Por Alexandra Ranzolin
En este ensayo se describen los retos a los que se enfrenta la familia, conocida hoy como millennial o en la que al menos, algunos de sus miembros son considerados como tales.
Nada puede describir el significado positivo que tiene para el ser humano la posibilidad de sentirse acogido en el seno de una comunidad, así como no hay momento en la historia ni condición que coarte el anhelo de que la persona se encuentre con otros por el gusto de verificar la potencia que se experimenta al compartir o por el deseo de disfrutar la alegría de ser uno en comunión.
La naturaleza humana exige familia “raíces personales. Gracias a ellas sabemos quiénes somos, de dónde venimos y cuál es nuestra conexión con el resto de la humanidad de la que evidentemente nos sentimos solidarios” (Burgos J., 2003). Las demandas de la familia tienen que ver más con las estructuras que la componen, que con las tendencias que marcan una época. Aunque estos cambios también condicionen las formas de mirar la realidad o las maneras de relacionarse.
Para el ser humano la familia siempre será sinónimo de origen y centro, de punto de referencia –tanto es así que cuando no está presente las consecuencias son difícilmente remediables–. No en pocas ocasiones como para Ender, muchos escucharán a Valentine decir “¡Vuelve a mí! ¡Te querré siempre!”.
Un estereotipo que engloba, ante todo, a la persona
El cambio de siglo marcó importantes consecuencias, una de ellas, el quiebre en el modo de concebir el cómo abordar no solo el quehacer diario, sino la lectura y comprensión de una nueva realidad personal y social. Escuchar la palabra millennials –personas nacidas entre los años 1980-2000 o en el cambio de milenio– remite a la primera generación que según Gutiérrez-Rubí (2016), concibe la vida facilitando sus actividades a partir del uso de Internet. Por tanto, son seres humanos hiperconectados, es decir, en continua relación aumentada gracias al poder de las TIC. A estos, siendo nativos digitales, la sensualidad del medio audiovisual e interactivo les atrajo de manera ineludible, y el intercambio con un espacio-tiempo virtual produjo múltiples cambios en las distintas esferas de la convivencia humana.
Sin embargo, tal y como lo señala el Organismo Internacional de Juventud (2017), millennials es una categoría anglosajona que no necesariamente describe la realidad latinoamericana. El rango de edad que define a la generación resulta muy amplio para precisar una identidad homogénea, independientemente de entenderse desde ciertos ámbitos generalistas como “la primera generación de nativos digitales y haberse hecho adultos durante el cambio de siglo” (P. 3).
Según la Organización Internacional de la Juventud (2017), los millennials:
- Son el 26% de la población mundial (alrededor de 1.800 millones).
- De éstos, sólo 130 millones están en Estados Unidos y Europa.
- En América Latina representan el 30 % de la población total.
- Quienes hoy tienen menos de 35 años, en 2020 representarán el 59 % de la población del planeta y en 2025 el 75 % de la fuerza laboral mundial (P.3).
Es una generación de extremos, en las que se producen tensiones y contradicciones (Organización Internacional de la Juventud, 2017). Ahí se encuentran jóvenes conectados junto a los que han decidido mantenerse al margen de las redes y a los que se encuentran aún en la brecha digital. Es una franja en la que conviven mujeres que optan por aplazar la maternidad con aquellas que, siendo adolescentes, ya la viven de forma repetida, junto a las que han resuelto excluirla de su proyecto de vida. Así mismo, los millennials –en muchos casos– son hijos de la Generación X –nacidos entre 1965 y 1981– y han sido criados en un ambiente de relativa seguridad y que hoy se enfrentan a los retos y oportunidades de una nueva época. Frente a esta realidad tan variopinta, ¿cómo entender el consumo de las TIC y las riendas de la alfabetización mediática bajo una sola dirección?
Afirma Gutiérrez-Rubí (2016), que habrá que entender si algunas de las características que hoy se imprimen a la Generación Y, no guardan relación con aspectos propios de las etapas de desarrollo que han vivido los jóvenes en sus correspondientes momentos históricos y conforme a su naturaleza, esto sin desmerecer la novedad que traen consigo los avances tecnológicos actuales y que sin duda generan también cambios importantes en los diversos espacios de desempeño de la vida cotidiana. Con lo anterior se hace referencia al ímpetu propio del joven por cambiar al mundo e innovar, y rebelarse ante las instituciones. Al final, hacer de su contexto un espacio más amable e interesante siendo protagonista de su existencia.
Los hijos de los millennials: la Generación Z
Uno de los ámbitos que se transformó con consecuencias claramente observables a partir de la aparición de las TIC resultó ser el familiar. Partiendo de la definición de mediaciones de Ortiz (2017), al reflexionar sobre la obra De los medios a las mediaciones de Jesús Martín Barbero (1987), se señala que “las sociedades no existen sin las mediaciones y que la diversidad es un elemento intrínseco a su constitución. Diversidad que traduce las diferencias y las desigualdades y se enraíza en los grupos concretos, con sus intereses y posición social” (p. 154).
