*Gabriel López
Productos caros y salarios bajos hacen una vida cara, depresiva y sin muchas esperanzas
Para quien se disponga dirigir, tanto política como económicamente la nación, e independientemente de los resultados electorales del próximo domingo 6 de diciembre, en Venezuela subyacen una serie de factores y elementos de orden financiero y económico que obligan a prestar atención si se quiere superar la crisis actual y si se propusiera alcanzar el desarrollo nacional en medio de las condiciones actuales.
El primero y más inmediato caso es la crisis que tiene el mercado cambiario y que el sector externo de la economía en general ha producido internamente. La nueva Asamblea Nacional debe reconocer que existe un enemigo económico, que si bien no ha sido atacado de manera prudente, continua siendo un elemento contrario a los intereses del desarrollo interno. La tasa paralela de la divisa -esa que nació tras los desajustes y las malas praxis gubernamentales sobre la moneda nacional durante más de una década-, ha perturbado al sistema interno de precios hasta el punto de muchas veces hacerlo absurdo, sin sentido, y con poco mérito respecto al desarrollo económico del país. La culpa de todo esto siempre la tuvo Cadivi en su momento, y la arrastra Cencoex en el presente. La baja tasa relativa con la que se ofrecía, y se ofrece aún, la divisa provocó que sistemáticamente se apoyaran a las importaciones en lugar de la producción nacional, además de significar un verdadero retroceso para las exportaciones no petroleras y para el progreso del comercio exterior general venezolano.
Y es que una divisa relativamente ‘barata’ solo era posible en momentos en los que los precios de nuestro bien de exportación, el petróleo, se mantuviesen altos, y dieran la oportunidad de ofrecer unas condiciones cambiarias favorables respecto a la moneda nacional. La aparente abundancia de divisas y su bajo costo influyó en la dinámica económica interna: ya poco rentable es generar productos venezolanos si se pueden traer de ‘afuera’ a mejores precios y con garantía de mayores beneficios. Esta práctica destruyó gran parte del aparato productivo doméstico, sin embargo a nadie le importó. Seguían viniendo contenedores llenos de mercancía y las ganancias continuaban creciendo, así como el consumismo poco estable que se impuso desde al menos hace una década.
Las cosas cambiaron cuando los precios del petróleo comenzaron su descenso hacia finales de 2013. Con menos divisas es ya difícil sostener la oferta cambiaria a esos precios, y si tales precios se mantienen, no todos podrán acceder a estos. Demandantes cambiarios que se quedan por fuera buscarán otro mecanismo para la adquisición de sus divisas, y así el mercado paralelo comenzó a hacerse bastante popular y a incrementar su precio, lo que significó de facto una devaluación al bolívar a la sombra de todos. El incremento del precio paralelo se trasladó al marcaje de los precios nacionales, y así se auspició un ascenso en la inflación hasta niveles tan vergonzosos que al mismo Banco Central se le hace difícil y penoso publicarlos. Productos caros y salarios bajos hacen una vida cara, depresiva y sin muchas esperanzas, y desgastada si se le añadiera el tormento de las interminables ‘colas’ a la hora de adquirir los productos básicos para la subsistencia, en medio de la escasez que actualmente nos atormenta y que todavía no se supera.
Una nueva Asamblea Nacional debería entender el daño que produjo y aún produce un valor relativamente bajo pero insostenible para la divisa. Debe desmontar el mecanismo perverso que ha empobrecido en tiempos en los que el auge petrolero no le acompaña. No obstante, debe tener cuidado de cómo lo hace, puesto que la crisis ha llegado hasta tal grado que nuestra vulnerabilidad apunta a una contingencia humanitaria si se despejara por completo el mercado cambiario y se dejase los precios flotar. La inflación barrería a unos cuantos que siempre terminan significando gente sin comer, enfermos sin sanar, y una mayor brecha entre clases, entre bandos de la misma población.
Debe haber un claro interés por recuperar la producción nacional, que haga un lado el incentivo crematístico de la importación y que propague la inversión doméstica. Un desarrollo productivo que reivindique el empleo y el trabajo real ante las artimañas financieras con las que algunos ‘cadiveros’ consiguieron ser ricos en tan poco tiempo; que genere incentivo para el esfuerzo productivo y que desestime las maneras tóxicas de hacer dinero de papel; que implique un sustento técnico y de preparación profesional -para el que se apunten médicos, ingenieros, educadores y demás oficios y profesionales- y se desvincule de las formas estériles de amasar fortunas válidas y ávidas de nepotismo, estafa y pragmatismo financiero con la que unos cuantos se enriquecieron a lo largo de este recorrido.
En fin, una oportuna gestión administrativa debe entender las causas y las consecuencias que la enfermedad holandesa padecida por la economía nacional ha causado a través del trayecto histórico que la actividad de hidrocarburos ha estado presente dentro de la dinámica económica venezolana, y debe también comprender los pecados y desaciertos con los que los gobiernos del pasado han tratado el problema, generándonos los efectos y resultados que sentimos hoy.
*Economista
Investigador del Centro de Investigación para el Desarrollo Económico
@cidevzla