Por Andrés Cañizález
Carlisbeth Falcón nació en 2006 en Sanare, estado Lara. Como requería un trasplante de riñón, a los 9 años llegó con sus padres al Hospital J.M. de los Ríos, en Caracas, adonde tendría que ir muchas veces más. De vuelta a su casa, rememora sus días en el pediátrico. Allí extrañó a sus primos, recibió el amor de sus papás, hizo amigos y se enfrentó a la muerte.
Me llamo Carlisbeth Falcón y tengo 12 años. Nací el 19 de octubre de 2006. Mis papás me llamaron Carlisbeth porque juntaron sus dos nombres: Carlos y Lisbeth. Si yo pudiera cambiarme el nombre me gustaría llamarme Scarlet.
Mi mamá me contó que desde que estaba en su barriga yo tenía problemas con los riñones. Desde que me acuerdo hemos ido mucho al médico. A mí se me olvida cuántas veces.
La primera vez que llegué al J.M. de los Ríos tenía 9 años. Allí pasé dos cumpleaños, que fueron muy divertidos: en uno fue Nacho y en el otro, Chyno. Estos cantantes son lo máximo para mí. Mi cumpleaños número 12 ya fue aquí, en mi casa, en Sanare, con mis primos que viven cerca.
Cuando sea grande quiero ser doctora o abogada. ¿Por qué? Porque quiero ayudar a la gente, como me han ayudado a mí. El primer día que fui al J.M. de los Ríos recuerdo que los doctores y las enfermeras me trataron bien. Eran buena gente. No me dio miedo entrar, pero iba agarrada a la mano de mi papá, mientras él hablaba con los doctores y les contaba qué tratamiento tenía yo en Barquisimeto. Cuando me iban a operar para ponerme el riñón sí tenía mucho miedo de morir, le pedí mucho a Dios que saliera todo bien y así fue.
Por mi enfermedad he tenido que ir muchas veces a Barquisimeto y a Caracas. Aquí en Sanare no hay doctores para lo que yo tengo. Mi papá siempre es el que explica que yo venía desde chiquitica con la necesidad de que me hicieran un trasplante. Como no los estaban haciendo, tuvimos que tener paciencia. Además, mi papá quería darme su riñón, pero como no se pudo, tuvimos que esperar a que me pusieran el de una persona que había fallecido.
De pequeña caminaba con los pies metidos para adentro, por eso desde chiquita supe que estaba enferma. Me pusieron unas plaquitas en las rodillas, aunque igual una pierna se me va cuando camino.
Aquí en mi casa me gusta jugar con mis primos, estar con mi mamá. En el hospital lo que más extrañaba era dormir con ella y sentir su calorcito. Allá pensaba en Sanare, me acordaba cómo salía al patio en la tardecita y esperaba que llegara, poco a poco, la neblina. A veces me como una guayaba o un níspero. Después que llueve, me siento a ver si aparece un arcoíris. Claro, tiene que ser una lluviecita de esas con sol para que sea bonito el arcoíris. Cuando los veo, me alegro mucho.
La primera noche después de la cirugía, mi papá y mi mamá se la pasaron espantando zancudos. Un rato lo hacía él y luego ella. Todos estábamos contentos porque en unos diitas nos íbamos otra vez para la casa. Estaba muy feliz.
Pero en lugar de volver a Sanare, me comenzó a dar mucha fiebre. Mi papá se asustaba, salía del cuarto con mi mamá y hablaban afuera para que no los escuchara. A veces me bajaba la fiebre y después me volvía.
Me dijeron que íbamos a estar más tiempo allí. Que el día que me operaron agarré una bacteria, y que no era mi culpa, ni tampoco de los doctores. El problema, me dijo mi papá, fue que no había mantenimiento en el hospital y por eso pasó eso.
No fui la única: al final éramos varios niños y podíamos ir a jugar a una sala. Las enfermeras eran muy buenas, nos dejaban correr por los pasillos y jugaban con nosotros. A veces me quedaba despierta hasta muy tarde y ellas no me decían nada. Claro, eso era cuando no tenía fiebre; esa fiebre se iba y volvía. Cuando estaba así, no quería hacer nada, solo quería que mi mamá me atendiera.
