Stefan Zweig
Personaje único en la historia británica del siglo XVII, Stefan Zweig lo retrata tan magistralmente como si fuera contemporáneo. María Estuardo es un compendio de virtudes y defectos elevados a su máxima expresión. ¿Cuáles predominan más? No lo sé, se acumulan unos a otros de forma atropellada. Ahí va un conjunto de ellos: ambiciosa, pagada de sí misma, impetuosa, violenta, celosa, muy apasionada, culta, inteligente, generosa, muy femenina. El autor la describe bien y la contrasta con su prima Isabel, reina de Inglaterra, que le haría la vida imposible por celos y por temor a que la suplantara algún día.
“María Estuardo es como mujer completamente mujer, mujer en primer término y en último término, y precisamente las más importantes decisiones de su vida vienen de esa fuente subyacente de su sexo. No es que fuera una naturaleza constantemente apasionada, una naturaleza tan solo dominada por sus instintos…, al contrario, el primer rasgo de carácter que llama la atención en María Estuardo es su larga contención femenina. Pasaron años y años antes de que la vida sentimental despertara siquiera en ella. Durante mucho tiempo tan sólo se ve (y lo cuadros lo confirman) a una mujer amable, tierna, dulce, relajada, con una ligera languidez en los ojos, una sonrisa casi infantil en la boca, un ser indeciso e inactivo, una mujer niña. Es llamativamente sensible (como toda naturaleza de verdad femenina), su ánimo vibra con facilidad, puede ruborizarse o palidecer con el menor de los motivos, y las lágrimas le brotan con rapidez y facilidad. Pero esas olas rápidas y superficiales de su sangre no revuelven sus profundidades durante mucho tiempo; y precisamente porque es una mujer completamente normal, una auténtica verdadera mujer, María Estuardo sólo descubre su auténtica, su verdadera fuerza en una pasión… por completo, una sola vez en su vida. Pero entonces se siente lo enormemente mujer que es, su carácter instintivo, la forma en que está encadenada sin voluntad a su sexo. Porque en ese gran momento de su éxtasis desaparecen de pronto, como arrasadas, las fuerzas superiores de la cultura en esta mujer hasta entonces fría y medida; todos los diques levantados por la educación, la dignidad y las costumbres se rompen y, obligada a elegir entre su honor y su pasión, María Estuardo, como una auténtica mujer, no opta por su realeza, sino por su feminidad. (…)
Isabel en cambio jamás fue capaz de una entrega como esa, por razones misteriosas. Porque físicamente – como lo formulaba María Estuardo en su famosa carta rebosante de odio – no era “como todas las demás mujeres”. No sólo le estuvo vedada la maternidad, sino probablemente también la forma natural de total entrega femenina. No fue la reina virgen tan voluntariamente como aparentaba, (…) y es cierto que una inhibición física o psíquica la trastornó en las zonas más secretas de su feminidad. Semejante desdicha tiene que determinar de manera decisiva la esencia de una mujer, y en ese secreto están contenidos en germen, por así decirlo, todos los demás secretos de su carácter. Ese carácter voluble, vacilante, distraído y veleta de sus nervios, que sumerge su ser constantemente en una vacilante luz de histeria, lo desigual e imprevisible de sus decisiones, ese eterno cambio del fuego al frío, del sí al no, todo lo que tenía de comediante, de refinado, de traicionera, y no menos aquella coquetería que jugaba las peores pasadas a su dignidad de estadista, procedían de esa inseguridad interior. Pero mutilada en sus ámbitos más íntimos, aunque de nervios vacilantes, aunque peligrosa en su astucia de intrigante, Isabel jamás fue cruel, inhumana, fría y dura.” (pp. 95-97)
María Estuardo fue coronada reina de Escocia ¡a los seis días de nacida! Educada en Francia, la casaron con el futuro rey galo cuando ella tenía quince y él catorce, pero tal matrimonio infantil duró poco, porque Francisco II estaba muy enfermo y murió al poco tiempo. Viuda casi niña, fue cortejada de lejos por intereses políticos, pero no se llegó a nada. Refinada, culta y hermosa, hablaba latín e italiano, además de inglés y francés, y componía poemas en varios idiomas.
