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Mártires jesuitas: cuando la Compañía se enfrentó a las dictaduras de EEUU

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Por Julio Martín Alarcón

Ocho años antes de que un comando militar asesinara al rector de la Universidad Centroaméricana de San Salvador, el padre Ignacio Ellacuría, junto a otros seis jesuitas españoles, una cocinera y su hija en la madrugada del 16 de noviembre de 1989, un telegrama secreto del embajador de EEUU, Dean Hinton, advertía a Washington que el asesinato del arzobispo Óscar Romero lo había decidido nada menos que uno de sus cachorros del Pentágono, el jefe de las Fuerzas Armadas de El Salvador, Roberto D’Abuisson. Mientras oficiaba misa, un disparo reventó el corazón de Romero que cayó fulminado en el mismo altar de la iglesia, el 24 de marzo de 1980, tan solo un día después de una homilía en la que pidió al gobierno y a sus soldados que detuvieran las terribles matanzas de la represión. El arzobispo de la capital que sirvió de guía a los jesuitas.

Los muy católicos militares en el poder tras ser financiados, entrenados y amparados por EEUU, que encubrió sus crímenes, mataron a monseñor Romero y a los jesuitas por subversivos. Por comunistas. Al menos esa era su versión. En El Vaticano, el recién ordenado papa Juan Pablo II condenaba firmemente el marxismo, en sintonía con Washington y recelaba de los teólogos de la liberación, la corriente de la iglesia latinoamericana surgida del Concilio Vaticano II que defendían Romero y su sucesor, el jesuita Ellacuría.

Mientras, en la Compañía de Jesús, el general de la orden, el padre Pedro Arrupe, cumplía en cambio el último mandato que le encomendara el difunto papa Pablo VI: llevar a la práctica precisamente los preceptos del Concilio Vaticano II, la iglesia de los pobres, de los oprimidos. El choque fue inevitable: Juan Pablo II, el polaco Woyztyla del Este, estaba decidido a impedir que la URSS introdujera su veneno en la Iglesia e intervino la Compañía de Jesús ante el temor de que se sublevara.

Todo era zozobra. El mundo estaba dividido en dos bloques, Latinoamérica se desangraba entre las garras de los escuadrones de la muerte, la represión de las dictaduras de derechas fomentadas por EEUU y las guerrillas de inspiración comunista. No era la única división: la misma Iglesia se debatía entre la Teología de la Liberación, la condena al comunismo y la no injerencia en la política. Una década maldita en El Salvador y todo el cono sur que comenzó con la dictadura del general Pinochet en Chile.

Contra las élites católicas
Nixon, Ford, Carter, Reagan y Bush padre. Cinco administraciones de EEUU que fomentaron, apoyaron y encubrieron asesinatos en Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, Nicaragua… Enfrente, las guerrillas auspiciadas de una forma u otra por la URSS. Y en la línea de fuego de El Salvador, tras el asesinato de Romero, los jesuitas de la UCA con Ellacuría al frente y el apoyo de la Compañía de Jesús, volcaron la Fe, la doctrina y la vanguardia intelectual universitaria, en defensa de los pobres y oprimidos. En la mediación para lograr la paz en la terrible guerra civil de El Salvador que se dilató entre ambos asesinatos.

“La UCA, que había sido creada por las clases más privilegiadas, se convirtió en manos de Ignacio Ellacuría y el resto de jesuitas en una instancia incómoda para el gobierno casi dictatorial de las élites”, recuerda a El Confidencial el padre Juan Antonio Estrada, jesuita, ahora en la Universidad de Granada y testigo de la época en El Salvador. La mañana del día 16 estuvo en el levantamiento de los cadáveres: habían sido llevados al patio trasero de la pastoría de la universidad donde fueron obligados a tenderse boca abajo sobre la hierba antes de recibir los disparos a quemarropa. Murieron, además de Ellacuría, Amando López, Joaquín López, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Juan Romero, Elba Ramos y su hija Cristina. Desde el asesinato de Monseñor Romero, el padre Ellacuría y Jon Sobrino, entre el resto de los jesuitas de El Salvador, se habían convertido en los sucesores ideológicos y firmes defensores de la teología de la liberación que el propio Romero había abrazado después de abrir los ojos a la problemática social”.