Martín Barbero (1987) se refiere a las mediaciones desde el patrón cultural y no tecnológico. Factor de interés en la transformación que han sufrido y marcará a las próximas generaciones a partir de la introducción de los adelantos tecnológicos en la vida diaria, dando sentido a la comunicación. Orozco (1997) señala también la necesidad de tratar las mediaciones desde las influencias de quienes se encuentran en el contexto de los que disfrutan, de los que son percibidos como beneficiarios de las distintas tecnologías –amigos, familia instituciones, etcétera–, e incluso del desarrollo de diversas capacidades cognitivas para la comprensión del contexto a partir de estos nuevos medios.
Desde esta perspectiva, la Generación Z –sujetos que nacieron entre los años 2000 y 2018, y que a diferencia de los millennials aparecieron con Internet– ha desmitificado muchos de los elementos alrededor de los usos de las tecnologías. Ha experimentado mayor libertad en relación con su uso, ha aprovechado las ventajas de las ventas en línea –en contextos y estratos que así lo permiten– y ha saboreado el éxito social a través de la posibilidad de expresión que ofrecen las redes sociales.
Esta generación cuenta además con un marco de relaciones que retroalimenta su visión de la realidad. La familia millennial tiene una corresponsabilidad con el enjambre de micro y macro mediadores que conforman la red de espacios de relación en el que se entreteje el marco de significaciones culturales de sus descendientes.
Sin embargo, ¿cómo observa la generación millennial la conformación de la familia? Aunque se afirma que la Generación Y es apegada al núcleo familiar y demora más tiempo en abandonar a sus padres –por distintas razones y según los diferentes contextos– Astone, Martin y Peters (2015) señalan que en los Estados Unidos la disminución en la fertilidad afecta a mujeres de 20 a 30 años de todas las razas y etnias.
Por otra parte, señalan que de 2007 a 2012, los hispanos experimentaron el mayor descenso en las tasas de natalidad –26 %– seguido de un declive de 14 % para los negros no hispanos y 11 % para los blancos no hispanos. Esto implica, según los autores, que la generación millennial se pondrá al día con la procreación alcanzados los treinta años.
En contraste, “la experiencia histórica sugiere que habrá cierta recuperación: algunos millennials llegarán a tener tantos hijos como sus contrapartes mayores, pero a una edad más avanzada” (Astone, Martin y Peters, 2015).
Resulta de interés observar que la maternidad fuera del matrimonio en el contexto norteamericano parece estar disminuyendo, especialmente en hispanos y negros no hispanos. Esto en el entendido de que el parto no conyugal se asocia a la disminución en la educación e ingresos familiares y en resultados negativos para los infantes. Se evidencia que los niños más favorecidos provienen de familias que procrean más tarde al contrario de los que tienen hijos más temprano. Según Martin, Astone y Peters (2014), la generación del milenio se preocupa por la disminución de los matrimonios. Esto porque el impacto económico de la recesión pone al matrimonio en suspenso.
El caso venezolano es distinto. Estos millennials viven la familia de forma diversa. Moreno (2007) expone que cualquier ‘venezolano normal’ pone a la familia en primer lugar, mientras que el delincuente no. Sin embargo, ‘venezolano normal’ y ‘delincuente’ nacido entre 1980-2000 es considerado millennial. La categoría ‘delincuente’ es trascendente en el presente estudio tomando en cuenta que el país alcanzó más de 26 mil muertes violentas en el año 2017 según el Observatorio Venezolano de Violencia (El Nacional Web, 2017). Esto quiere decir que una porción considerable de dichas muertes, fueron ocasionadas por quienes son considerados como ‘delincuentes’. Según Moreno (2007), el ‘delincuente’ organiza la vida alrededor del ámbito violento no familiar, al contrario del ‘venezolano normal’. Para el primero la madre es el centro, sin embargo, ha perdido vínculos con ella, y de allí el desorden estructural, especialmente cuando la figura del padre es inexistente.
En Venezuela, según el Censo del año 2011 (Instituto Nacional de Estadística, 2011) los 7.124.722 millennials de los distintos estratos sociales eran responsables de parte de la educación y manutención de 7.356.774 centennials, postmillenials, o personas que conforman la Generación Z. El hecho es que, como se ha expresado anteriormente, los contextos y sus amenazas son diversas, pero se asoman así mismo escenarios que deparan oportunidades.
La dualidad en la educación de los hijos, la alfabetización digital y el aprovechamiento de la tecnología en las distintas facetas de la vida, que básicamente tiene que ver con el acortamiento de la brecha digital del venezolano, se traduce también en una de las variables que impacta la realidad general del país.
