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María de Fátima Vieira, una madre sinodal venezolana

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Por Juan Salvador Pérez

En octubre de 2023, un grupo de cardenales, obispos, religiosos y laicos de todo el mundo se reunieron en el Aula Paulo VI del Vaticano para celebrar la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo. Bajo el tema “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”, discernieron sobre asuntos como el papel de la mujer y los laicos, el sacerdocio, la importancia de los pobres y los migrantes y la misión digital. Entre todos, 365 miembros tenían voz y voto, 54 eran mujeres y una de ellas, elegida directamente por el Papa, era la venezolana María de Fátima Vieira.

En entrevista exclusiva con la revista SIC, la Madre María de Fátima, quien es Superiora general de la Orden Siervas del Santísimo Sacramento y miembro de nuestro Consejo Editorial, nos relata su experiencia como madre sinodal y sus reflexiones tras su llegada de Roma.

–Desde el primer instante que supe la noticia (recuerdo perfectamente cuando me llamaste a contármelo) fue una noticia que me emocionó mucho. Así que comencemos con una pregunta bastante común… ¿Qué representó para ti como mujer, como venezolana y como religiosa participar en el Sínodo de la sinodalidad? Es decir, ¿qué significó para ti ser una madre sinodal?

–La designación para ir al Sínodo de la sinodalidad fue una gran sorpresa. Para mí ser “madre sinodal” significó una gracia especialísima de Dios, sin mérito propio; una oportunidad privilegiada para compartir como Iglesia universal: hermanos y hermanas de todo el mundo, escuchar y dialogar sobre nuestras preocupaciones, sufrimientos, desaciertos, alegrías, logros, esperanzas, los retos que la humanidad presenta a nuestro modo de ser Iglesia y de evangelizar. Ser madre sinodal me enseñó a ensanchar el corazón, la mente, los criterios y a abrazar otras realidades como si fueran propias. 

Fue también un privilegio hacer presente a nuestro pueblo venezolano, a las mujeres, a la vida consagrada. Además, esta Asamblea marcó un antes y un después en la historia de nuestra Iglesia católica, ya que fue la primera vez que en un Sínodo, además de los obispos, tuvieron derecho a voz y voto los presbíteros, diáconos, laicas y laicos, vida consagrada femenina y masculina; un total de 365 personas de las cuales 54 fuimos mujeres. Ser parte de este proceso llena mi corazón de gratitud a Dios y a la Iglesia católica.

–Este Sínodo ha sido, sin duda alguna, novedoso tanto en su forma, dinámica y modalidad, como en el fondo. ¿Cómo podrías describirnos lo que significa la realización del Sínodo en mesas redondas? Por supuesto me refiero a la forma, pero sobre todo al fondo de este formato.

–Es una pregunta importante ya que las mesas redondas fueron el cambio más visible en la “forma” del Sínodo, el más representativo de fondo. Explico un poco: la sala sinodal tradicional es una especie de anfiteatro, con la distribución de las sillas mirando a la mesa principal en la cual se ubican el Santo Padre o las autoridades correspondientes. Sin embargo, en esta ocasión, el Sínodo se llevó a cabo en el Aula Paulo VI, un espacio multifuncional, más relacionado con el pueblo de Dios, lo cual en sí mismo ya fue un signo. Esta sala fue dispuesta de manera audaz con 35 mesas redondas de doce personas, como las que solemos usar en las fiestas, otro signo que evocaba la celebración, a los doce apóstoles en la última cena.

Aula Paulo VI en su modo tradicional. Crédito: Archivo Oss. Romano
Aula Paulo VI durante el Sínodo sobre la sinodalidad. Crédito: MAURIZIO BRAMBATTI / EFE

Además, los participantes fuimos asignados a las mesas sin orden jerárquico, dispuestos por orden alfabético, de acuerdo a los 5 idiomas oficiales: italiano, inglés, español, francés y portugués. Cada grupo estuvo integrado al menos por una mujer laica o religiosa, además de cardenales, obispos, sacerdotes, laicos, vida consagrada y miembros fraternos (de otras confesiones religiosas). Así mismo cada mesa contaba con un facilitador o facilitadora, sin derecho a voto, que ayudaba a realizar el trabajo y discernimiento común con la metodología de la Conversación en el Espíritu. 

