Estando en el desierto, débil y hambriento, Jesús fue tentado por el demonio. No de manera descarada, sino más bien sutil, como muchas veces se nos presentan las promesas de poder y placer que la sociedad de la satisfacción inmediata nos ofrece a cambio de seguir un camino hacia la deshumanización. ¿Acaso alguien se libra de los susurros del maligno? ¿Cuál camino nos muestra Jesús para resistir a las tentaciones de la muerte?
El desierto es el lugar de las tentaciones
Jesús de Nazareth, según narran los Evangelios (Mt 4:1-11; Lc 4:1-13), fue conducido al desierto donde precisamente, cuando sintió los rigores de la falta de comida y bebida, fue tentado por el diablo. Allí se devela el anclaje más profundo del ser humano. Jesús vive este tiempo a fondo y se sumerge en el claroscuro de las tentaciones en la intemperie del desierto. No tiene títulos ni privilegios, solo es el Hijo confiado en la voluntad del Padre animado por el Espíritu. Las tres tentaciones hablan de lo que cada persona vive cotidianamente, sea consciente de ello, o no:
Convertir las piedras en pan: esta tentación representa el uso del poder para evitar la pobreza y convertirse en un mesías material. Lo real es lo que se constata: poder y pan. Ante ello, las propuestas de Dios parecen ilusorias, un mundo secundario que realmente no se necesita. Jesús rechaza esta tentación, afirmando que no solo de pan vive el hombre, sino de la palabra de Dios.
Lanzarse desde el templo: dar una prueba de lo que se dice ser. Dios tiene que demostrar que es Dios. Aquí está todo en juego porque ¿no es acaso la manifestación del poder del Dios Bueno lo que se dirime en este mundo? Jesús resiste esta tentación, recordando que Dios no es manipulable. Jesús no saltó al abismo, pero asumió la muerte. De esto se fían sus seguidores: anuncian su muerte y proclaman su resurrección.
Adorar al diablo a cambio de los reinos del mundo: esta tentación invita a Jesús a buscar el poder, la gloria y el aplauso, incluso a costa de acallar su conciencia. Jesús rechaza la tentación de este acomodamiento, porque este esplendor es apariencia que se disipa, e insiste en que solo se debe adorar y dar culto a Dios.
Estas tentaciones van al corazón del proyecto de vida de Jesús, revelando la diferencia entre el proyecto del Dios de la Ternura y la Misericordia para sus hijos y el proyecto que absolutiza lo relativo. A través de estas tentaciones, se revela la profundidad del compromiso de Jesús con la voluntad de su Padre.
Esto ocurre justamente cuando Jesús se siente más débil como la gran mayoría de los seres humanos en el contexto global actual. Entonces, como ahora, se nos propone otro reino distinto al Reinado de Dios. No es cualquier cosa resistir estas tentaciones –el honor, el poder y la gloria– que configuran otra manera de vivir en este mundo. Jesús resistió las tentaciones con la fuerza que le venía del Padre y del Espíritu, que es la verdadera fuente de su poder. Jesús no busca su propio interés, sino que confía plenamente en el Padre y se entrega al servicio de los demás, animado por la fuerza del Espíritu. Así, Jesús desde la debilidad, muestra el camino de la verdadera libertad y felicidad, que consiste en partir y compartir el pan, ser fiel a la escucha de su palabra y lucidez para rechazar sugerentes acomodamientos.
Como Ángel de Luz
Las tentaciones del diablo no se presentan de forma grosera (robar para comer, adular para figurar, acaparar para tener), sino sutil (poner a Dios al servicio de su hambre, de su causa, de sus ideales, hacer signos espectaculares, ser el mesías al modo de los mesianismos de este mundo). Habrá que luchar siempre contra los propios demonios que tientan con promesas de poder y placer. Porque siempre habrá buenas razones, tendencias que configuran el sentido aparente de la vida, que justifiquen el sometimiento y la subordinación.
La sociedad del espectáculo, de los slogans, de la búsqueda de satisfacción inmediata, la que promete que no vamos a morir, donde la tendencia dominante es encontrar lo mejor de uno mismo cortando lazos con los demás, es en realidad el Estado de excepción permanente, el futuro como callejón sin salida para los más pobres, es descreimiento convertido en credulidad.
Resistir y superar estos dinamismos requiere de sujetos libres que se dispongan a construir una cultura distinta. Las así llamadas tendencias que absolutizan este presente como el único futuro del planeta, se desentienden de las consecuencias de las decisiones que se están tomando y que ya afectan al mundo. Pero no se trata de huir del mundo por otros caminos, sino de cargar con él porque es la casa común, no una realidad contaminante.