Sencillamente, el grupo de jesuitas mordieron la mano que había creado la exclusiva universidad de San Salvador, para ricos, y se decidieron a defender a los pobres del régimen que sostenía EEUU. ¿En que consistía la Teología de la Liberación? Tal y como nos explica el también jesuita Pedro Armada, ahora en el Colegio San José, en Villafranca de los Barros, y colaborador de Ellacuría en El Salvador, un resumen serían las palabras del obispo brasileño Hélder Pessoa Cámara: “Cuando doy de comer a los pobres me dicen que soy un santo, cuando comienzo a preguntar por qué hay tantos pobres, me dicen que soy comunista”. Un ejercicio de síntesis que sin embargo emplea también por separado Juan Antonio Estrada.

Guerra Civil en El Salvador
El propio Estrada aclara el papel de los jesuitas en el conflicto: “En la Compañía fue cobrando cada vez mas sentido y fuerza la problemática social y ahí jugaron un papel determinante Ignacio Ellacuría y sus compañeros: crearon una cátedra de Realidad Nacional en la cual se invitaba a participar tanto al gobierno y a los defensores del ‘statu quo’ como a aquellos que lo cuestionaban, esto provocó que una gran parte de la alta burguesía se distanciara de la UCA, que ellos mismos habían creado, y comenzara una dinámica de oposición del gobierno respecto de la Compañía, una de las pocas instancias que todavía tenía una cierta libertad para expresarse, además de un cierto potencial que de alguna manera no podía ser acallado”.

El conflicto con Roma
Aunque en el cono sur, bajo la influencia de EEUU, se hubieran formado regímenes dictatoriales que se declaraban católicos, resultaba que eran opresores con los pobres y violaban los derechos humanos, lo que amplificó la respuesta de la iglesia latinoamericana, el grupo de los teólogos de la liberación alumbrada a partir del Concilio Vaticano II, que ya habían adoptado ese camino en la conferencia de Medellín, Colombia, en 1968. En Roma, el nuevo papa Juan Pablo II recelaba de una aproximación a la doctrina social que creía que podía enturbiarse con la intervención política en el marco de la Guerra Fría. Su realidad era la de Europa del Este, donde contribuyó a derribar el muro, pero no la de América Latina.

La misma Compañía de Jesús sufrió sus tensiones, pero, según Estrada, tuvieron la suerte de contar con el padre Arrupe, el jefe de la orden: “La compañía en realidad siempre estuvo cercana a los planteamientos papales porque nace, de hecho, con la contrarreforma en el siglo XVI, pero en esos años, Arrupe, que sigue la encomendación de Pablo VI, apoya a los provinciales de América Latina y a la Teología de la Liberación, lo que le costó a la Compañía durante la década de los 80 y los 90 que viviera con la desconfianza, el recelo y a veces la oposición de la curia romana”.

 

Básicamente, se había abierto una brecha en la forma de trasladar la doctrina de la Fe. ¿Eran realmente subversivos los jesuitas de la UCA? Contesta el padre jesuita Pedro Armada, autor del libro ‘Una muerte anunciada’, sobre la labor y el asesinato de los mártires de la UCA: “Eran subversivos en cuanto que proponían soluciones, no eran solo teóricos. Ellacuría lograba que todos los alumnos de la Facultad de Sociología de la UCA investigaran en la realidad social de El Salvador, y publicaran los resultados, que los de la Escuela de Arquitectura estudiaran la construcción de viviendas baratas, que los ingenieros buscaran cómo hacer pozos en los sitios donde no había agua corriente… Lo publicaban en la revista científica de la UCA que se vendía en los quioscos porque eran los datos más fiables, hasta la embajada de EEUU la adquiría porque eran más fiables que los del gobierno. Estaban en el punto de mira desde mucho antes de la trágica madrugada de 1989”.

No escaparon sin embargo al epíteto de comunistas. Una constante en América en esos años si se cuestionaba la afinidad con EEUU, aunque promoviera dictaduras tan brutales. El mundo bipolar del post-concilio y de la Guerra Fría, lo enturbió todo aún más. Había una enorme división en la iglesia en la que los más conservadores como lo era entonces Bergoglio, ahora papa Francisco, y provincial de los jesuitas en Argentina entonces, recelaban también, según Estrada, de la aproximación de los teólogos de la liberación. La sombra de la URSS planeó además sobre la Iglesia, como ocurrió de hecho, en la Nicaragua sandinista y en otros lugares.

