vacía. El personal fue hasta las casas de los alumnos y determinaron que la causa de la inasistencia era la falta de agua en la comunidad.
Hay que recordar que los derechos humanos son interdependientes, así que no basta, para tener garantizado el derecho a la educación, que los planteles estén abiertos.
Pensemos en el transporte público, tanto para estudiantes como para el personal. Aún si las familias y los maestros dispusieran del efectivo para pagarlo, hay sectores con transporte muy deficiente y obliga a los alumnos y docentes recorrer largas distancias a pie hasta el plantel. Se dice fácil, pero hay unas distancias más largas que otras… ¿Quiénes están en peores condiciones? No solo los que viven más lejos, sino también los más pequeños. Los sectores rurales, por ejemplo, suelen estar en peores condiciones de transporte. Conozco casos de maestros de núcleos rurales que han pedido cambio o han renunciado por este problema. En los sectores urbanos suele haber más opción de transporte.
Según Encovi, en Venezuela hay millón y medio de niños, niñas y adolescentes en edad escolar fuera de las aulas. Ahora bien, ¿de dónde cree usted que provienen? En el país, el 85 % de la población en esa edad estudia en planteles públicos. La educación privada apenas alcanza el 15 % y, en los últimos años, se han cerrado varios colegios privados por la dificultad para mantenerlos y la falta de docentes.
Cuando hablamos de la profundización de la desigualdad en educación, aunado a que las zonas rurales, indígenas y otras en condición de pobreza y vulnerabilidad siempre han estado en peor situación que el resto, tenemos que destacar hoy las diferencias salariales entre el personal que trabaja en colegios privados y los que trabajan en planteles públicos y subsidiados. Les comparto un ejemplo reciente: el salario de los docentes adscritos a centros educativos públicos y subsidiados, en el escalafón VI –el más alto y que supone al menos 25 años de experiencia y estudios de posgrado–, con las primas, con la tasa actual, no supera los treinta dólares. Por otro lado, una maestra del sector privado puede llegar a ganar 300 dólares y hasta más, pues los colegios privados tienen recursos para responder a ello. ¿En cuáles habrá más renuncias, en cuáles costará más sustituir a los que se van? Ya lo hemos dicho; sin maestros no hay ni educación presencial ni a distancia.
Con los bajos –bajísimos– salarios de los docentes en Venezuela, los más bajos de América Latina y probablemente del mundo, no nos pueden extrañar los abandonos de cargo. Se calcula que entre el 2015 y el 2021, Venezuela ha perdido cerca de 166.338 docentes1. Muchos se han ido del país, y cerca de la mitad, se han ido de las aulas para dedicarse a otras actividades que les permitan remuneraciones mayores que las de la educación. Y muchos de los que aún permanecen en aula lo hacen a costa de su salud, puesto que deben buscar complemento a sus bajos salarios con actividades alternativas en otros horarios: dictando tareas dirigidas o clases particulares, vendiendo tortas o café en sus casas… doble y hasta triple jornada, en el peor de los casos.
En la educación privada sustentable –no la subsidiada– normalmente hay especialistas: psicopedagogos, auxiliares para los primeros grados y todo un equipo directivo que puede dedicarse a su responsabilidad de coordinación o de directivo, según corresponda. En los colegios subsidiados, que conozco muy bien, los miembros de los equipos directivos, para no dejar sin atención a los alumnos, dan clases y deben dedicar entonces tiempo extra para sus funciones administrativas, sin remuneración extra. Ello profundiza la desigualdad.
Pasemos al tema de la conexión a Internet. Ya sabemos que Venezuela cuenta con una de las conexiones a Internet más débiles del mundo, en cuanto a velocidad, pero, además, esa conectividad no está repartida de manera igual a todos los sectores de la sociedad. En esos casi dos años de educación a distancia, decretados en marzo del 2020, hubo que recurrir a múltiples estrategias para atender a los millones de niños, niñas y adolescentes en edad escolar. Una de ellas fue el Internet, haciendo uso de distintas plataformas como Google-classroom, por ejemplo. También surgieron los grupos de WhatsApp para trabajar con celulares inteligentes, pero resulta que en las escuelas y los hogares con entornos más pobres o no tenían los equipos para ello o no había –no hay todavía– acceso a Internet. En muchos casos, las familias más pobres o no tenían suficientes teléfonos celulares inteligentes o no contaban con sistema interno de conexión inalámbrica (Wi-fi).
Si hablamos de la calidad educativa, diversas investigaciones que se hicieron públicas el año pasado sobre el desarrollo de competencias en comprensión lectora y matemáticas, señalan que la calidad es también una materia pendiente en la educación venezolana. Desde hace más de diez años no se realiza ninguna medición oficial del impacto de la educación en el país. No obstante, las investigaciones señaladas nos reflejan que, tanto en los estudiantes de las escuelas públicas como privadas, los resultados son deficientes; están peores en las públicas, pero vemos que los estudiantes de sectores más favorecidos tienen posibilidades de refuerzo escolar, lo cual es, por mucho, menos accesible en los sectores más pobres.
Si hablamos de equipamiento, mantenimiento e infraestructura, también ha crecido la desigualdad. Al terminar el año escolar, las escuelas públicas parece que hubieran sufrido un tsunami entre el descuido y la ausencia de una cultura del cuidado y mantenimiento de los espacios. Y sí, los ambientes también educan o des-educan. Así, la brecha de la desigualdad se amplía entre los ambientes escolares de los colegios públicos y privados, lo cual no tiene que ser así; a cualquier niño se le puede enseñar, desde el hogar y desde la educación inicial, a cuidar su entorno. Entonces la desigualdad educativa, de esa educación que enseña herramientas para una vida digna, se ha acrecentado también con esta dimensión.
Terminemos con la arista de la alimentación. Ya mencionamos en párrafos anteriores, que la inseguridad alimentaria es un problema serio en el país. Están los de la cúpula de la pirámide social, que no se preocupan por saber si comerán o no, y está esa gran base de familias que no sabe si podrá dar de comer a sus hijos. Cuando el PAE (Programa de Alimentación Escolar) todavía funcionaba, ofreciendo desayuno, almuerzo o merienda, crecía la asistencia. Lamentablemente, el PAE ha desaparecido prácticamente de las escuelas. Sobre todo, luego de la resolución del Ministerio, de finales de noviembre del 2022, que reduce horario escolar, supuestamente para favorecer dos turnos en las escuelas, pero en la práctica funciona así. La letra con hambre no entra.
No olvidemos que tenemos millón y medio de niños, niñas, adolescentes fuera del sistema escolar. Población sin presente y con futuro. Esa población sale principalmente de los pobres, los más pobres, los de pobreza extrema, esos ni siquiera llegan a inscribirse. La emergencia humanitaria compleja es suficientemente severa con ese segmento, como para que se ocupen de buscar recursos para que sus hijos estudien.
A manera de conclusión
La desigualdad social ha crecido en Venezuela, somos ahora el país latinoamericano más desigual. La desigualdad educativa también ha crecido, y ello va a profundizar el círculo de la pobreza. Pobre, sin educación, seguirá siendo pobre o más pobre, o puede terminar en las redes del delito organizado, o terminará aumentando la diáspora.
Hay mucho qué hacer en este país. Entre tanta preocupación, hay que ocuparse de salvar la educación. Solos no podemos, hay que hacer una alianza amplia para ello. Está usted invitado. Todos podemos hacer algo.
Notas:
ROJAS, I. (s.f.) “Los maestros perdidos”. En: Prodavinci. Disponible en: factor.prodavinci.com