Jesús no acabó con las tentaciones ni dejó de ser tentado, pero al encararlas mostró que las más sutiles tentaciones, en realidad, anidan en los más profundos dinamismos y mecanismos de justificación humanos y que solo se superan con la fuerza que surge de la relación con el Padre y el Espíritu que es Señor y dador de vida. Esto debe mantener despiertos a quienes se entregan a grandes causas, porque también son vulnerables al engaño de sí mismos y de los demás. Es necesario despertar del sueño de la inmunidad que surge del altruismo. Si el hombre se abre a la realidad de sí mismo, de las cosas y del mundo, puede que viva agonías, pero habrá encontrado la libertad. Aquí adquieren mucho sentido las peticiones que propone Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales, conocerse a sí mismo (luces y sombras), conocimiento interno de Jesús y dolor con Cristo doloroso para progresivamente identificarse afectivamente con su modo de ser. El antídoto contra las tentaciones que se unifican en la práctica del poder como dominación está en la contemplación de la pasión, muerte y resurrección.
El poder de los gobernantes del mundo
En el mundo contemporáneo la fascinación por el poder recorre el planeta. Los nuevos dioses del universo se presentan como garantes de la felicidad. En el caso del poder político hay una particularidad, los gobernantes ya no están solamente frente a la tentación de usar su poder para promover sus propios intereses, a expensas del bienestar de las personas a las que debían servir, sino que ejercen el poder de forma tal que la corrupción, la injusticia y la desigualdad que causan se banaliza y naturaliza como destino inexorable. Este uso del poder político es el síntoma de una terrible y profunda enfermedad humana, saben que están haciendo daño y aun así lo siguen haciendo, parece que ahí encuentran gozo, tan deformante que para curarse de ella es necesario abrirse a la conversión, morir a sí mismo y nacer de nuevo.
El poder político, cuando se lo practica como dominio e imposición sobre los demás no libera ni crea posibilidades, sino que esclaviza y trunca las dinámicas humanizadoras. Y, aunque se le puede identificar con individuos concretos (dictadores, autócratas o tiranos), en el mundo contemporáneo el poder es un entramado opaco y sin rostro, inescrupuloso y cruel. Sus efectos son devastadores si se piensa en las guerras, el narcotráfico, la industria armamentista y los refugiados. Sus prácticas no dan de sí nada nuevo, sino que tienden a perpetuar los conflictos de forma antagónica.
Pero este poder, de efectos deshumanizantes, para encubrir su proceder mortal busca las formas más ligeras de ejercer la dominación. Siempre atiende al consejo de hacer lo necesario para mantener el statu quo, separando su quehacer de toda consideración ética. Este poder produce configuraciones de realismo que, frente a la moralización de la condición humana, hace que cada vez sea más difícil situarse en un horizonte ético-político alternativo.
Porque de lo que se trata es de conservarse a sí mismo, busca revestirse de legitimidad y legalidad a través de formas sutiles que van desde la manipulación de las creencias de la gente hasta sus diversos sistemas de representación social, cultural e histórica. No busca enriquecer las creencias, sino la credulidad en la publicidad, el horóscopo y las informaciones de fake news o la inteligencia artificial, mientras confirmen el estado del mundo que les conviene.
Y aquí la tentación. Se dice que las personas instruidas no deberían pasar por ingenuos, y entender que la política real no puede ser sometida a normas éticas o religiosas. Se insiste en que esto “es así”, de tal modo que se ha generado un sistema de creencias, conceptos, emociones, instituciones que, precisamente, los mejor formados, han absorbido hasta confundirlo con la realidad.
Se requiere atender al trabajo del deseo de poder en las personas y en la construcción sociocultural y política que este suscita. Los cristianos no son inmunes a la seducción del poder político, también viven la tentación de renunciar a la vida por el poder. La visión cristiana de la vida tiene el desafío de atender explícitamente esta tentación. Porque el poder así entendido también apunta a lo sagrado. Y, cuando el poder político se apropia de los conceptos y las prácticas de lo sagrado, las transforma y las vacía de sentido. La tentación de endiosamiento sutil, revestida de premios y escenificaciones deslumbrantes exige lucidez de sí mismo, de la sociedad y de la cultura.
Entonces, es fundamental ordenar los afectos y orientarlos siguiendo la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús. Su forma de vida resiste y denuncia los abusos del poder. Muestra que es posible una política que recupera la potencia creativa de los seres humanos.
La institución eclesiástica y las tentaciones del poder
La capacidad de la institución eclesiástica católica de resistir creativamente a estas tentaciones del poder siempre ha estado a prueba. Como cualquier institución, está inmersa en estructuras de poder y tiene que navegar entre ellas. Sin embargo, la institución eclesiástica también tiene una larga tradición de reflexión crítica sobre el poder político (Mt 20, 25-26: “Saben que los jefes de las naciones las gobiernan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre ustedes…”) y de propuestas alternativas, como la humildad, la caridad, la justicia y la paz de Jesús el Señor.