Isabel intriga para que María acepte como esposo a Robert Dudley, que es súbdito de Isabel y su compañero de juegos eróticos. La propuesta no parece honorable, y es rechazada. Aparece entonces en escena Henry Darnley, de madre escocesa de sangre real, y María se enamora impetuosamente de este joven de 18 años, guapo, esbelto y rubio, pero que luego mostrará tener muy poco en el cerebro. María lo abruma a regalos, vive para él, pero poco a poco su amor se desinfla al conocer de verdad a su esposo. Su afecto no correspondido como ella quiere con igual pasión, irá derivando hacia un joven del servicio, David Rizzio, poeta y músico como a ella le gustan.
Para no hacer la historia larga, aquí comienza la tragedia, porque Rizzio es mandado asesinar por el rey consorte y luego éste a su vez, será asesinado por el nuevo amante de María Estuardo, Bothwell, que llegó a disponer de ella a su antojo. En estas intrigas intervino la nobleza escocesa, los lores, a quienes estorbaba una reina que no apreciaban y que podía interferir en sus negocios. Bothwell trama el asesinato del rey consorte y obtiene la aquiescencia de su esposa la reina, pero todo llega a saberse cuando se descubren cartas y poemas amorosos de la reina a Bothwell.
Como María ha sido cómplice en el asesinato de su esposo, Isabel se ayuda de Moray, hermanastro de María Estuardo, a quien ella le había confiado el poder, para acusarla de adulterio y asesinato. Todo ello con disimulo, con buenas palabras y escritos hipócritas que ocultan malas intenciones. Bothwell, que disponía a su antojo de María, choca de frente con los lores y con Isabel, tiene que huir precipitadamente y morirá en el exilio.
El autor reflexiona sobre la inmoralidad reinante en las cortes, basada en que ningún tribunal humano podía poner en tela de juicio el poder soberano de un monarca. A eso se aferra María, pero Isabel logra mantenerla en “protección”, es decir, en prisión, cuando ella huye a Inglaterra. Allí pasa los últimos años de su vida, separada del hijo que tuvo con Darnley, al que abandonó recién nacido y que será el heredero de la corona con el nombre de Jacobo VI. Este hijo negociará con Isabel la corona sin hacer caso a las pretensiones de libertad de su madre María.
Cecil y Walsingham, esbirros de Isabel, arman una falsa conspiración para acabar con la vida de Isabel y logran convencer a María Estuardo a través de gente de su confianza para que se sume a ella. Las condiciones de su prisión han sido relajadas a propósito para que pueda comunicarse con los conspiradores. ¿Conoce Isabel todo el enredo? Sin duda, pero dubitativa como es, cree acallar su conciencia avisando al embajador de Francia de que algo se teje en el entorno de María. Esa ambigüedad no permite aclarar las cosas.
La conspiración es por supuesto descubierta y María Estuardo acusada de intento de regicidio, pero el problema es condenarla a muerte, porque entonces se condenaría la inviolabilidad de la monarquía. Isabel lucha contra Isabel, contra su conciencia, duda, titubea, vacila. Se excusa ante un jurado que ella misma ha nombrado. Pero al fin cede, en parte también por la indiferencia del hijo de María Estuardo, Jacobo VI, que quiere ser rey de Escocia y su madre nunca renunció en él a la corona. María acepta la muerte con gran hidalguía y sentido religioso. Pasan los meses e Isabel no se decide, la carga de su conciencia es demasiada, hasta que un buen día la firma entre otros papeles. María se prepara para la ejecución: escoge minuciosamente las preciosas ropas que se pondrá, redacta las últimas cartas: a París, Madrid y Roma, reparte joyas en su última cena con sus criados. Toda una escenificación. En sus últimas palabras a su chambelán dice que muere como una verdadera católica, como una verdadera escocesa, una verdadera princesa.
Isabel todavía vivió muchos años y sólo cuando ella murió pudo Jacobo VI de Inglaterra heredar la corona de Inglaterra como Jacobo I.
Es llamativo que todas las personas que tuvieron que ver con María Estuardo, sus amantes, sus secretarios de confianza, sus parientes cercanos, acaban mal después de sufrir mucho. Todo lo que tocaba se convertía en polvo y ceniza. La figura de María Estuardo inspiró a Shakespeare sus mejores tragedias, como Hamlet.
El estilo literario de Stefan Zweig es precioso, lleno de cercanía, plagado de aciertos psicológicos y de expresiones apropiadas, que nunca cansan y siempre sorprenden. Una gran obra maestra.