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Mi compendio de reflexiones: ¿En realidad pensamos por nosotros mismos?

Mi compendio de reflexiones

Por Marysabel Reyna*

Esa pregunta me la hago muchas veces. Cada vez que me bombardean con propagandas que me dicen lo maravilloso que es un objeto, o cómo me va a gustar comprar o asociarme a algo, cuando por las redes me cuentan cómo son las cosas o cómo no son. Pero cuando me detengo a pensar un poco, veo detrás el interés de alguien que me quiere convencer para su propio beneficio, no para el mío, nunca es para el mío, pues yo poco les importo, “claro, si no me conocen, soy sólo un número”, pero siempre es para que ellos logren alguna ventaja a costa mía.

El Papa Francisco habla de que nos hemos convertido en un mundo del desecho, del descarte. Todo lo que no nos sirve es desechable y eso es terrible. Estamos destruyendo la Tierra y todos los dones que ella tiene para que vivamos vidas plenas y las disfrutemos como regalo de Dios, que es lo que son, aunque poco valoramos en ese afán desesperado de poseer sin entender que la posesión destruye. Sí, siempre destruye. Y en esa destrucción están incluidas las personas.

Hoy nuestra sociedad está llena de manipuladores poco interesados en el “bien” (¿qué es eso?) y muy interesados en el provecho personal material: tener más y más y más. Parece que eso es lo único que realmente importa. ¿Y los demás? ¿Quiénes son? ¿Les puedo sacar algún provecho? Si no, no me interesan. Si sufren, pues mala suerte que les tocó sufrir, yo no puedo hacer nada, ¡quien los manda! Como si fuera por su culpa que no han tenido la suerte mía de disfrutar las oportunidades que he tenido, pero es que yo sí me las merezco, por supuesto, y no tengo nada que agradecer.

Ahora bien, si creemos y actuamos así ¿nos hemos detenido alguna vez a pensar, si esa actitud tiene sentido? ¿O será que lo que nos pasa es que ya no sabemos pensar? Nos limitamos tranquilamente a aceptar como cierto lo que oímos repetidas veces, lo que parece creer todo el mundo sin examinarlo. ¿Es por eso que cambiamos de manera de pensar a cada rato? El bien conocido según vaya viniendo, vamos viendo.

 Lo más impresionante es que la soberbia del ser humano ha ido creciendo y creciendo. ¡Se siente lo máximo del universo, mientras lo va destruyendo! Igualmente, cuando hay algo que nos habla de ese daño que se le está haciendo al planeta Tierra y a la inmensa mayoría de los que aquí vivimos, nos encojemos de hombros y nos decimos ¿qué culpa tengo yo? Y, además, ¿qué puedo yo hacer? ¿qué pretenden que yo haga? Sin pensar que yo soy parte de todo esto y, por tanto, no puedo evadir la responsabilidad de lo que aquí ocurre y que tengo que hacer un esfuerzo serio por cambiar esta locura. ¿Es que acaso me ocupo de cumplir lo que a mí me corresponde? ¿Lo pienso alguna vez? Y si me lo pregunto, ¿lo contesto con sinceridad y seriedad? ¿Me importa afrontar lo que hago con seriedad?

Las personas nos vamos haciendo desde el momento mismo de la concepción y seguimos así a lo largo de toda nuestra vida. Hay personas que afirman, con gran seguridad, que el niño nace con una personalidad ya hecha que es difícil o imposible de cambiar, ¡qué posición tan cómoda! Pero no se detienen a pensar que esa personalidad no surge en el instante del nacimiento, sino que, con el concurso de muchos factores imposibles de determinar, se va haciendo a lo largo de los nueve meses de la gestación y continuará haciéndose a lo largo de toda la vida, porque la persona humana es un constante hacerse. A pesar de que se insiste, desde tiempo inmemorial, en que tenemos por dentro la inclinación al mal no se habla de que igual tenemos la inclinación al bien, aunque yo no lo llamaría “inclinación”, sino posibilidad.

Y, aunque podamos haber tenido un mal comienzo y no hayamos recibido la ayuda necesaria de quienes la debían dar mientras íbamos desarrollando nuestras capacidades para vivir una vida buena y útil, una vez que adquirimos ciertos conocimientos y mayor libertad, la decisión es nuestra en relación a cuál camino nos animamos a vivir, y cualquier vía que escojamos se va haciendo cada vez más fácil con la práctica. No es que es más fácil ser malo que bueno, es igual de fácil. Lo que pasa es que no se enseña debidamente a ser bueno, generoso, desprendido, complaciente, amable, agradecido, misericordioso, nutritivo y, lo que es más importante, a ser capaz de amar, de amar de verdad y hasta el extremo, sin contar el costo que es el verdadero amor.

