Por Luis Ugalde, s.j.
Saludo y agradecimiento al cardenal Porras y a los participantes1.
Mikel y yo nos conocimos y apreciamos antes de que él fuera jesuita: Él como muy brillante estudiante de sociología en la UCAB y yo su profesor de Teorías Políticas Contemporáneas y Cambio Social en Venezuela.
Terminada la carrera entró jesuita a los 22 años. Una decisión trascendental de ser compañero de Jesús en una orden religiosa internacional, empeñada en llevar la luz de la esperanza de Cristo a un mundo minado por la oscuridad y el agnosticismo.
La Iglesia en América Latina (y los jesuitas), se sentía llamada por Dios a defender una fe encarnada en la realidad y a contribuir a la transformación de la miseria social de las mayorías en justicia y vida digna para todos. Para ello Mikel estaba especialmente equipado con sus estudios de sociología, luego complementados con la Maestría en Filosofía en la Universidad Simón Bolívar, con brillantes e inspiradores profesores como Luis Castro y Rafael Tomás Caldera. Sus estudios de teología en Caracas y Roma, y la ordenación sacerdotal, completarían su preparación para las difíciles batallas.
–Para Mikel, la dimensión internacional de la Compañía de Jesús no fue mera fórmula sino una vivencia muy profunda que exigió lo mejor de sí. Ser jesuita fue para Mikel cargar la cruz de Jesús y combinar la fe y la razón en diversas materias de Ética y de “Introducción al Estudio del Hombre”, básica para la identidad ucabista, en los retiros ignacianos para profesionales, en el acompañamiento de formación teológica a grupos de profesionales, investigación social, etc. Todo ello exigía del jesuita luchar por una sociedad libre y justa en la Venezuela, que entraba al siglo XXI marcada de promesas deslumbrantes, pero preñadas de opresión y miseria dictatorial. Mikel no era de los que se callaban, ni calculaban las consecuencias de sus denuncias directas en programas de televisión, radio, clases y conferencias–.
Permítanme que haga público aquí lo que hasta ahora ha sido confidencial. Hacia el año 2004, a nuestro superior Provincial le llegó desde las más altas esferas civiles y militares del poder la información de que tres jesuitas estaban bajo amenaza grave del Gobierno: Mikel de Viana, Luis Ugalde y un joven estudiante. La alarma era seria e inmediatamente el Provincial dialogó con cada uno de ellos y consultó con sus consejeros lo que convenía hacer a la luz de los principios y de la experiencia.
La Compañía de Jesús en América Latina desde comienzos de la década de los setenta vivía la cruz de la persecución, exilio y asesinatos de algunos de sus miembros especialmente comprometidos en las fronteras de la fe y la justicia. Teníamos más de 12 asesinados y varias decenas de exiliados en Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Brasil, Argentina, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Colombia… En esos años Venezuela era un oasis democrático en el desierto dictatorial, aunque en 1989, a raíz del Caracazo, a los cinco de nuestra comunidad de Los Canjilones de La Vega, a media noche, un comando antiguerrillero de la Guardia Nacional nos llevó presos con graves acusaciones políticas, cuya falsedad pronto quedó en evidencia y en ridículo. Fuera de eso, en Venezuela fuimos recibiendo a jesuitas perseguidos.
Personalmente, en los comienzos de los ochenta, como Provincial, me tocó recibir a los padres Mikel Munárriz y Eduardo Pérez Iribarne, amenazados y expulsados por los dictadores de Paraguay y Bolivia. Ellos, luego de años de gran labor pastoral entre nosotros, pudieron regresar a sus países ya libres de dictadura. También en emergencia recibimos de Colombia a “Pacho” Aldana amenazado de muerte por la violencia de guerrilleros y paramilitares.
Todas estas persecuciones fueron precedidas en la década de los sesenta con la expulsión de la mayoría de los jesuitas de Cuba, cuando Castro se declaró dictador comunista; muchos de ellos fueron acogidos en Venezuela. Estas situaciones de persecución por vivir el compromiso de fe y justicia nos enseñaron que el objetivo no era hacer mártires, sino salvar apóstoles, combinando la inteligencia y compromiso cristiano, más allá de todo inmediatismo.