La distribución de la Asamblea en mesas redondas nos colocó en situación de igualdad, como pueblo de Dios, portadores de la misma dignidad bautismal, hijos e hijas de Dios, hermanos y hermanas, hombres y mujeres. Permitió mirarnos de frente, facilitó el reconocimiento mutuo, la escucha, el diálogo, comunicar ideas, posturas, intuiciones, mociones del Espíritu fruto del estudio y oración personal, propició la puesta en común, las discusiones, el discernimiento y las conclusiones de los trabajos. En ese ambiente se compartieron experiencias de fe, realidades culturales diversas y enriquecedoras, diferentes miradas del Reino: unos por una Iglesia más al estilo de Jesús, encarnada en la realidad del pueblo, de sus sufrimientos y alegrías, y otros identificados con una iglesia institucional, pero todos caminando juntos, sinodalmente. Sin duda, las mesas redondas facilitaron el proceso sinodal y la metodología usada.

–Pero ciertamente, como todo lo del papa Francisco, ha sido un Sínodo tremendamente criticado. En especial desde el propio seno de la Iglesia católica, de los medios católicos… ¿Por qué? 

–La realidad es que varios medios de comunicación católicos durante el Sínodo de octubre 2023, publicaron noticias distorsionadas sobre lo que ocurría en la sala sinodal.

El comentario que puedo hacer es que la Iglesia como cuerpo místico vivo, habitada por el aliento de vida, el Espíritu Santo, está en constante proceso de revisión, renovación, cambio, crecimiento, conversión; buscando la voluntad de Dios en cada etapa de la historia, a la luz de la palabra de Dios para responder a las necesidades de su pueblo. 

Los Sínodos son momentos privilegiados en la Iglesia para otear por donde nos lleva el Espíritu Santo, a fin de actualizar las tareas que nos dejó Jesús:  vivir el mandamiento de amar a Dios y al prójimo (cfr. Mc. 12, 29-31) y “…vayan por todo el mundo proclamando la buena la Buena Noticia a toda la humanidad. Quien se bautice se salvará” (cfr. Mc. 16,15), entre otras. Esa búsqueda y discernimiento, guiados por el Espíritu Santo conducen a nuevas llamadas que han de ser concretizadas en la vida. Por lo general ese nuevo paso amerita procesos de conversión personal, pastoral o eclesial, es decir, un cambio en alguno de estos contextos. Y ante eso puede surgir la desconfianza porque esa “llamada de Dios” parece que desvirtúa las enseñanzas y tradiciones de la Iglesia, o el miedo porque eso que se propone exige salir de la zona de confort, perder privilegios, ceder en criterios que dan seguridad y poder, crecer en tolerancia…

Vatican Media / CNS photo

Frente a esto se pueden tomar dos actitudes: cerrarse a lo que el Espíritu Santo está suscitando y responder con la crítica destructiva, la descalificación, la divulgación de información falsa, la manipulación, etc. O, por el contrario, ante esa novedad que no se comprende bien, se acude a la oración, al estudio, a los encuentros para escuchar, dialogar, compartir puntos de vista y discernir cómo realizar esa novedad que el Espíritu está suscitando en la Iglesia, desde la humildad y la confianza en Dios. Por lo general esta segunda actitud, hace brotar la esperanza, la fe, la comunión y el amor al otro, y expande el Reino de Dios.

En este sentido, el papa Francisco dio un gigantesco paso sinodal al invitar a algunos hermanos que los medios de comunicación catalogaban como sus “enemigos”, y ellos participaron fraternalmente en el Sínodo. Esa es la riqueza del camino sinodal, abordar los asuntos que preocupan como lo hicieron las primeras comunidades cristianas que afrontaron muchas diferencias, ¿qué hacían? Dialogaban, discutían, oraban, invocaban la asistencia del Espíritu Santo y después tomaban decisiones como nos relata el libro de los hechos de los Apóstoles: “el Espíritu Santo y nosotros hemos decidido…”

–He compartido contigo, en alguna ocasión, mi –digamos– temor de que todo este asunto “sinodal” termine siendo una moda. Es fácil y bastante común en las homilías, en las entrevistas, en las intervenciones de sacerdotes, de religiosos e incluso de laicos agregar la etiqueta de “lo sinodal”. En tu opinión ¿qué tan serio es este modo sinodal?

