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Mi Amigo el Gigante

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XRFwMFrancisco M. Benavent

El centenar de cuentos que Roald Dahl (1916-1990) dejó escritos, oscuros, imaginativos, mordaces -Hitchcok y Tim Burton los han adaptado con fruición- constituyen una cantera a la que el cine recurre asiduamente: las dos versiones de “Charlie y la fábrica de chocolate” –Un mundo de fantasía (1971) y la homónima dirigida por Tim Burton en 2005-, La maldición de las brujas (1989), Matilda (1996), James y el melocotón gigante (1996), Fantastico Sr. Fox (2009)… El turno le ha tocado ahora a “El gran gigante bonachón” (“The B.F.G.”, por sus siglas en inglés), libro que el autor galés publicó en 1982 retomando en forma de spin offal gigante al que aludía en otra de sus obras, “Danny el campeón del mundo” (1975). El relato ya fue llevado a la pantalla por el inglés Brian Cosgrove en una cinta de animación, B.A.G. El Buen Amigo Gigante (1989), realizada en 2D con trazos clásicos, respetuosa con la historia y hasta con algún guiño a E.T., el extraterrestre(1982) cuando el gigante regresa a su país y se superpone sobre la Luna. El proyecto ha estado parado durante los últimos veinticinco años, desde que en 1991 la Paramount sopesó hacerlo con Robin Williams de protagonista. Los productores Frank Marshall y Kathleen Kennedy compraron en 2006 los derechos, llamando a las puertas de Spielberg y de la Walt Disney. La escritura la encargaron a Melissa Mathison, precisamente la guionista de E.T., el extraterrestre. Fallecida en 2015, seis meses antes de que se estrenara en el Festival de Cannes, la cinta está dedicada a su memoria.

241619Se ambienta en un Londres dickensiano, sobre cuyos tejados se espera ver volar a Peter Pan. Tan sólo alguna referencia (la llamada a Ronald Reagan, el matasellos de 1985 en la carta, la edad de Isabel II…) sitúa temporalmente esta historia en la que Sophie, una pequeña huérfana, vive la aventura de su vida cuando en una noche de insomnio tropieza con un gigante de más de siete metros que la rapta para evitar ser descubierto. A grandes zancadas la lleva hasta el País de los Gigantes, donde la niña descubre no a un ogro formidable, sino a un tipo amable y bonachón, con respuestas para todo, y para colmo vegetariano. Nada que ver con los otros nueve cíclopes de nombres estrambóticos que allí viven, caníbales que se alimentan de “guisantes humanos”. Un gigante marginado, al que los suyos gustan de atormentar por ser diferente. Un gigante soñador que se dedica a atrapar sueños, guardarlos en tarros e introducirlos en la mente de los niños dormidos soplando algo parecido a una trompeta. La amistad se abre paso entre ambos inadaptados, y deciden unir fuerzas para detener a esas bestias. La solución pasa ni más ni menos que por regresar a Londres y convencer a la Reina de Inglaterra para que envíe a su ejército. 

Al igual que en “Charlie y la fábrica de chocolate” (1964), libro que Dahl dedicó a su hijo Theo cuando éste enfermó gravemente por culpa de un accidente, la dedicatoria de “El gran gigante bonachón” lleva el nombre de su hija Olivia, la primera de las cinco que tuvo con la actriz Patricia Neal, muerta en 1962 cuando apenas tenía siete años. Fácil es comprender el cariño y la ternura, la sabiduría y el duelo, que el autor soterró en esas páginas, una aventura mágica y sentimental que une a dos seres tan diferentes como necesitados de afecto. Ese vínculo es muy parecido al que sostenían Elliott y E.T., no debiendo sorprender que Spielberg se haya interesado por una obra así. Lamentablemente el maestro no alcanza en ella a conmover como en sus mejores películas, ni a la misma energía en la narración. Se le nota algo cansado y mecánico, y sólo en contados momentos llega a imprimir fuerza a la historia: el baño de la niña (casi un homenaje a King Kong), la caza de los sueños para embotellarlos (que concentra la mayor carga de poesía), la recepción real en el Palacio de Buckingham (respetando el característico humor negro de Dahl y las flatulencias que ideó para tan solemne momento: tal vez por ello en 1986 el escritor rechazó ser nombrado miembro de la Orden del Imperio Británico). No faltan tampoco los homenajes que el libro contiene a “Jack el matagigantes” o a “Las aventuras de Nicolás Nickleby” (1839), libro de Dickens sobre otro muchacho huérfano en la Inglaterra victoriana.

1467710964339Bajo la piel del gigante no está Andy Serkis, sino Mark Rylance, cuyo trabajo en El puente de los espías (2015) le supuso un merecido Oscar al mejor actor de reparto. Creado mediante captura de movimiento, su personaje infográfico es muy parecido al de las ilustraciones que para el libro hizo Quentin Blake, recogiendo hasta el menor gesto del actor y la peculiar forma de hablar que le dio Dahl, un lenguaje que recuerda al “nadsat” que emplean Alex y sus compinches en La naranja mecánica (1971). A la pequeña Sophie la encarna Ruby Barnhill, una niña que hasta el momento  sólo había hecho television y que, descubierta por el buen ojo habitual de Spielberg, es capaz de sostener una producción millonaria como ésta. Visualmente la película ofrece el poderío esperable en un director que tiene a su servicio toda la maquinaria de Hollywood, aunque curiosamente los efectos infográficos no siempre son de clase A+. Los espectaculares decorados recrean con magnificencia ese país de Brobdingnag donde viven los gigantes, seres que lejos de ser muñecos de plástico llegan a tener alma, algo nada difícil de conseguir para quien ha desatado la furia de tiburones, alienígenas o dinosaurios dispuestos a zampar humanos. 

Por debajo de esa envoltura visual, Mi amigo el gigante es un espectáculo para el público familiar donde no hay sitio para el cinismo o las incorrecciones (fuera de los efectos del “gasipum” cuyas burbujas corren hacia abajo). Posee el aroma de las películas que la Disney hacía en los sesenta con Hayley Mills, o las de Spielberg en los ochenta. Ha resucitado a estos efectos el logotipo de la Amblin y se ha rodeado de sus fieles caballeros: John Williams (componiendo su enésima banda musical memorable), Janusz Kaminski -la luz del polaco es indispensable en su filmografía desde La lista de Schindler (1993)-, Michael Khan en el montaje, Rick Carter en los decorados, etc. Todos ellos ya en la senectud, y probablemente deseosos de llevar a sus nietos al estreno de una película como las de antes. Películas y sueños que están hechos de la misma pasta, y que un gigante como Spielberg se dedica a insuflar en la cabeza de la gente.

Fuente: http://www.cineparaleer.com/critica/item/1933-mi-amigo-el-gigante

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