Milagros Socorro
Todo había salido bien. Era una operación de corazón. Muy compleja, porque había que sustituir una válvula aórtica muy dañada. Él no quería someterse a esa intervención, aunque los médicos le dijeron que era delicada, pero rutinaria. Fue a ella con muchas reservas, mucho miedo. Pero no tenía otra opción, puesto que era candidato a una muerte súbita. Y todo salió perfecto… pero unas horas después le dio un paro cardiorrespiratorio. “Estuvo unos minutos muerto”, evoca Mara Comerlati, su esposa, “y lo resucitaron. Volvió a la vida, pero tenía daños irreparables. Fue un día aciago”.
De vuelta a casa, Pedro León Zapata (La Grita, Táchira, 27 de febrero de 1929 – Caracas, 6 de febrero de 2015) tenía sus facultades mentales intactas, pero había perdido la voz. Simplemente, no podía hablar. Y tenía la motricidad muy comprometida. El primer año después del día aciago podía caminar por la casa, pero no tardó en verse tan limitado que necesitó una silla de ruedas. Luego, ni siquiera eso. Debió mantenerse en cama e incluso las manos quedaron fuera de su control. Y siempre consciente de todo lo que ocurría, porque la enfermedad arrasó con todo, menos con sus capacidades intelectuales. Fue una tortura.
Vio cómo perdía todo. Menos a Mara, la caraqueña hija de italianos, periodista egresada de la UCAB, a quien conoció cuando ella fue a entrevistarlo como reportera de la fuente de Cultura de El Nacional y quedó deslumbrada con él, quien le llevaba 23 años. Estuvieron cuatro años “de amores”, como ella dice, y se casaron en 1982. Casi cuatro décadas juntos, en las que tuvieron poquísimas discusiones. “Claro que tuvimos desacuerdos, pero muy rara vez llegamos a pelearnos. Era muy fácil vivir con él. Pedro León era un hombre muy serio. No era unas castañuelas ni andaba haciendo chistes. Como dormía muy poco, se levantaba muy temprano y se iba a su taller. Allí pasaba horas. Muy concentrado, trabajando muchísimo y escuchando música. Y tomaba muchísimo café”, dice Mara.
Fue ella quien le propuso seguir haciendo las caricaturas de El Nacional, aún cuando él estuviera tan impedido. “Así logré que se mantuviera activo”
Fue ella quien le propuso seguir haciendo las caricaturas de El Nacional, aun cuando él estuviera tan impedido. “Le dije que necesitábamos el dinero, lo que no era mentira. Y así logré que se mantuviera activo”, recuerda Mara.
Desarrollaron un extraordinario método de colaboración. Temprano en la mañana, Mara le leía los periódicos y esperaba a que él le diera la frase de la caricatura, cosa que al principio hacía con los restos de voz que le habían quedado. Era difícil entenderle, pero se las arreglaban. Mara siempre lo interpretaba. Ya con la frase, ella buscaba en el inmenso archivo el dibujo que se relacionara con el concepto y se lo mostraba a él en espera de aprobación. Cuando había acuerdo con respecto al dibujo, Mara lo trabajaba con Photoshop, principalmente para borrar lo que estuviera escrito anteriormente y sustituirlo por la idea que se adaptara a la actualidad.
-Cuando se le hizo imposible articular palabras -cuenta Mara-, me empezó a dictar letra por letra. Y cuando eso tampoco se pudo, desarrollamos un código: él me indicaba cosas y con eso yo deducía la letra. Por ejemplo, señalaba al piso, donde se acomodaba mi gata, y eso era la letra G; si apuntaba al perro, era la P, al techo era la T. Y ya con la G, yo le decía “¿Gobierno?”. Un pestañeo me lo confirmaba. Y siempre lográbamos hacer el trabajo. Le presté mis ojos y mis manos, porque él no podía usar los suyos y, aún así, seguía sorprendiéndome cada vez que me dictaba la caricatura.
Así estuvieron los casi siete años que Pedro León Zapata sobrevivió al paro posoperatorio. De hecho, hizo las caricaturas hasta 10 días antes de su muerte, acaecida en su casa, a la una y media de la madrugada del 6 de febrero de este año, mientras dormía.
En esos años, cuando batallaba tan duramente con el infortunio y se mantenía ocupado aunque todas las capacidades lo habían abandonado, con excepción de una mente alerta, Zapata fue objeto de expresiones violentas por parte del presidente Hugo Chávez.
-No puedo decir que le resbalaban los insultos y las amenazas -confiesa Mara Comerlati-. Una agresión del poder no es tontería. Mucho más de un poder sin límites, como el que ejercía Chávez. Pero trataba de no preocuparse demasiado. Y nunca modificó la línea por estos ni otros ataques. Jamás. Para Pedro León era fundamental la libertad de expresarse, de hacer humor, de cuestionar al poder con sus caricaturas. Y le afectó mucho la venta de Globovisión, porque se informaba mucho con ese medio que entonces dejó de ver.
En varios tramos del diálogo, el rostro de Mara, una mujer rubia, de ojos azules, se enrojece súbitamente, anuncio del llanto que combate con la sobriedad y discreción que la caracterizan. “Es una gran mujer”, dice Sofía Imber. “La mujer que Zapata merecía”.
-Lo extraño mucho -dice Mara-. Extraño ese ingenio sin límites. Era un genio. Han pasado cinco meses y no lo recuerdo enfermo sino como él era antes. He borrado esos siete años de sufrimiento y lo tengo presente en su época espléndida. Pedro León fue un hombre valiente, íntegro. Él me conmueve. Es mi héroe. Y sigo enamorada.