A ratos también dibujaba, leía cuentos, jugaba stop, memoria, cartas UNO. ¡Y echaba cuentos! Hablaba con los otros niños y con las enfermeras.
Llevábamos tantos días allí que mi papá alquiló un cuarto cerca del hospital. Yo nunca fui a visitarlo. Él sabe cocinar y me traía cosas que me gustan, hechas por él. Me encanta comer puré de papas, pero para poder comerlo deben hacerlo mi papá o mi mamá porque en la calle le ponen cosas que me hacen daño.
Mi mamá dormía en una colchoneta, junto a mi cama. Pero no era como en mi casa, donde yo me puedo meter en la cama y apretarme con ella. Mi papá entraba y salía: nos llevaba comida, buscaba medicinas. En todo ese tiempo mis papás me decían que íbamos a salir adelante, que sí se podía, que no decayera. Es que había días en los que pensaba que me iba a morir. Cuando sabía que otro niño había muerto en el mismo piso en el que estábamos todos, pensaba que yo podía ser la próxima.
Samuel era el que me daba ánimo. Era mi mejor amigo. Mi papá me cuenta cómo él le insistió en verme cuando yo estaba saliendo del quirófano, todavía medio dormida por la anestesia. Se lo pidió tanto que mi papá agarró una silla de ruedas, le puso un tapabocas y lo llevó hasta donde yo estaba. El mismo Samuel después me recordó lo que me había dicho esa noche: “Tenemos que ser fuertes, párate de ahí; tú y yo somos fuertes, y tú y yo vamos a salir de esto”.
Unos días después vi a mi papá con la cara triste hablando con los papás de Samuel.
Samuel murió en el hospital. Fueron varios los que fallecieron mientras yo estaba allá. Mi papá dice que cuando me dio la noticia de que Samuel había muerto, a mí se me salió una sola lágrima. En realidad, estaba muy triste.
Tenía amigos, que estaban igual que yo. Les decía que saliéramos adelante y que todo se iba a poder, pero varios no pudieron. Samuel, Cristian, Raziel, Fabián, Karina. Todos están con Dios. Cuando los recuerdo, me da tristeza de que se hayan ido.
Escuchaba canciones de Sebastián Yatra y Manuel Turizo. “Ya demostraste tu valor, eres para el mundo todo un campeón, sé que estás luchando con amor, eres grande en la batalla, grítalo”, dice una. También oía canciones de amor, aunque no me he enamorado.
A veces pasaban cosas afuera, mi papá trataba de que no las escuchara, pero las oía y me ponía muy triste. Uno de mis amigos se pegó de mi papá, le decía: “Papá de Carlis, no me dejes morir, ayúdame”, “Doctora, tengo miedo de morirme, doctora”. Esas cosas yo las escuchaba dentro de la habitación y lloraba.
Sentí una felicidad muy grande cuando regresé a la casa de Sanare, después de tanto tiempo. Porque cuando estaba viajando con frecuencia a Caracas nos quedábamos en un apartamento en Barquisimeto. No venía a Sanare. Pensaba que ya no iba a volver a mi casa.
Cuando llegué, abracé a mis primas y a mis primos. Recorrí de nuevo el patio de mi casa, que se une con los patios de las casas de mis tíos. Me pude comer unas guayabas y unos nísperos de las matas. Me pude sentar de nuevo aquí, en estos bloques, y ver cómo baja la neblina.
Pasaron varios meses entre que regresé a Sanare y pude retomar mis clases. Ya estoy en el liceo. Estoy estudiando de nuevo con mis compañeros con los que estaba en primaria. Me alegró mucho. Ellos también estaban contentos. Además, pude verlos sin tener puesto el tapabocas.
Ahora que comencé bachillerato, la materia que más me gusta es el inglés. Quiero terminar el bachillerato y después hacerme doctora. Ya lo dije, quiero ayudar a la gente.
Fuente: www.lavidadenos.com