Les presentamos el segundo artículo del seriado “Economía, Cultura y Democracia”, una propuesta de Ángel Alvarado (@AngelAlvaradoR) para la revista SIC
Cuando el rey Jaime II de Inglaterra, a finales del siglo XVII, trataba de consolidar su monarquía absolutista, la oposición británica logró encontrar un salvador en Guillermo de Orange, líder de la República de Holanda, quien fue invitado por el Parlamento a invadir Inglaterra.
La toma del poder por un príncipe extranjero cambió la correlación de fuerzas políticas en Gran Bretaña, dándole al parlamento un rol superior y contralor de la corona. El monarca no tendría nunca más el poder de disolver el parlamento, ni colocar más impuestos para sus guerras sin el consentimiento del pueblo.
Esta revolución debilitó a la monarquía y limitó su capacidad de controlar el comercio atlántico (lo mismo ya había ocurrido en Holanda), haciendo que la clase comercial se fortaleciera hasta hacer frente y limitar el poder de la corona a través del Parlamento, la cual también abolió los monopolios, promovió la competencia y combatió los intereses de la aristocracia, estableciendo instituciones políticas más inclusivas que protegían los derechos de propiedad, la empresa privada, la igualdad de oportunidades. Estos cambios políticos propiciaron el desarrollo de los mercados financieros y el comercio transoceánico como nunca se había visto. La victoria de los comerciantes convirtió a Gran Bretaña en la primera economía moderna con instituciones políticas más inclusivas.
Estas reformas eran inéditas en el mundo de entonces, lo común era una corona centralista y absolutista como la española, que celosamente controlaba los beneficios del comercio transatlántico a través de los monopolios y la captura de rentas por grupos de interés, reforzando el poder político de la élite gobernante.
Brasil y Estados Unidos
En el continente americano la situación no fue muy distinta en cuanto al tipo de instituciones políticas que evolucionaron, la forma de los monopolios comerciales y el desempeño económico. El Producto Interno Bruto per cápita de Brasil y Estados Unidos era muy similar en 1800: US $738 y US $807 respectivamente, cien años después el de Brasil se mantenía en US $738 mientras el de Estados Unidos alcanzaba US $4584.
Brasil se cita como uno de los casos donde el control estatal y la caza de rentas de origen colonial se mantuvo, mientras en Estados Unidos las instituciones económicas se hicieron más inclusivas, generando un ambiente más competitivo, eficiente y productivo que benefició a los consumidores de manera sostenida por largos periodos de tiempo; incentivando a los emprendedores a invertir e innovar.
Esta diferencia en los niveles de ingreso se debe a las diferentes sendas institucionales, por un lado Estados Unidos avanzó en la división de poderes, el federalismo y una clara definición de los derechos de propiedad; mientras tanto en Brasil para 1808 la corona portuguesa se mudó desde Portugal en masa –incluida su burocracia– a raíz de la invasión napoleónica de la península ibérica; lo que desencadenó una “independencia” bajo control de corona, lo cual no ocasionó cambios institucionales importantes a raíz de la emancipación; la caza de rentas se mantuvo a través de los monopolios (por ejemplo, el de la navegación del río Amazonas), el comercio de esclavos hasta 1852 y la esclavitud que no sería abolida hasta 1888.
Proteccionismo y la formación de los Estados americanos
Los casos anteriores son algunos de los muchos ejemplos de cómo interactúan sutilmente las instituciones políticas y económicas a lo largo del tiempo, y como ambas terminan influyendo sobre el desempeño económico de largo plazo.
Los ejemplos de Inglaterra, Holanda o Estados Unidos tienen que ver específicamente con la libertad del comercio, la ausencia de monopolios y de privilegios comerciales, los cuales han demostrado ser cruciales para el desarrollo de instituciones políticas más inclusivas, y que garantizan los derechos políticos de los ciudadanos.
Al momento de la Independencia de América los criollos abogaban y creían en este tipo de instituciones comerciales, la lucha contra el monopolio de la compañía Guipuzcoana es un claro ejemplo de ello.
Sin embargo, la incapacidad de las nuevas naciones iberoamericanas para hacer reformas fiscales que pecharan directamente a sus ciudadanos limitó la construcción de las capacidades estatales necesarias para las nuevas repúblicas, obligándolas a depender fiscalmente de los impuestos aduaneros, creando economías con altos aranceles y muy cerradas al comercio internacional, contrariamente a lo que se había deseado al momento de la independencia.
En esto influyó la victoria de los partidos conservadores en las primeras de cambio, que llevó a la formación de Estados centralistas, de inspiración mercantilista, defensores de los monopolios, e incapaces de emitir deuda en los mercados internacionales por estar en cesación de pagos o no ser creíbles en sus promesas de capacidad de pago.
La situación fue bastante diferente en las trece colonias del norte de los Estados Unidos de América, allí se pechó directamente al ciudadano, con impuestos municipales y regionales progresivos sobre la propiedad, que elevó diez veces más los ingresos estatales, permitiendo a todos los niveles de gobierno una capacidad estatal para invertir en escuelas, canales y vías públicas que las repúblicas iberoamericanas no lograron con cobro de aranceles aduaneros.
