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María: doctrina y devoción

Foto 1 Galería Mary of Nazareth (2012)

Juan Salvador Pérez*

Newman, su apellido nos lo deja saber o al menos nos lo permite intuir, fue un hombre llamado al cambio. “En un mundo superior puede ser de otra manera, pero aquí abajo, vivir es cambiar y ser perfecto es haber cambiado muchas veces”, en esta frase él mismo lo explica claramente.

Nacido y formado en el anglicanismo, llega a ser acaso uno de los presbíteros más reconocidos y respetados en la Inglaterra victoriana del Siglo XIX, hasta que en 1845 y tras un profundo proceso de estudiosa reflexión de las fuentes patrísticas, se convierte al catolicismo, en una sociedad donde ser católico no solo era deplorable sino incluso peligroso.

J. H. Newman abre así la puerta a las grandes conversiones posteriores de personajes como Wilde, Benson, Chesterton, Knox, Waugh, Green, Guinness, Belloc, y demás importantes figuras del Catholic British Revival del siglo XX inglés

Sin embargo, si algo siempre estuvo presente en Newman, en su fe y en su desarrollo intelectual y pastoral, fue su particular admiración por la Virgen María.

Ad initium, su posición –aún como presbítero anglicano– ante María es de respetuosa crítica hacia el trato que le dan los católicos:

En 1836 Newman escribió un tract como texto básico para la controversia anglicana contra los católicos. En él señala los que él consideraba en aquel entonces como los puntos débiles y los errores de algunas creencias de la fe católica; el honor tributado a la Virgen era uno de los puntos que condenaba con mayor fuerza, y citaba a algunos autores católicos que atribuyen a la Virgen una especie de omnipotencia por ser la Madre de Dios, se decía que podía dar órdenes a su divino Hijo con autoridad de madre1.

María: doctrina y devoción
Crédito: National Portrait Gallery, London.

Para los anglicanos –y Newman era uno de ellos– esa suerte de intercesión “co-extensiva” entre la Virgen y su Hijo, dejaba en la sombra el honor debido al Señor e interfería en su papel de único mediador, para terminar, siendo un sentimiento de índole idolátrico y una devoción indebida sin base ni sustento en la Iglesia primitiva.

Pero Newman irá cambiando. Sus estudios van aumentando, orientando y decantando su fe. Su providencial tendencia al cambio así se lo permite. Él no cambia por cambiar, sin fundamentos ni por caprichos, sino por una trascendente búsqueda de la perfección.

Su origen anglicano y su paso al catolicismo le permiten hablar con vivencial, sensible y profunda convicción ecuménica sobre todos los temas, incluidos los temas marianos; logrando así hacer de estos últimos una importante distinción entre la doctrina y la devoción. Escribirá Newman en sus enseñanzas y reflexiones:

Admito que la devoción a la Virgen Santísima ha ido creciendo entre los católicos con el correr de los siglos, pero no acepto que la doctrina sobre ella haya experimentado un crecimiento, pues estoy convencido de que sustancialmente ha sido una e idéntica desde el principio.

Newman va de una manera espectacular consolidando su postura ante María, y así armónica y sólidamente ocurre en él esa hermosa experiencia que sucede en las almas puras que alcanzan conciliar la doctrina con la devoción, en un mismo sentir y actuar.

En este párrafo que me permito compartirles, nos deja J.H. Newman el mismísimo centro de su devoción mariana: la imitación de las virtudes de la Virgen María.

Y ahora, queridos hermanos, ¿qué será lo más apropiado para nosotros, si todo eso que os he estado diciendo fue lo más apropiado para María? Si la madre del Enmanuel tiene que ser la primera por su santidad y su hermosura, si convenía que estuviera desde el principio limpia de todo pecado y que empezase a merecer más y más desde el momento en que recibió esa primera gracia, y si tal vez como fue su principio su final –si su concepción fue inmaculada y su muerte fue una asunción– si murió pero volvió a la vida y fue elevada a lo alto, ¿qué deberemos hacer los hijos de tal madre si no imitar, en la medida en que podamos, su devoción, su mansedumbre, su sencillez, su modestia y su dulzura?

Sus glorias no redundan solo en honor de su Hijo, sino que son también para nuestro bien. Imitemos su fe al aceptar sin dudarlo el mensaje de Dios que le trajo el ángel; imitemos su paciencia al aguantar sin decir una sola palabra la extrañeza de San José, imitemos su obediencia al trasladarse a Belén en pleno invierno y a dar a luz a su hijo en un establo; imitemos su espíritu de oración al meditar en su corazón lo que le veía y lo que oía acerca de Jesús; imitemos su fortaleza cuando una espada traspasó su corazón; imitemos su generosidad al renunciar a Jesús durante su vida pública y al aceptar su muerte.

Pero sobre todo, imitemos su pureza cuando estaba dispuesta a no tener a Jesús como Hijo antes que renunciar a su virginidad (…) ¿qué podrá ayudarnos más a caminar por la senda angosta, si vivimos en el mundo, que el pensamiento y el patrocinio de María? ¿Quién, como María, sellará nuestros sentidos y serenará nuestros corazones cuando nos asedien las escenas y las voces peligrosas? Cuando nos sintamos cansados de la larga lucha contra el mal, de la continua necesidad de tomar precauciones, de la pesadez de ponerlas en práctica, del tedio de tener que repetirlas una y otra vez, de la tensión del espíritu, de nuestra triste y desvalida condición, ¿qué podrá darnos tanta paciencia y resistencia como una comunión de amor con María? Ella nos conformará en nuestros desalientos, nos aliviará en la fatiga, nos levantará cuando caigamos, nos premiará por nuestros éxitos. Nos mostrará a su Hijo, nuestro Dios y nuestro todo.

Cuando nos sintamos nerviosos en nuestro interior, o débiles, o deprimidos; cuando sintamos que nuestro espíritu ha perdido el equilibrio, o que está agitado o se revela, cuando esté hastiado de lo que tiene o anhele lo que no tiene, cuando tu ojo se sienta atraído por el mal y tu cuerpo mortal tiemble bajo la sombra del tentador: ¿qué podrá conducirte de nuevo a ti mismo, a la paz y a la salvación, sino la fresca brisa de la Inmaculada y la fragancia de la Rosa de Sarón?”2.


Notas:

  1. Al respecto, es de especial valor el trabajo introductorio realizado por el obispo Philip Boyce en el libro: NEWMAN, J. H. (2002) María páginas selectas. Editorial Monte Carmelo.
  2. “Discourses addresed to Mixed Congregations. London 1909”. En: NEWMAN, J. H. (2002) María páginas selectas. PP. 360-376. Editorial Monte Carmelo.

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