Hoy, al contrario, se afirma muy equivocadamente, que todo esto es muy difícil de hacer. Y eso es falso, totalmente falso. Es sólo cuestión de práctica. Y lo que ciertamente es verdad, es que proceder haciendo el bien hace la vida mucho más feliz. Evidentemente en el momento de educar es más fácil dejar que los hijos crezcan como la verdolaga, sin hacer un esfuerzo serio por orientar su desarrollo y ayudarlos a madurar y crecer en responsabilidad, pero quien no hace el esfuerzo termina pagando un precio alto en el trato que recibe al final  (salvo que tenga la suerte de vérselas con alguien que sí aprendió lo bueno y lo practica).

Es un mundo que trata de hacernos a todos iguales, ¿quién decide cómo debemos ser? Uno o varios misteriosos que manejan los medios y que nos van uniformando para que todos seamos ediciones de uno sólo. Pareciera que hay una sola manera de ser, la manera perfecta, y mientras más nos ajustamos a ella más finos, o cool, somos. Y en este mundo hay tres ídolos (o dioses, a pesar de que se jacta de no creer en Dios ni en nada que no sea demostrable “científicamente”). Esos dioses son el dinero, el poder y el sexo. Para acumularlos se trabaja y se lucha y se vive. Sin pensar en que todo pasa y esos ídolos no dejan nada que al final se pueda valorar. Es vivir el momento, pero el momento pasa y luego nos preguntamos qué nos quedó de todo eso.

Supuestamente este mundo “moderno” es superior a todos los anteriores. Se desprecia lo viejo por anticuado, por poco desarrollado, porque no sabe bien cómo son las cosas. Se pierden tradiciones que son muy importantes para dar sentido de pertenencia, para transmitir una cultura de la cual somos parte y que nos nutre. Hay un dicho muy nuestro que nos habla de esto: “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”. La historia enseña muchas cosas si sabemos comprenderla y los años vividos también. Por eso, en muchas culturas importantes, los viejos tenían un papel preponderante que jugar. Es tan equivocado pretender arrancar de cero… ¡Qué desprecio de aprendizajes valiosos que nos podrían ayudar a evitar errores y consecuencias lamentables!

Con mucha razón se ha dicho que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. ¿Dos veces? ¡Ojalá fueran sólo dos veces! Si nos fijamos en la historia: ¿cuántas guerras? ¿cuánta destrucción? ¿cuánta violencia? ¿y para qué? Todo el mundo pierde con la violencia, el odio y la destrucción. Sin embargo, ¿cuánto dura lo que supuestamente se ha ganado? ¿de qué sirve frente a todo lo que se ha perdido? Es que no se piensa. Nos dejamos llevar por pasiones y deseos inmediatos sin medir verdaderamente el costo de cara a lo que pretendemos ganar. El costo del daño que hemos hecho, del tiempo y esfuerzo que hemos malbaratado, de las oportunidades de cosas gratas y que dan paz y serenidad que hemos dejado de lado.

Como dice Francisco en Fratelli Tutti:

“En el mundo actual los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se debilitan, y el sueño de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía de otras épocas. Vemos cómo impera una indiferencia cómoda, fría y globalizada, hija de una profunda desilusión que se esconde detrás del engaño de una ilusión: creer que podemos ser todopoderosos y olvidar que estamos todos en la misma barca (…) El aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devolver esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía, la cultura del encuentro”.

Yo no podré transformar el mundo que me rodea, ni a todas las personas, pero yo sí puedo vivir una vida que deje huellas, que me haga sentir satisfecha porque mi paso por la Tierra dejó algo bello, hermoso y valioso, aunque sea pequeñito. Eso sí depende de mí. Actos heroicos no, pero sí acciones que digan que mi vida valió la pena.

Y esa vida que valió la pena necesariamente tiene que dirigirse hacia los otros y no estar centrada en mí mismo.


*Abogada y Licenciada en Matemáticas. Ha cursado estudios de Teología y Filosofía. Miembro del Consejo Editorial de la revista SIC.

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