–La sinodalidad no es algo nuevo en la Iglesia, era la manera de ser de las primeras comunidades cristianas. En ese entonces, los bautizados se insertaban en la comunidad como hermanos en Cristo y prestaban un servicio concreto de acuerdo a la necesidad de la iglesia local, de su don y vocación personal. Sin embargo, con el pasar del tiempo, la Iglesia se fue volviendo jerárquica más allá de lo organizacional, también en la pastoral, en la misión…

Algunas mujeres participantes del Sínodo. Crédito: Vatican Media

Respondiendo a tu pregunta, los términos “sínodo”, “sinodal”, “sinodalidad” pueden pasar de moda, pero el modo de ser Iglesia que se expresa a través de esas palabras, y la necesidad de recuperar el dinamismo misionero que surge de caminar juntos como hermanos y hermanas, pueblo de Dios, en nuestra Iglesia y sociedad, no puede seguir siendo ignorado. La sinodalidad viene a recordarnos que nuestra médula espinal como cristianos surge de la Santísima Trinidad, de la sinergia y comunión de personas, no de individualismos sumados entre sí. Cada bautizado, desde su vocación y misión, en comunión, contribuye significativamente a hacer presente aquí y ahora el Reino de Dios: obispos, sacerdotes, diáconos, laicos, laicas, consagrados y consagradas, jóvenes, ancianos y niños en nuestras comunidades y parroquias. El papa Francisco ha repetido muchas veces que el protagonista del Sínodo es el Espíritu Santo, entonces propiciemos su actuación, participemos de este proceso que puede devolver a la Iglesia su rostro original: “Ustedes son hermanos”.

–Te he escuchado decir, y coincido contigo, que Venezuela es un país con una forma característica, especial y única de ser, incluso en la manera de vivir su fe, tanto así que hasta el mensaje de Nuestra Señora de Coromoto es un mensaje para venezolanos. ¿Cómo ves la sinodalidad a la criolla, a la venezolana?

–En su mensaje al Cacique de Coromoto en Venezuela, la madre de Jesús, como buena madre que desea reunir a todos sus hijos, fue explícita: “Vayan donde los blancos que les echen el agua en la cabeza para ir al cielo”, es decir, bautícense para alcanzar la vida y el gozo eterno que nos prometió Jesús con su resurrección. Este mensaje revela el sentido hondo de la sinodalidad, que busca que todo bautizado, consciente de su dignidad, se disponga a vivir en comunión para participar en la misión de la Iglesia y alcanzar la felicidad eterna, la fiesta sin fin. Eso es muy venezolano. 

El proceso sinodal en nuestra Iglesia venezolana puede ser el fermento oportuno para el proceso de transformación que amerita nuestra patria. La sinodalidad viene a recordarnos que somos hermanos y hermanas, hijos e hijas de un mismo Padre, templos del Espíritu Santo por el bautismo, corresponsables de la vida de nuestra Iglesia de acuerdo a nuestra vocación y misión. Este proceso pasa por recuperar las relaciones fraternas que nos han caracterizado como pueblo, sin distinciones; es una invitación a restaurar lo más genuino de nuestra venezolanidad: el gusto por la convivencia fraterna, la solidaridad, la búsqueda del bien común, la alegría de compartir, la facilidad para el diálogo, el deseo de poner lo mejor de sí para contribuir a un bien mayor. 

Empecemos por casa, por nuestras comunidades, parroquias, diócesis con la certeza de que el Espíritu Santo nos alienta y guía en este camino. Como creyentes demos el primer paso, reconozcamos en nuestra propia vida y en la de los demás nuestra dignidad de hijas e hijos amados de Dios, lo necesita nuestra Iglesia venezolana y nuestra querida patria Venezuela.

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