Por Germán Briceño Colmenares*
Lionel Messi es el mejor jugador del mundo, eso nadie lo discute, sin embargo, como tantas veces nos sucede al resto de nosotros, simples mortales, no siempre al mejor del mundo le salen las cosas según sus deseos. Desde el rocambolesco episodio del burofax, cerca de un año atrás, hasta su intempestiva salida hace unos días, Messi ha pasado de querer irse del Barcelona infructuosamente a querer quedarse sin conseguirlo. Al igual que él, quienes hemos sido seguidores del Barça de toda la vida, no acabamos de salir de nuestro asombro y nuestra consternación ante tan sorprendente e inesperado desenlace, que viene a ser la consecuencia de una época de excesos, infortunios y mala gestión por parte de quienes han manejado el club.
Pero si bien podría decirse que su continuidad estaba en entredicho desde hace algún tiempo (la idea de marcharse ha pasado por su mente en diversas ocasiones), lo que siempre ha estado fuera de toda discusión es su entrega al club y sus seguidores hasta el último momento. Incluso su fallido intento de partir un año atrás, antes que un gesto de traición era una demostración de compromiso, una radical expresión de descontento ante una situación en la que percibía que nadie se esforzaba tanto como él y el equipo naufragaba en la mediocridad. Todos alguna vez nos hemos disgustado con alguna situación, y hemos creído honestamente que la mejor solución era ponerle término.
Hoy, a sus treinta y cuatro años, después de que parecía haber limado asperezas con el Barça y a pesar de una sequía de títulos de los blaugranas esta temporada, el rosarino pasa por un momento dulce en plena madurez: fue líder indiscutible en prácticamente todos los departamentos ofensivos del Barcelona, logró ser Pichichi de la Liga por octava ocasión y acaba de conquistar su primera Copa América derrotando a Brasil en el Maracaná.
Aquel hombre impasible con cara de niño, a quien nos hemos cansado de ver hacer diabluras alucinantes sobre el terreno mientras protegía su vida privada tras un velo de misterio y silencio, decidió utilizar su despedida para hacerse escuchar. Ese muchacho taciturno y a veces ausente, sumido en su mundo de fantasía futbolística, en el último momento se reveló también como alguien que sufre, que llora, que goza, y que tiene muchas cosas que decir también fuera de la cancha. Ese mismo aplomo y esa inocente astucia que exhibía sobre el césped ha salido a relucir ahora desde la palestra, cuando al hombre reservado de pocas y medidas palabras le ha tocado el turno de hablar. Sin evadir ningún tema espinoso o pregunta indiscreta se ha lanzado por la calle del medio con un arma invencible: la sinceridad. A fuerza de responder a todo con una absoluta franqueza se las supo arreglar para no ofender a nadie y dejar satisfechos a todos. A pesar de la tristeza, zanjó polémicas, cortó por lo sano, fue generoso en los elogios y se manejó como un equilibrista a paso firme sobre la cuerda floja, sin ambigüedades ni medias tintas.
Por su boca nos enteramos de que, a pesar de un prolífico y brillante palmarés que consta de casi todos los títulos imaginables a los que un futbolista puede aspirar, lo que atesora es su memoria con más dilección son sus inicios, en los que nada podía darse por sentado. La magia de los comienzos y los primeros recuerdos, como nos sucede tantas veces también a nosotros, cautiva también al hombre que lo ha ganado casi todo y vive una pletórica madurez. También el apego a las pequeñas cosas y la nostalgia embargan a los grandes ídolos a la hora de partir: una ciudad, un paisaje, un clima, unos amigos, unas calles entrañables. Y, como todo ser humano, también sufre el temor al cambio, pero, y he aquí lo importante, a la vez cultiva y abraza la instintiva necesidad de acogerlo y adaptarse.
Los gestos más nobles de su comparecencia tal vez fueron su agradecimiento al personal del club, especialmente a los que no se ven, con los que quizás se cruzó pocas veces pero sin cuyo concurso sería imposible el buen funcionamiento de un equipo de primer nivel; también su gratitud hacia la plantilla, pasada y presente, y sus votos por el éxito del conjunto ahora sin él, restándole importancia a los nombres particulares -incluyendo al suyo-, hablan del espíritu de equipo que siempre lo ha caracterizado. Ese reconocimiento a los compañeros, pero también a los héroes anónimos de lo cotidiano, es la encarnación de los valores de humildad y respeto que la organización le inculcó según sus propias palabras, y es para mí lo que define a un auténtico número uno como Messi: un tipo que jugando para y con los otros encontró la mejor manera de brillar él mismo.
Messi dijo que hizo todo lo que pudo para quedarse. Yo le creo: alguien que nunca ha mentido dentro de la cancha, no tendría ninguna razón para mentir fuera de ella. Que el dinero no era lo más importante para él lo ilustra el hecho de que, después de haberse rebajado voluntariamente el sueldo a la mitad para intentar quedarse en la ciudad condal, tras el portazo en las narices que recibió de Laporta, acaba de firmar un contrato con el París Saint-Germain por el mismo monto reducido que no le pudo o no le quiso pagar el Barça. ¿Entonces quién tuvo la culpa de la abrupta ruptura entre Leo y el Barcelona? Su padre Jorge, al ser preguntado, señaló tajante: Averigüen en el club. Messi, por su parte, quién sabe si en un mensaje críptico, ha dicho que en París: le pusieron todo muy fácil… A estas alturas una sola cosa parece razonablemente cierta: Messi superará su salida del Barcelona mucho más rápido de lo que el Barça superará la ausencia del crack argentino.
Aquella pulga de Rosario, a la que parecían habérsele cumplido todos sus sueños y que cumpliéndolos nos hizo soñar a todos, no ha podido ver realizado el último de ellos: despedirse del Camp Nou en medio de una apoteósica ovación. La verdad, un acto simbólico tampoco importa demasiado, después de todo el deseo del jugador chocó con la voluntad del club. Lo que en realidad importa es que Messi, cada día, hizo lo que sabía hacer y lo hizo mejor que nadie, y en el camino nos hizo un poco más felices a todos. Al parecer en París supieron valorar eso con más claridad que en Barcelona y el dinero no fue obstáculo. Como bien lo resumió el periodista Juan Irigoyen, Messi inicia una nueva etapa en Francia y el viernes salió del grupo de WhatsApp del Barcelona.
*Abogado y escritor | [email protected]