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Mientras respiro, espero

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‘’Dum spiro, spero”. Mientras respiro, espero; dirá Cicerón. Y es que, así como resulta natural y esencial respirar, mientras haya vida habrá esperanza. Pero ¿a cuál esperanza nos estamos refiriendo? Esperanza no es creer que las cosas saldrán bien, sino confiar en que lo que sucede tiene sentido y atiende a la trascendencia. 

Este enfoque cambia todo el juego, pues no se trata de esperar como la actitud resignada de aquel que se entrega a las circunstancias derrotado, impotente, abrumado o frustrado ante la incapacidad de hacer que las cosas sean distintas. Tampoco se trata de esperar como quien está sentado aguardando su turno mientras el tiempo sencillamente pasa.

La esperanza la entendemos como una virtud teologal, es decir, como un hábito que Dios nos concede y que infunde en nuestra voluntad e inteligencia para que ordenemos nuestras acciones hacia Él. Y si Dios es Amor, pues se trata entonces de ordenar nuestras acciones hacia el Amor.

De allí que la esperanza no puede ser una actitud pasiva, sino justamente lo contrario.

Nos dice Benedicto XVI en su encíclica SPE SALVI que “la fe en el Juicio final es ante todo y sobre todo esperanza, esa esperanza cuya necesidad se ha hecho evidente precisamente en las convulsiones de los últimos siglos. Estoy convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial o, en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la fe en la vida eterna”.

Benedicto XVI establece una relación directa de la esperanza con la justicia, y concluye con esta hermosísima idea: “el hombre esté hecho para la eternidad; pero sólo en relación con el reconocimiento de que la injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto, llega a ser plenamente convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la vida nueva”.

Al comprender que la injusticia no tiene la última palabra en la historia, nos toca entonces a todos nosotros, hombres y mujeres de buena voluntad, hacer todo lo que nos corresponda hacer para que el triunfo de la esperanza sea posible.

Hoy en Venezuela vivimos tiempos particularmente complejos. Se hace común encontrar en la gente un sentimiento de incertidumbre. Y ante la incertidumbre parece fácil perder la esperanza. ¿Qué crees que vaya a pasar? Es la pregunta recurrente que nos hacemos unos a otros en cualquier fortuito encuentro cotidiano. 

La respuesta suele ser la misma: no lo sé. Pero es que esa es la respuesta correcta, nadie sabe y nadie puede saberlo. Ya nos lo dice el Evangelio, la adivinación del futuro suele ser un acto de necedad. 

Estar esperanzados, vivir con esperanza, no es pues – y no debemos confundirlo con – la pretensión ingenua (y acaso irresponsable) de pensar que todo va a estar bien.

El papa Francisco nos lo deja en claro: “La esperanza hace que uno entre en la oscuridad de un futuro incierto para caminar en la luz. La virtud de la esperanza es hermosa; nos da tanta fuerza para caminar en la vida”. Un camino que tendrá subidas y bajadas, sol y sombra, soledad y compañía, avances y reveses, pero una caminata que podemos siempre acometer con ánimos y seguridad en la certeza de que Dios sabe convertir todo en bien, porque incluso de la tumba saca la vida.

Que este número sobre la esperanza, les aproveche.

¡Buena lectura!

1 SPE SALVI, Carta Encíclica del Sumo Pontífice Benedicto XVI sobre la esperanza cristiana, 30 de noviembre de 2007
2 Papa Francisco. Audiencia General, 28 de diciembre de 2018.
3 Papa Francisco. Sábado Santo, 11 de abril de 2020.

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