Debido a la pobreza creciente en un contexto hiperinflacionario que exige pensar en la supervivencia, se intuye que difícilmente el 82 % de la población que vive en condiciones de pobreza o en pobreza extrema (Freitez y Correa, 2017) o el casi 30 % proyectado para el 2018 que experimentan el desempleo (Fondo Monetario Internacional, 2017) –entre los que se incluyen los millennials y centennials– tenga una preocupación por temas de uso de tecnología. Actualmente solo un 27 % de la población venezolana tiene posibilidades de acceder a servicios que impliquen conectividad (Freitez y Correa, 2017).
Por otra parte, ya en el 2015 se observaba una desmejora en relación a las posibilidades de acceso a Internet en Venezuela. En ese entonces la Cepal (2016) mostró que el país presentaba “la velocidad más lenta en el acceso a través de la banda ancha fija (1,9 Mbps). En cuanto al rendimiento, el país es uno de los más rezagados con solo 0,5 % de conexiones de más de 10 Mbps y 0,2 % de conexiones por encima de 15 Mbps” (2016). Señala el estudio que para ese momento más de la mitad de la población no contaba con el servicio de conexión a Internet; que había una importante participación en las redes sociales y se marcaban diferencias de acceso entre las zonas rurales y las urbanas. Luego de tres años esta realidad se ha desmejorado de manera drástica.
Lo anterior constituye un panorama de múltiples aristas que llama a la reflexión y que, como señala Díaz (2018), el tema de fondo en relación con el desarrollo de los millennials y los centennials parece más que de la conformación de un grupo etario y sus consecuentes estereotipos, es el acceso, los usos y las relaciones con la tecnología. Los retos a las que son convocadas unas regiones del planeta no necesariamente se imponen en otras y, por tanto, a la ordenación de sus comunidades. Este autor hace un llamado de atención en relación con la presencia de la brecha digital y la diferencia presente en las zonas urbanas y rurales en el país. Especialmente tomando en cuenta el hecho de que en Venezuela se acrecientan las dificultades para adquirir dispositivos y tener una buena conexión a Internet.
Mientras en contextos como el norteamericano en el que 15 % de la población vive en condiciones de pobreza, lo que equivale a 46 millones de habitantes (Fondo Monetario Internacional, 2016), en países como Venezuela, con una población que abarca un poco más de 30 millones de habitantes, el 82 % de la población es pobre. La diferencia no guarda relación con los discursos ideológicos que se han querido imponer desde el proyecto bolivariano, sino con las políticas sociales, económicas, educativas y de inclusión tecnológica adoptadas. En nuestro país –hasta el momento– la brecha digital no se ha reducido, así como tampoco los márgenes necesarios para alcanzar una vida digna, que permitan la conformación de núcleos familiares sólidos.
Familias que asumen retos
Solo una expresión puede definir el deseo de la persona por comprender el sentido último de su vida: ser. Díaz (2018) afirma que la Generación Y expresa: “Déjennos ser millennials”. Y poder ser implica el ejercicio de una libertad que pasa por la posibilidad de disfrutar las oportunidades que ofrece la época que los ha recibido. En este sentido, también constituye la necesidad de encontrar el lugar, por ejemplo, de conformar una familia o el tener hijos que exigen encontrarse con un mundo que permita interconectarse con una realidad fascinante.
Además del factor etario entre millennials y centennials, la falta de políticas públicas inclusivas, para generar oportunidades de educación y relaciones en libertad entre todos los ciudadanos, tiene sin duda un efecto importante en las condiciones de vida de estos y, por ende, en las dinámicas sociales que impactan a la familia y en especial en los procesos formativos.
Por otra parte, quienes tienen acceso a los medios de comunicación tradicionales y a los nuevos medios, tienen así mismo la oportunidad de mirar e interpretar la realidad a través de pantallas que ofrecen experiencias con múltiples perspectivas y oportunidades de interacción. Esto conlleva a la corresponsabilidad de los diversos mediadores sociales –familia, escuela, etcétera– en la alfabetización, concientización, socialización, problematización y formación de miradas críticas y creativas sobre los contenidos de estos medios (Martínez de Toda, 1998).
Estas nuevas realidades comunicacionales, cargadas de grandes ofertas y promesas, serán espacios de diálogo y crecimiento, así como de formación de ciudadanía, en la medida en que también sea factible, la inclusión y el acceso a estas tecnologías (Díaz, 2018). Lo que significaría que en los distintos contextos de la vida cotidiana, no solo se esté pensando en la subsistencia, sino en la posibilidad de contar con todo lo necesario para el sostén, la educación, el desarrollo integral y el logro de la felicidad del núcleo familiar y en especial de los hijos. Y que en Venezuela, que cuenta hoy con más de 1,5 millones de expatriados por distintas circunstancias (Reyes, 2018), las tecnologías para millennials y centennials se conviertan en un espacio de conexión y solidaridad (Burgos J., 2003). Sin olvidar que la familia es el lugar en el que se echa raíz y al que siempre se puede volver.