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Migración venezolana y elecciones en Colombia

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Por Alfredo Infante, s.j.

Colombia y Venezuela son países vecinos obligados a convivir como hermanos, más aún cuando en las entrañas de ambas naciones crece de manera relevante la población de origen binacional; primero, por la migración colombiana hacia Venezuela (1965-1985; 1996-2011) y ahora, por la migración venezolana hacia Colombia (2014-hasta hoy).

Ambos países llevan a cuestas una prolongada historia de encuentros y desencuentros. Los últimos 22 años han estado marcados, especialmente, por conflictos que han afectado la calidad de vida de las regiones fronterizas y de la población migrante; conflictos que han sido inducidos desde Caracas y Bogotá, a espaldas de los intereses de la sociedad fronteriza de ambos lados, y que, a su vez, han alentado la xenofobia en ambos pueblos.

En ocasiones, estas diferencias han pisado los límites de la confrontación armada, porque el sentimiento nacionalista -de lado y lado- ha sido atizado y utilizado, desde los centros de poder, como cortina de humo para eclipsar los grandes asuntos que aquejan, en un determinado momento, a cada país.

Por su naturaleza ideológica, las desavenencias históricas entre Caracas y Bogotá hoy han sido incorporadas a la gran polarización global debido a que, por ejemplo, en Venezuela la coalición dominante y su proyecto de socialismo del siglo XXI rompió relaciones diplomáticas con Estados Unidos y se ha aliado estratégicamente –so pretexto de multipolaridad– con potencias enemigas del gigante del Norte, tales como Rusia e Irán. Por su parte, Colombia, desde mediados de los años 90, ha sido en las Américas la cabeza de puente de los intereses estadounidenses en la región, hecho que se ha profundizado desde que el uribismo se instaló en el poder. Estas diferencias estratégicas en las relaciones internacionales han introducido a Venezuela y Colombia en las arenas movedizas de la polarización global y los coloca en el ojo del huracán de los grandes conflictos mundiales, más aún cuando los territorios de ambas naciones poseen un gran potencial energético y minero, deleite de mafias depredadoras nacionales e internacionales y de los intereses de las grandes potencias.

En este contexto conflictivo, la migración forzada venezolana –que según la ONU ya asciende a 6.133.473 personas, de las cuales 1.842.390 viven en Colombia [1]– se encuentra en alta vulnerabilidad por el quiebre de las relaciones diplomáticas y consulares entre ambos gobiernos.

Desde la perspectiva de los derechos humanos de los migrantes, cualquier cambio político que reinstitucionalice las relaciones fronterizas y restablezca las relaciones diplomáticas y consulares es bienvenido. Hasta ahora, la ausencia de relaciones consulares ha dejado en total desprotección a los migrantes forzados y necesitados de amparo en el vecino país, lo que los convierte en presas fáciles de las mafias organizadas de tráfico y trata de personas, así como también de grupos armados irregulares, de los prestamistas “paga diarios” y del narcotráfico.

En las elecciones presidenciales en Colombia, realizadas el pasado 29 de mayo, fueron electos para la segunda vuelta el exguerrillero del M-19 y economista, Gustavo Petro, y el ingeniero y exalcalde de Bucaramanga, Rodolfo Hernández.

En la actual coyuntura electoral no la tienen fácil los migrantes forzados y los exiliados venezolanos en Colombia. En primer lugar, ante un posible triunfo de Gustavo Petro, a los migrantes forzados les embarga el miedo de vivir una situación análoga a la que les expulsó de su propia tierra. Por su parte, los exiliados políticos tienen el temor fundado de que una alianza entre el Gobierno venezolano y un gobierno de izquierda en Colombia amenace su seguridad y sus actividades políticas en el país vecino. Esto puede que sea más mito que realidad o más realidad que mito, pero lo cierto es que hay mucha incertidumbre entre los venezolanos que viven en Colombia ante un eventual triunfo de Gustavo Petro.

En segundo lugar, en el escenario de un posible triunfo del ingeniero Rodolfo Hernández, conocido como “el Trump colombiano” por su discurso populista y básico, se pintaría para los migrantes forzados un panorama de políticas migratorias restrictivas, dado su reiterado discurso antimigrante venezolano, lo cual implicaría de facto posibles deportaciones masivas y el aumento de la matriz de opinión xenofóbica en la sociedad, lo cual afectaría la integración de los venezolanos en esa nación. Por su parte, los exiliados políticos tendrán tal vez un trato preferencial respecto al masivo número de migrantes forzados. Hasta ahora, Hernández no ha hablado coherentemente respecto a la reactivación de las relaciones diplomáticas y consulares con Venezuela; es, si se quiere, una oscura caja de sorpresas. Lo único que ha dejado claro es su discurso antimigrante venezolano.

Lamentablemente, los migrantes siguen siendo utilizados política y electoralmente, más cuando se trata de candidaturas de corte populista que intentan despertar pasiones para movilizar el voto a su favor.

Como cristianos, no debemos olvidar que Dios viene a tocar la conciencia a favor de los migrantes: “Ama, pues, al forastero, porque forastero fuiste tú mismo en el país de Egipto” (Dt 10,19). En este mismo espíritu nos habla el papa Francisco, en su mensaje para la 108° Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado que se celebra en la Iglesia el 25 de septiembre: “Los migrantes no son invasores, su contribución enriquece la humanidad”.


Nota:

[1] Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela. (31 de diciembre de 2021). Refugiados venezolanos reconocidos. Disponible en: r4v.info/es/refugiados

Fuente:

Boletín del Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco del 27 de mayo al 2 de junio de 2022/ N° 146: https://mailchi.mp

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