El papa Juan Pablo II, con el general de la Compañía de Jesús, Pedro Arrupe
Era el peor temor del Vaticano, de hecho Juan Pablo II seguía con preocupación a los teólogos de la liberación y en un primer documento la criticó abiertamente. Fue un aldabonazo inútil, porque tal y como explica Armada, era un texto que no se refería tampoco a la labor de los jesuitas, por ejemplo, de San Salvador: “Esa doctrina tampoco la aceptaban Ellacuría ni el resto del grupo”. Sin embargo, Joseph Ratzinger, que sería luego ordenado papa como Benedicto XVI, precepto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y el teólogo cabecera de Juan Pablo, afinó un poco más después en la “Instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación”, en septiembre de 1983. No arremetía contra nadie en concreto y matizaba algunos aspectos de la doctrina de los oprimidos y los pobres que habían adoptado en casi toda América Latina, pero criticaba en definitiva a los que seguían esa línea.

Lo más grave ocurrió, sin embargo, un poco antes, en 1981, cuando el padre Arrupe, el prefecto de la Compañía sufrió una embolia que le incapacitó para llevar los asuntos de la Compañía. Según el padre Pedro Armada: “En ese momento se abría un proceso interno, para elegir al nuevo jefe de la orden, sin embargo, Juan Pablo II, alertado por anónimos dentro de la misma compañía que insinuaban una deriva comunista, decidió intervenir a la orden y de forma ‘anticonstitucional’ nombró él mismo, sin el cauce habitual a un nuevo prefecto general el padre Paolo Dezza. El papa temía, directamente, que la Compañía de Jesús se sublevara”.

Curas comunistas
En mitad de la controversia, el director francés, Roland Joffe estrenaba ‘La Misión’ (1986), una alegoría del conflicto de la Teología de la Liberación en Latinoamérica ambientada en las misiones jesuitas del siglo XVI en Brasil protagonizada por Robert de Niro y Jermy Irons. Ellacuría no era el Roberto Mendoza que interpretó de Niro, pero tanto él como el resto de la comunidad de jesuitas de la UCA decidieron intervenir, mediar en el conflicto. Lo aclara Estrada: “Es verdad que hubo curas que se pasaron a la guerrilla, que asumieron la lucha armada, pero los jesuitas nunca, no hubo ninguno que participara, lo que intentaron es hacerse eco de la situación de opresión que había en el país y denunciarlo con la doctrina social”.

Aun así, la clara persecución de los militares y los escuadrones de la muerte, que protagonizaron atentados y amenazas constante, obliga a una cuestión insoslayable que El Confidencial traslada al padre Armada

—¿Por qué los jesuitas en cambio no estaban amenazados por la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN)?

—Es cierto que las soluciones que proponían eran hacia la justicia social, que teóricamente era una de las banderas de la guerrilla. Se vendía que eran proguerilla, porque era la época de Reagan, pero yo mismo viví discusiones de Ellacuría con gente del FMNL en la que les explicaba por qué nunca podrían ganar esa guerra y los del FMNL tampoco les tenían mucha simpatía porque no veían que les diera la razón. Era muy inteligente y muy libre de pensamiento.

Mientras tanto, en EEUU, la administración Reagan, que encubría a los asesinos de El Salvador, negaba el conocimiento de cualquier atentado por parte de los militares que apoyaban. Sin embargo, además del telegrama del embajador Bennet White, que demostraba que Washington conocía la participación de Robert D’Abuisson, el jefe del Estado Mayor, en el asesinato del arzobispo Romero, la masacre de los jesuitas españoles en San Salvador evidenció de nuevo su postura. El sucesor de Ronald Reagan, su vicepresidente George Bush, siguió con la misma estrategia de negación en el caso de la mascare de los jesuitas de la UCA nueve años después, pero de nuevo salió a la luz que protegían y encubrían al ministro de Defensa, el coronel Ponce, tal y como publicó el NYT en 1993.

