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Más que agotados, cansados

10.1_

Por Juan Salvador Pérez*

En la larga y pausada mirada del cansado,

la determinación deja paso a un sosiego.

–Byung-Chul Han

Hoy nos hablan de cansancio y de agotamiento como si fuera lo mismo. Nos dicen los expertos que una consecuencia pandémica ha sido la palpable demostración de un agotamiento contemporáneo –no solo físico, sino psicológico y hasta espiritual– y nos lo presentan como un cansancio extremo ante la situación, más bien parecido a una suerte de hartazgo social, de rechazo a las circunstancias y modelos sociales (¿negativas?) que dejó en evidencia esta pandemia.

Pero revisemos con calma los términos. Resulta tan común y tan fácil confundir o equivocar los conceptos que solemos utilizar con ligereza unos por otros sin distingo, pero siempre es mejor aclararlos para entender bien, para entendernos bien.

“Agotar”, etimológicamente hablando, es extraer todo el contenido de un recipiente. Consumir hasta la última gota, gastar completamente una cosa. Acabar recursos o posibilidades hasta su desaparición. Por su parte, “cansancio” es la falta de fuerzas como consecuencia de una fatiga. Proviene del griego kampsai, un término prestado del arte de la navegación utilizado para definir el momento en el cual la nave se desviaba o detenía en su trayectoria para ajustar rumbo, reacomodar cargas, y también para reposar o recobrar fuerzas.

De allí que el agotamiento signifique llegar al límite, al final de una cosa o situación, mientras que el cansancio representa la necesidad de detenerse para poder continuar. No son dos conceptos iguales, ni tampoco son antagónicos, sino que son dos conceptos que se suceden en el tiempo y se complementan.

Me permito apoyarme en el pensamiento de dos reconocidos intelectuales de hoy, para desarrollar un poco más el planteamiento: el filósofo Byung-Chul Han y el monje benedictino Anselm Grün. Ambos se han dedicado con seriedad y profundidad al estudio del cansancio.

Nos dice Grün que “[…] el cansancio muestra que algo está llegando a su fin. No llegan a su fin tan solo las fuerzas corporales, sino también una concepción, una ilusión que me había hecho de la vida”.1

En esta línea Byung-Chul Han define cuál es esa concepción –o ilusión– que ha llegado a su fin, el hombre contemporáneo basado en un modelo absurdo de éxito material, se ha convertido en un ser dispuesto a obligarse y exigirse tanto que termina explotándose a sí mismo. “El sujeto obligado a rendir, que se hace pasar por soberano de sí mismo, por homo liber (hombre libre), resulta ser un homo sacer (hombre restringido)”.2

De este agotamiento del modelo es que surge nuestro cansancio, y la verdad es que todos lo tenemos bastante claro y pongo un ejemplo sencillo y casi pueril, pero que me servirá para ilustrar. En estos días, transitando por las calles de Caracas, vi una valla publicitaria de una marca nueva de ropa. La foto de la joven y delgada modelo venía acompañada de una frase: “deja que tu outfit hablé por ti”. Todos sabemos que eso está mal, que uno no es ni puede ser, ni será lo que tiene sino lo que es. No hay que ser un asceta, ni un filósofo, ni Buda, ni el Papa para saberlo. Todos, absolutamente todos, estamos claros que ese modelo de sociedad es un disparate fatuo, pero allí está la valla expuesta con gran pompa.

Todos lo sabemos, el modelo está agotado. Ahora demos paso y recibamos sin complejos el cansancio. Ese cansancio al cual los antiguos griegos y romanos elogiaron. El otium –lo contrario del neg-otium– la pausa que hacemos con el fin de conseguir lo auténtico y descubrir la riqueza interior del alma.

Es tiempo de estar cansados. Es tiempo de reposar y recobrar fuerzas, de reacomodar cargas, de ajustar rumbo.

*Director de la Revista SIC.

Notas:

GRÜN, A. (2012): Estoy cansado. Sal Terrae.
BYUNG-CHUL, H. (2017): La sociedad del cansancio. Herder.

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