Al colocar impuestos directos, el ciudadano reclama la necesidad de la representación, la rendición de cuentas y la inclusión de todos en el ejercicio del gobierno y en el goce de los derechos políticos.
Los impuestos indirectos (como los aranceles) tienen poca capacidad recaudatoria, lo cual desemboca en baja capacidad estatal para ejercer políticas distributivas, menor empoderamiento de los ciudadanos para el ejercicio del poder y la persistencia de las desigualdades coloniales.
Los bajos impuestos directos en Iberoamérica son un legado con dos manifestaciones inconfundibles en la región: amplias desigualdades sociales, y políticas comerciales proteccionistas que favorecen a las élites.
El nacionalismo económico
Un creciente número de naciones han abrazado un nuevo tipo de proteccionismo que busca expandir la innovación local y promover las exportaciones industriales a través de la manipulación del sistema de comercio global con resultados aparentemente positivos; esto los ha llevado a implementar prácticas mercantilistas, afectando la libre competencia entre las naciones en detrimento de la innovación global. Colectivamente tomadas, estas medidas son una amenaza a la integridad del sistema mundial de comercio.
Las prácticas mercantilistas incluyen forzar la producción local como condición del acceso al mercado, subsidios de exportaciones, robo de patentes, manipulación de monedas, favoritismo hacia empresas locales sobre las extranjeras.
El foco de esta política es el sector transable sobre la productividad doméstica sin importar medidas inequitativas para incrementar las exportaciones y limitar las importaciones como fundamento de una estrategia de crecimiento económico.
Esto se concreta en aranceles discriminatorios, subsidios a las exportaciones, transferencia tecnológica forzada, débil protección a la propiedad intelectual, favoritismo de las empresas locales y procura de servicios gubernamentales.
Este modelo no es sostenible ni productivo a nivel global, es un juego suma cero y además constituye un problema como estrategia de crecimiento de largo plazo. Las políticas enfocadas en mejor infraestructura, los incentivos fiscales a la innovación y al desarrollo, han mostrado mayor eficacia.
Con el mercantilismo se crean rentas de manera sistemática, limitando la competencia, generando privilegios para un grupo de la sociedad, a la vez que alimenta la represión sobre los grupos reformistas o democráticos. Las rentas económicas son retornos por encima del costo de oportunidad, generados por las barreras impuestas por la élite para proteger sus privilegios, y que bajo ciertas circunstancias la mantiene compacta y organizada, incluso para usar la violencia para defender sus privilegios.
Mercantilismo y democracia
El libre comercio era uno de los consensos del mundo que emergió después de la caída del muro de Berlín; sin embargo, ese consenso parece haber sido sustituido en los últimos años por el “Consenso de Beijing”, con prácticas mercantilistas y altas tasas de crecimiento en países como China, India o Brasil, donde se hace obligatorio la transferencia tecnológica y la propiedad intelectual como condición de acceso a grandes mercados, y donde el sistema democrático es cada vez más débil.
La democracia experimenta una recesión a nivel mundial, no solo como efecto de la pandemia, sino por el surgimiento de líderes populistas con agendas contrarias al libre comercio y a favor del proteccionismo, cuando no del mismo mercantilismo.
Existen recientes estudios empíricos que muestran que este nuevo nacionalismo económico con formas mercantilistas socava los derechos políticos de los ciudadanos, en concreto la democracia y sus pilares fundamentales, como el Estado de derecho, la independencia del sistema de justicia, la libertad de prensa y la transparencia estatal.
Estas prácticas mercantilistas son parcialmente responsables de la desglobalización que experimenta el mundo y de la recesión democrática de los últimos años. Un mundo menos integrado comercialmente, con economías más cerradas está teniendo consecuencias importantes sobre la democracia y las instituciones políticas.
Hace 400 años en Inglaterra y Holanda las instituciones políticas y el comercio jugaron un rol fundamental en la progresiva democratización de la sociedad, hoy estamos asistiendo a un proceso en reversa.
Esto es particularmente preocupante en los países del tercer mundo que han logrado reducir la pobreza en los últimos 40 años gracias al comercio mundial. Un proceso de desglobalización de estilo mercantilista podría frenar estos avances en los niveles de ingreso y en el goce de los derechos políticos, en concreto de la democracia donde ya existe, y de los anhelos democráticos donde ésta es frágil e inexistente.
Particular atención deberemos tener en Iberoamérica, con su histórica debilidad por el proteccionismo y el populismo, el nacionalismo económico podría estar sacrificando algo más que la libertad de comerciar, la democracia misma está en juego detrás de las prácticas mercantilistas que poco a poco tratan de imponerse bajos las banderas populistas de todo signo y color, y que en el largo plazo tendrán como resultado desigualdades y estancamiento en el nivel de vida de las mayorías.