Aun así, tal y como recuerda el padre Estrada, el comando que ejecutó la matanza hizo pintadas que apuntan a la autoría del FMNL. La burda maniobra de los militares no pudo tapar que habían sido ellos quienes habían ordenado el asesinato de los jesuitas en el contexto de una ofensiva general contra el FMNL marxista en noviembre. Si Ellacuría se equivocó cuando pensaba que los militares no se atreverían a intervenir en la UCA, tal y como explica el jesuita Juan Antonio Estrada, lo cierto es que el asesinato levantó tal escándalo que ni siquiera con la cooperación de EEUU pudieron librarse. La masacre marcó un antes y un después en la Guerra Civil de El Salvador. Se creó una Comisión de la Verdad en Naciones Unidas para esclarecer la participación de los militares del gobierno en la matanza de El Mozote y los asesinatos, entre otros, del arzobispo Romero y los jesuitas españoles.

Concluyó que la orden para asesinar a los jesuitas Ignacio Ellacuría, Amando López, Joaquín López, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Juan Romero, Elba Ramos, que atendía la residencia de los religiosos en la UCA y su hija Celina Ramos, partió del coronel Benavides, durante una reunión con un numeroso grupo de oficiales y en el conjunto de una operación contra la guerrilla del FMNL. Según pudo averiguar la comisión, Benavides actúo con el conocimiento del ministro de Defensa el general Ponce y tras preguntar en la sala si alguien tenía alguna objeción en la “acción” contra los religiosos de la UCA, nadie levantó el brazo, -Informe de la Comisión de la Verdad, Naciones Unidas-.

El comando encargado de ejecutar la matanza fue el de Atlacatl, el primero que en los comienzos del conflicto habían entrenado los militares de EEUU. El padre Ellacuría, que tuvo la opción de marcharse, como el resto de los jesuitas de la universidad, siguió al frente de la rectoría cuando la situación empeoró y sus vidas corrieron peligro. Estaban rodeados de edificios e instalaciones militares: lo que evidentemente no garantizó su seguridad, sino todo lo contrario.

Martirio de la paz
La matanza de la UCA, como recuerda el padre Armada, conmocionó internacionalmente desde el primer momento. Ellacuría tenía prestigio como mediador en el conflicto, posición que no había abandonado nunca, así como la defensa de los pobres y oprimidos, siguiendo con su propio criterio y en la misma línea a la que el padre Arrupe se entregara en cuerpo y alma: la aplicación del Concilio Vaticano II que le encomendara Pablo VI. La presión del congreso de EEUU tras los asesinatos fue también asfixiante con la administración Bush.

En paralelo a la Comisión de la Verdad de la ONU, el congresista de Massachusetts, Jeff Moackley, obtuvo documentos que probaban el encubrimiento del gobierno y la complicidad con los militares salvadoreños. La misma semana pasada, 30 años después, la Audiencia Nacional anunció que en unos días decidiría si mantiene prisión para el coronel Inocente Montano, uno de los implicados en la matanza de la UCA y extraditado a España por EEUU en 2011. La fiscalía mantiene su petición de 150 años de cárcel.

George Bush decidió cortar lazos con los militares de El Salvador y en apenas un año comenzaron las negociaciones de paz. “Lo triste —recuerda Armada— es que hizo falta que les mataran para que todos comprendieran como ya había augurado incesantemente ‘Ellacu’ que ningún bando ganaría el conflicto. Nunca fueron comunistas ni nada parecido. Al final, su martirio sirvió sin duda para acabar con la guerra civil de El Salvador, aunque los recursos del país siguen en mano de un 2% de la población y sigue habiendo una extrema violencia”.

El giro del papa Francisco
Treinta años después, El Vaticano no solo ha levantado la suspicacias sobre la doctrina social de la iglesia latinoamericana, sino que al frente está el que fuera uno de sus obispos, el papa Francisco, el primer jesuita de la historia. Como remarca Estrada, “la división tampoco ha desaparecido por ello. Bergoglio, que al igual que monseñor Romero, pasó de un planteamiento conservador, reacio con los teólogos de la liberación, a darle el espaldarazo definitivo, es también discutido, como lo fue Juan Pablo II, que por supuesto siempre estuvo con los pobres con una interpretación distinta. En España mismo hay diferencias y no todos los obispos ven bien a Francisco”.

Monseñor Romero, el obispo que inspirara con su valor a los jesuitas, asesinado en el altar y discutido en algunos ámbitos esta siendo ahora canonizado. Mientras la violencia de las Maras, las muertes, la desigualdad y la pobreza siguen asolando El Salvador.

Fuente: https://www.elconfidencial.com/cultura/2019-11-16/jesuitas-san-salvador-uca-teologia-liberacion_2339156/

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