Andrés Cañizález
Cuando en Venezuela tanto se debate sobre qué es o qué no es el socialismo del siglo XXI, y cuando tenemos a la vuelta de la esquina una reforma constitucional que puede cambiar la vida nacional, me animo a compartir mi sueño de país.
Sueño con un país en el que predomine la justicia social, pero sin menoscabo de otros derechos civiles y políticos, pues la búsqueda de una mayor equidad no puede hacerse a costa de empeñar libertades. Sueño con una nación en la que prevalezcan las instituciones por sobre las personas; el tránsito de hombres y mujeres en las instituciones es eso, un tránsito. Lo que debe construirse son entidades con solidez para que sobrevivan a los humores de los gobernantes y que tales instituciones sean el mecanismo perdurable (y perfectible) que permitan que los ciudadanos podamos ejercer deberes y reclamar derechos.
Sueño con un modelo genuinamente democrático para Venezuela, tanto en lo social como en lo político, y ambas dimensiones son indivisibles.
La existencia de contrapesos y división de poderes no es una exquisitez liberal, como abjuraron en el pasado los teóricos socialistas, sino que la experiencia histórica nos demuestra (y ampliamente) que el poder corrompe y cuando se ejerce absolutamente también corrompe de forma absoluta, bajo cualquier signo ideológico.
Sueño con un modelo de desarrollo que esté afincado en nuestra realidad histórica-social, que no salga a copiarse de experiencias que fracasaron estrepitosamente, ni que extrapole una visión idílica de la vivencia campesina e indígena. Necesitamos un modelo que esté en sintonía con el país que tenemos, que contribuya de una vez por todas a aminorar la dependencia de cualquier boom petrolero para poder repartir subsidios; es indispensable construir un modelo que genere riquezas, para que pueda combatirse eficazmente y de forma sostenible la pobreza.
Sueño con un Estado que no reparta los peces, sino que enseñe a pescar. Salir definitivamente de la pobreza implica aprender que el camino requiere esfuerzo, voluntad y tenacidad. La mejor manera es expandir la educación y sueño con una educación diversa y dialógica, sin imposiciones.
Sueño con un modelo de debate político en el que no haya una sola manera de entender al socialismo, pues, si el fin es alcanzar la justicia social, hay experiencias concretas que intentan hoy, en un marco democrático y de debate plural, lograr tal meta. Sueño con un tránsito social ordenado, con método, lo cual quiere decir que debe desterrarse la improvisación, el como vaya viniendo vamos viendo.
Sueño con un proyecto político que no repita los errores del pasado, en el que los partidos sustituyeron a la sociedad y todo terminó siendo manejado por un cogollo, como ocurrió en la Venezuela de adecos y copeyanos y en la extinta Unión Soviética y como sigue ocurriendo en Cuba, donde un comité central de un único partido conduce la vida colectiva.
Sueño con un modelo que no establezca la estatización absoluta, pues ésta -y eso lo ha demostrado la experiencia histórica- genera confusiones, es improductiva y finalmente no permite alcanzar el fin básico de todo modelo económico: la satisfacción de las necesidades sociales. Sueño con un modelo que busque el bienestar confortable de todos los venezolanos.
A quienes se aprestan a calificarme de tarifado del imperio por sostener estas ideas, debo advertirles que las mismas están inspiradas -en buena medida- en el mensaje del general Baduel, y uno supone que su discurso no fue mera reflexión individual cuando se dirigió al país y a las Fuerzas Armadas.
Publicado originalmente en el diario El Nacional