Por Alfredo Infante, s.j.*
La devoción al “médico de los pobres” está presente en varios países de América Latina y el Caribe, entre ellos, Colombia, Ecuador y República Dominicana. También en las Islas Canarias, España, donde según informaciones recientes del cardenal Baltazar Porras existen alrededor de diecisiete santuarios en memoria de nuestro beato y, este acontecimiento eclesial, se ha convertido en una fiesta nacional.
El reventón del pozo Zumaque 1, en 1914, en Mene Grande estado Zulia, es el hito que da inicio a la Venezuela petrolera y anuncia el advenimiento de la modernidad, con su transformación socioeconómica, que hizo de nuestro país, en gran parte del siglo XX, un polo de atracción de migración internacional, y reconfiguró la distribución demográfica por la vía de la migración interna.
La inmigración canaria data desde la colonia, sin embargo, el auge de la misma coincide con los efectos de la guerra civil española (1936-1939) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), que produjo una gran catástrofe humanitaria en Europa y expulsó a millones de europeos de todos los países. Todo esto coincidió con la asunción de una política migratoria por parte del Estado venezolano, proclive a favorecer la migración europea bajo la lógica positivista de mejorar la raza. Así, la migración europea recibió por parte de Venezuela todas las ventajas comparativas respecto a otros lugares de destino. El periodo de mayor afluencia de la migración canaria data a partir del año 36, con el gobierno de E. López Contreras, hasta los años 50 con la dictadura de M. Pérez Jiménez.
Por su parte, la migración latinoamericana y caribeña tuvo su auge en los primeros veinte años de la democracia (1960-1980), dado el salto cuántico que se dio en el país a nivel de la inclusión social y económica, con la demanda de mano de obra y la universalidad de la salud y la educación. Venezuela se convirtió, para entonces, en el principal polo de atracción para colombianos, ecuatorianos, peruanos y dominicanos entre otros, quienes de manera regular e irregular llegaron a nuestro país buscando mejores condiciones de vida. En este caso, las políticas de Estado, en la práctica, fueron restrictivas, con la finalidad de controlar la avalancha migratoria. Sin embargo, un porcentaje importante de inmigrantes latinoamericanos y caribeños lograron asentarse y echar raíces en nuestro suelo. Este flujo migratorio tuvo una importante recesión en los años 80, con la crisis del llamado “viernes negro” y el progresivo deterioro que comenzó a experimentar el país por la vía de la desinversión social y el crecimiento de los indicadores de pobreza y desigualdad. Excepto el flujo colombiano que se reactivó en 1996 hasta 2014, ya no como migración económica, sino por la vía del refugio y la migración forzada por la violencia, consecuencia del conflicto armado colombiano.
Todas estas comunidades migrantes enviaban a su país de origen remesas para sostener a sus familiares y, en cuanto podían, viajaban a reencontrarse con sus raíces. Este proceso de interacción no solo fue económico, sino también cultural y religioso. Así, una de las principales remesas de los inmigrantes hacia sus países fue la devoción a José Gregorio Hernández. Hoy, cuando más de 5 millones de venezolanos han emigrado a muchos países de la región, también llevan como aporte a los países de acogida esta devoción; en un continente herido por la desigualdad y la pobreza, el médico de los pobres se convierte en remesa divina de consuelo y esperanza.
*Párroco de la comunidad San Alberto Hurtado, parte alta de La Vega. Director de la Revista SIC.
Fuente: Revista SIC 826