Isaac Daniel Velásquez sj
Es sábado, 3: 45 de la madrugada, a unas cuadras más abajo del sector Las piedritas en La Vega, llega Ingrid , somnolienta, a hacer la cola, esperando la jornada a cielo abierto que ofrece Las redes de distribución de alimentos , Mercado de Alimentos (Mercal). La jornada está pautada para iniciar a las 8:00 am. En el brazo, con marcador rojo, los funcionarios de la jornada le sellan un desalentante 273; número que le corresponde para recibir el mercado.
En el ambiente se rumorea que las personas que tienen los primeros números se apersonaron al lugar a las 1:00 am, otros dudan y dicen que son “marañas” de los miembros del consejo comunal; acusando a estos de un auténtico monopolio familiar. Para Ingrid una cola más. El mismo cuento de nunca acabar. Otra madrugada donde ella y sus vecinos pierden el tan preciado y necesario tiempo de descanso y el sueño reparador. No les roban el humor, bromean, hacen chiste, carcajean; “déjenme reír para no llorar”.
Sale el sol y la inercia parece terminar. Se aproximan al lugar los primeros trabajadores de Mercal, identificados con la común franela “roja, rojita”. Los funcionarios parecen no considerar el desvelo, el cansancio, la “mala noche”, de las más de 300 personas que esperan la apertura de la jornada. La actitud de muchos de estos – para no generalizar – es como si estuvieran haciendo un favor al pueblo. Al verse investidos de poder estos “servidores públicos” parecen olvidar que ellos también son parte de la comunidad: padres, abuelos e hijos.
Inicia la Jornada, llega el momento esperado, una tímida sonrisa, un “airecito” de fuerza, alberga los rostros de los impacientes habitantes del popular suburbio ubicado al oeste de Caracas. “Las personas de la tercera edad me hacen otra fila por aquí” grita un funcionario con rostro solemne.Bastó tal indicación para que los abuelos y, los no tan abuelos, usaran las canas para aprovechar la situación.Los señalados corrieron hacia la nueva cola que facilitaba y reducía el tiempo para la entrega de los alimentos; atrás quedo la vanidad de la señoras que se molestan cuando se les pregunta la edad.
Ingrid, viendo que se abría la posibilidad de conseguir el objetivo, saca el celular último modelo y llama con urgencia a su mamá: “Vente mamá, si tu vienes salimos más rápido”.
Inmediatamente llega la mamá, una señora de unos 70 años, quien cumple con el procedimiento y le sellan el brazo derecho con el número 30. Estrategia familiar. Ingrid se mantiene en su puesto, por si acaso. “Más vale pájaro en mano que ver un ciento volar”
Son las 10 am. Faltan unas cien personas aproximadamente para que le llegue su turno de compra. Del otro lado está su mamá, aún en el mismo lugar, la fila de la tercera edad parece estar detenida. De repente, la tensa calma se convierte en un “Despelote” porque algunos optan por no respetar los turnos de atención y criollamente se comienzan a “colear”. Ingrid no aguanta, se suma al “despelote” y logra por fin obtener su mercadito. Al momento de recibirlo, su mamá casi que no se había movido; no funciono la estrategia familiar ¡Cuánto están sufriendo nuestros abuelos con estas colas tan injustas!
La Jornada no terminaba allí para Ingrid. Ella vive en el Sector “las dos rosas” y para llegar a su casa tiene que subir aproximadamente unas 150 escalinatas. Tal como si fueran las estaciones de un viacrucis, tiene que detenerse para descansar, y es en su quinto descanso donde se consigue con quien escribe, unos quince minutos de encuentro le sirven, no solo para descansar, sino para desahogar toda la impotencia y ARRE…pentimiento que les comparto por medio de este relato.
Después de todo lo vivido, no pierde el ánimo, ni la bondad típica del venezolano y me dice: “Aquí llevo una harinita, te puedo hacer unas arepas pa´ver si engordas”, mi risa cubrió el impacto positivo y consolador de ver como esta mujer después de la faena antes mencionada saca fuerzas y piensa en el otro, ¡Bendita sean las mujeres de este país!
Con esta invitación a comer arepas, me despedí de Ingrid. Pálida, con grandes ojeras, con un fastidio que no podía ocultar y con unos cuantos escalones más por subir, continuamos nuestros caminos, agradecidos ambos por esos quince minutos de encuentro, donde Dios se hace presente, no solo como refugio sino como un impulsor, una fuerza para seguir adelante a pesar de las adversidades.
No hay mucho más que decir, Ingrid lo ha dicho todo. Para esta joven madre y, por qué no, para muchos venezolanos, caben los refranes “Al que madruga, Dios le ayuda” o “Al mal tiempo buena cara”. Sin embargo es imposible no sentir dolor e indignación ante las injusticias cada día más frecuentes en nuestro país.
El gobierno nacional sigue anunciando nuevas jornadas a cielo abierto de MERCAL para todo el territorio. Mi país, tu país, nuestro país se va llenando de historias como la de Ingrid. Ante estas situaciones injustas e inhumanas la invitación es a no perder la esperanza, el ánimo. En el camino siempre aparecerán esas invitaciones a comer esas “arepitas” con sabor a Bondad, hermandad, Unión. ¡Gracias Ingrid, Gracias por la Invitación a no caer en el desaliento!