Momento delicado de discernimiento ignaciano; una vez escuchado a cada uno de los tres y a los consejeros, el Provincial decidió que el joven estudiante prosiguiera sus estudios en Chile, que Luis Ugalde continuara en el país con su responsabilidad de Rector de la UCAB y que Mikel de Viana fuera a Bilbao a la Universidad jesuita de Deusto. Prevaleció esta opción frente a otras por la identidad venezolano-vasca de Mikel, sus excepcionales cualidades universitarias, su asombroso avance en el uso del euskera y la afectiva identificación con sus raíces.
Meses antes el Provincial de los jesuitas vascos había expresado al Provincial de Venezuela, el deseo de que le ayudara con el envío de Mikel. Ahora bajo amenaza el traslado a la Universidad de Deusto pareció lo más sensato. Pero el exilio hiere el alma y se vuelve más doloroso cuando la dictadura se prolonga indefinidamente.
–Mikel recibía y atendía maravillosamente a los amigos venezolanos que pasaban por allí, pero al mismo tiempo se despertaba su nostalgia de venezolano y el dolor de desterrado. En el País Vasco, Mikel fue luz y voz siempre venezolana, aunque se expresara en euskera. Nuestra tragedia nacional impuesta y dirigida por el despotismo reinante nos ha hecho a los venezolanos más internacionales por encima de fronteras y distancias. Mikel echó su suerte con los seis millones de compatriotas que cargan con la cruz del destierro.
Su salud, que venía siendo minada por una diabetes fuerte, se agravó en los últimos meses. Mikel y yo nos mantuvimos en comunicación fraterna y lo visité todas las veces que tuve ocasión por alguna reunión en Europa. En febrero de este año fui a visitarlo y en la recepción de la comunidad recibí la dolorosa noticia de que no podría verlo, pues acababa de ser hospitalizado de emergencia.
Para esta acción de gracias escogí el Evangelio (Juan 3,1-13) donde Nicodemo, sabio y honesto judío, de noche y a escondidas, busca a Jesús y le pregunta qué hacer. Jesús le responde: Hay que nacer de nuevo, en espíritu y en verdad. –Mikel tuvo que nacer de nuevo; Venezuela y cada uno de nosotros tenemos que nacer de nuevo porque la dictadura y sus consecuencias son de muerte. Pero nacer del Espíritu de verdad, aunque al comienzo no sabemos de dónde viene ni a dónde va. Ahora más que nunca pedimos a Mikel que nos oriente–.
No quiero terminar sin recordar una especial alegría de Jesús. Una vez, Él envió a 72 discípulos, de dos en dos a los pueblos a anunciar y hacer algunos signos del Reino de Dios; volvieron muy contentos contando los éxitos que habían tenido. Jesús compartió su alegría, los felicitó y se emocionó con ellos, como nosotros nos emocionamos hoy al recordar y agradecer los dones de Mikel y todo el bien que hizo. Pero Jesús añade algo muy importante: No se alegren tanto por las maravillas que han hecho, sino mucho más porque su nombre está escrito en el Reino de los cielos, en el corazón del Padre, que es Amor. Mikel creyó y con esa fe iluminó y acompañó a tantos, pero hoy lo vive en el abrazo del Padre que le dice: Etorri Mikel Maitea (Ven querido Mikel).
Que Mikel nos consuele y fortalezca nuestra esperanza y compromiso en la liberación de Venezuela.
Nota:
Homilía recitada en la misa de exequias, presidida por el cardenal Baltazar Porras y concelebrada por el padre Luis Ugalde, SJ, y el rector de la UCAB, Francisco José Virtuoso, SJ. La ceremonia tuvo lugar en la iglesia María Trono de la Sabiduría, en el campus Montalbán de la universidad, el pasado sábado 13 de agosto, a las 10:30 de la mañana, hora local.